Capítulo 15- Inocentes y culpables

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Una institutriz es la que, tras un minucioso estudio, descubre lo que es el bien y lo que es el mal en la naturaleza humana.

Agnes Repplier.

Quería creer en la versión de la señorita Rothinger. De hecho, la creía inocente. Pero en la vida podían ocurrir toda clase de accidentes. Bien podía ser que la joven hubiera sido forzada o que se hubiera entregado a un hombre sin escrúpulos. La señora Manderley, aunque bastante indiscreta, tenía su parte de razón. ¿Por qué dudar de la palabra de su médico de confianza? 

Aun así, Nathaniel se encontraba de nuevo frente al señor Hastings para aclarar el asunto. El hombrecillo de ojos avellana no le causaba ninguna gracia, pues él había sido el que había certificado la muerte de su esposa. El médico, por supuesto, no tenía culpa alguna de aquello, pero verlo, le traía malos recuerdos. 

—¿En qué puedo ayudarle, Su Nobilísima? 

Nathaniel observaba al médico desde una posición elevada, pues había decidido no sentarse tras el escritorio frente al señor Hastings. Permanecía de pie, con las manos en los bolsillos, a un lado del caballero.

—Es sobre el diagnóstico que emitió el otro día sobre la señorita Rothinger —dijo Nathaniel con voz firme, sin apartar los ojos del hombrecillo—. No me andaré con muchos rodeos, pues tengo trabajo acumulado en la Oficina del Gobierno. La joven institutriz asegura que su diagnóstico es erróneo, que no está en estado de buena esperanza. Como comprenderá, este asunto es muy delicado. El prestigio de una joven cuyo sustento depende únicamente de su intachable reputación, está en juego. Me gustaría que me dijera, si existe la más mínima posibilidad, por mínima que sea, de que se haya equivocado. 

El señor Hastings, el único médico en quien los ingleses de Calcuta depositaban su confianza, se removió en su asiento, mostrando una ligera incomodidad, como si las dudas del Gobernador fueran un agravio personal. —Mi señor, creo que soy capaz de saber cuándo una mujer está embarazada. 

—No me malinterprete; no pongo en duda sus cualidades como profesional. Sin embargo, todos somos humanos y, como tales, susceptibles a errores. Una jornada ajetreada, un dolor de cabeza, o simplemente un mal día, podrían haber influido en su juicio y llevarlo a una conclusión apresurada. Le repito, la reputación de la joven y su profesión están en juego. ¿Consideraría volver a evaluarla? —insistió Nathaniel, movido por esa necesidad de proteger a la señorita Rothinger a pesar de que, cada vez, las cosas parecían estar más en su contra. A pesar de que, él mismo, necesitaba que ella se marchara. Pues ni le agradaba como institutriz de sus hijos, siendo demasiado permisiva con ellos, ni debía seguir teniéndola bajo su techo cuando, lo único que deseaba, era hacerla suya de la manera más salvaje e inmoral que jamás había imaginado. 

El matrimonio con Tara había sido un acuerdo entre familias, un enlace de conveniencia como tantos en su sociedad. Sin embargo, habían compartido una vida feliz y armoniosa. Él la había amado dentro de lo que se esperaba de un caballero como él, pues ella siempre se había mostrado obediente y perfecta, una dama de alta alcurnia que cualquier hombre habría sido capaz de querer por su saber estar, su educación y su manera de llevar la propiedad y la familia. 

Tara había sido una gran mujer y él un esposo fiel y dedicado.

Pero con Emma lo que le estaba ocurriendo era algo parecido a la locura. No podía controlarse a pesar de las fuertes exigencias que siempre había tenido para sí mismo, desde una edad temprana. No había cometido errores durante su vida, los justos. Siempre moral, siempre correcto. Todo para ser exitoso en su vida profesional, en su trabajo. Sus padres no eran ni los más ricos ni los más poderosos de Inglaterra, pero él había logrado ser rico y poderoso con esfuerzo y dedicación. 

El diario de una institutrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora