6: Un lugar donde respirar

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Jules

—¡Espérame! ¡Maldito seas!

Blake caminaba delante de mí a toda prisa, como si el diablo lo persiguiese. ¡Solo iba a mostrarme un sendero turístico!

—¡Vamos flojita! —se burló y siguió su ritmo.

Ya había pasado un mes desde que comencé a trabajar con él. Éramos algo así como amigos. Agradecía profundamente tener alguien con quien reír después de tanta oscuridad. No obstante, algunas noches me seguía sumergiendo en la cama luego de un largo día, y recordaba aquella fecha con lágrimas en los ojos.

Durante el transcurso de los días habíamos adquirido el hábito de desayunar juntos. Él me compraba café y yo le cocinaba los muffins de chocolate que tanto le gustaban. Se había convertido en una muy buena compañía, y sabía que eso era malo, porque algo dentro de mi comenzaba a cambiar. Después de todo sentía que empezaba a fallarme a mí misma rompiendo aquellas promesas de no volver a involucrarme emocionalmente. Los muros que había construido aún seguían rodeándome y no quería ser yo quien los derribara.

El pánico me inundo cuando lo vi tomar un atajo saliendo del sendero. Me quede tiesa en mi lugar. No quería pensar que él me podía llegar a lastimar.

—¿Qu...qué haces?

—Te dije que te quería mostrar algo.

—¿Fuera del sendero?

Frunció el ceño con confusión­—. Si, vamos, sé que te gustará. —él notó mi indecisión—. Jules, confía en mí.

Comencé a moverme cautelosa, la cabeza me pedía a gritos que salga de ahí, pero no lo hice. Lo seguí. Esta vez caminaba más despacio, ya no tenía que esforzarme para seguirlo. El ambiente se había vuelto un tanto tenso. El único sonido era el de nuestras pisadas, y el canto de los pájaros. Un ruido me hizo saltar, me aferré al brazo de Blake. El corazón me latía tan fuerte que amenazaba salirse de mi cuerpo. Se oyeron pisadas ajenas a las nuestras.

—¡Ey! Tranquila, es solo un zorro. —habló señalando al pequeño animal, que al vernos huyó—. ¿Estás bien?

—Si —contesté soltando mi agarre de su brazo como si quemara.

Reanudamos el paso. Alrededor de unos cinco minutos después el ruido de agua cayendo se hizo escuchar. Una cascada majestuosa se dio a conocer. Era realmente bellísima, parecía envuelta de magia. Las palabras no le hacían honor a tan solemne lugar. Estaba cautivada por la hermosura del lugar. El musgo cubría las rocas y la pared por la cual caía el agua cristalina.

—Es hermoso —murmuré.

—Lo es, pero aun no llegamos. —me tomo la mano arrastrándome.

Su cálida mano envolviendo la mía me hizo temblar. Era como unir las piezas de un rompecabezas, encajaban perfectamente. Me aterraba, lo que me hacía sentir con un solo roce.

Divisé el lago entre los árboles. Y a lo lejos una casa de madera, construida sobre un muelle, era de dos pisos y con una chimenea, la cual le daba un aire hogareño. En alguno de mis sueños remotos, deseaba vivir en un lugar así, con la pequeña familia que hubiese formado y quizá un gatito o dos. Me imaginaba a los niños corriendo por todo el lugar llenándolo de vida. Había estado tan cerca y solo un segundo basto para arrebatármelo todo.

—Era de mis abuelos. —su voz salió temblorosa— Cuando mi hermana falleció, mis padres quisieron venderla. La casa era parte de su herencia y Seth no la quería —explicó con tristeza. Mi pulgar trazo pequeñas caricias en su mano, que aun tomaba la mía—. Yo se la compré, pero no venía casi nunca, me parecía una casa con demasiados recuerdos para mí solo.

Once de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora