Juego de Presas

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Resumen: Miguel descubre lo que puede hacer tu veneno 

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Miguel había visto una buena cantidad de agentes  desfilando en el cuartel general. Pero con toda honestidad, nunca en su vida pensó que una Viuda Negra real sería el catalizador para que naciera un nuevo agente. Tú. Widowblack O Viuda, como algunos te apodaron.

El emblema del reloj de arena en aquel tono rojo brillante en tu pecho envió un mensaje claro. Peligro . Al principio, Miguel pensó que un simbionte te había atrapado, por el material de tu traje. Un traje que por alguna razón parecía casi de cuero, hecho de una enzima que se fundía como una segunda piel contigo, gracias al científico de tu mundo.

Tu dimensión era... el caos mismo.

Para él tenía sentido que una Spiderwoman igualmente brutal, apareciera para contener el caos  en el que se estaba ahogando tu ciudad. Una forma de equilibrio retorcido. Incluso Jess tenía sus propias reservas cuando te presentaron por primera vez como agente de la Spider Society.

Fuiste el último recurso para contener anomalías que resultaron ser un verdadero desafío incluso para los Spiders experimentados, con la condición de hacerlo en solitario.

No porque te creyeras invencible, no. Era para evitar posibles agentes dañados colaterales a tu paso. Eras cruel, como la joven y radiactiva viuda negra que te había mordido. A veces no podías evitarlo, tu ADN había sido modificado hasta el punto de adoptar algunas cualidades propias de la especie.

Eras una solitaria, no es que no te llevaras bien con los demás, la constante charla y el bullicio interior resultaban bastante abrumadores para tus sentidos. Las yemas de los dedos tenían pequeñas hendiduras puntiagudas, casi invisibles, que servían como receptores. Podías sentir el latido del corazón de alguien, junto con el torrente de sangre que bombeaba por sus cuerpos.

Pero lo más extraño que realmente tenías en tu repertorio era tu veneno, anidado en las garras naturales que tenías como uñas. Terriblemente doloroso y desgarrador.

Miguel te había visto pelear, y cuando comenzó tu temporada de apareamiento, se dio cuenta de que acechabas a tus enemigos, pacientemente en las sombras aprovechándote de su ingenuidad para atacar. El resultado, seguramente no era para los quisquillosos de la vista.

A veces Jess pensaba que eras demasiado.

¿Había cometido un error al acogerte? No. Seguramente no. Eras una de las mejores. Una fuerza a tener en cuenta.

Simplemente lo observaste desde las sombras. Siempre tan ágil y silenciosa.

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Los sentidos de Miguel fueron sacudidos. Las manos le temblaban, tratando de agarrarse a las agarraderas de la puerta. Era doloroso, pero ¿por qué se sentía tan bien? Se sentía demasiado bien y eso no le gustó ni un poco a Miguel.

Te miró con ojos nublados, boca temblorosa y jadeando suavemente. Sus colmillos picaron su labio inferior, desnudos hacia tí. Le habías hecho dos cortes en la base de su cuello con tus uñas.

Sonreíste ante su estado.

Pero, oh, su entrepierna. Te lamiste los labios. La temporada de apareamiento todavía estaba en marcha y por alguna razón, tu serio y gruñón jefe, ahora estaba en el suelo. Hecho un desastre jadeante, algunos gemidos se le escaparon mientras intentaba levantarse.

—¿Qué ocurre?— Tu voz suave, sensual y mezclada con sarcasmo y algo más. Hambre.

Aunque el canibalismo sexual no era una hazaña propia de la especie Latrodectus, aún podía ocurrir en una proporción del 2%. Pero en realidad no te lo comerías, no. 

¿No?

Su cuerpo reaccionaba de manera tan diferente a la de los demás, lo que lo convertía en la excepción, pero no en la regla. Tus pupilas se abrieron cuando se desplomó contra la pared, con las garras afuera, gruñendo de ira.

—N-No— siseó cuando te acercaste a él. Lenta y deliberadamente. Merodeando sobre él con una sonrisa de satisfacción en tus labios carnosos.

Jadeó por aire mientras el sudor comenzaba a brotar de su frente, se sentía fuera de sí mismo. Fuera de su carácter y elemento. Por primera vez no tenía el control, sino que estaba desplomado contra una de las paredes de su oficina, temblando como un perro rabioso y necesitado, con una dolorosa erección  entre sus bien esculpidos muslos, rogando por ser atendida.

—Lo digo en serio.— Gruñó, rechinando los dientes, tratando de poner sus sentidos en orden. Te arrodillaste junto a él, la alfa-latrotoxina, tu veneno, corrió por su torrente sanguíneo, salió como una deliciosa feromona a tus sentidos. Te lamiste los labios de nuevo y suavemente pasaste una mano por su cuello. El pulso se aceleraba, al igual que su corazón.

Latidos potentes y poderosos resonaron bajo tus dedos. Estaba deliciosamente subyugado a tu merced.

—Querías ver qué podía hacer mi veneno. ¿Por qué te quejas?— Te reirías y acariciaste su cuello. El contacto envió un violento escalofrío por su espalda, para luego darte una manotada para apartarte de él. Pero eso no te importó.

—¿No puedes soportarlo?— Lamiste la carne de su cuello. Tan tierna y vibrante en suaves espasmos, ganandote un ahogado quejido.

—¿Quieres que haga algo al respecto, hm?

¿Qué le habías hecho?

Su nuez de Adán se balanceó y apretó el puño. Sus ojos brillan rojos, pero no de ira. Se te hizo la boca agua al verlo. Lentamente, unos tortuosos segundos se alargaron demasiado antes de que le dieras otro suave beso en el cuello, justo encima de la yugular. Miguel se estremeció.

Mordiste suavemente, saboreando la textura de su piel entre tus dientes. Para tu sorpresa, te agarró del cabello y te empujó más hacia él, ordenando silenciosamente que continuaras, su orgullo no le permitía decir que lo estabas llevando a la locura.

Riendo juguetonamente, lamiste y besaste entre la base de su cuello, hundiendo los dientes con un poco más de fuerza. Un gemido involuntario de satisfacción escapó de sus labios, tu sonrisa lobuna se hizo más amplia.

Pronto, estabas mordiendo su cuello, dejando marcas, marcas que seguramente tendría que explicar más tarde. Pero por ahora no le importaba, las nuevas sensaciones, aunque confundían sus sentidos, lentamente lo estaban conectando a una inexplicable necesidad de ser mordido. Devorado .

Porque en realidad, algunas arañas viuda macho solo querían ser comidas. Incluso llegando al extremo de colocarse en las fauces de las arañas hembras. Él no era de tu misma especie, pero su reacción seguramente había aumentado tu hambre y tu cuerpo receptivo a las feromonas que exudaban de él.

En realidad, nadie te creería si les dijeras que tu veneno convirtió a Miguel en esto.

Te odio —Arrastraba las palabras entre respiraciones agitadas, —Cuando me recupere, v-vas a estar en serios problemas, idiota.

— Ajá. Sin embargo, a tu cuerpo le encanta. Es toda una hazaña ver este... lado tuyo, jefecito— Tus manos recorrieron su entrepierna, frotando y estimulando, él cerró los ojos con fuerza. Te dió una inhalación brusca mientras lo apretabas.

—Pero no te preocupes, sólo dura una hora—. Le susurraste al oído y te alejaste de él. Tragó saliva, dejando su enorme y  necesitada mano en el aire.

—Nos vemos, jefe— Con una vuelta burlona, abriste un portal y te balanceaste hacia tu dimensión, dejándolo allí con su dolorosa erección.

Miguel O'Hara Oneshots & DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora