8: Abriendo heridas

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Jules

Me senté en el borde de la cama con el corazón bombeando con fuerza. Sostenía con las manos temblorosas el pequeño trozo de papel que en algún momento Blake había dejado en mi bolsillo.

Saqué mi celular y busqué aquella canción.

All my life

I thought it'd be hard to find

The one 'til I found you

And I find it bittersweet

Cause you gave me something to lose

Toda mi vida

Pensé que sería difícil de encontrar

A la persona correcta, hasta que te encontré

Y lo encuentro agridulce

Porque me diste algo que perder.

Me aterraba la forma indirecta en la que intentaba llegar a mí.

No podía ser posible que el sintiera algo, ¿Qué haría cuando la verdad saliera a la luz? O mucho peor, cuando no sea capaz de poder abrir mis sentimientos. Cuando lo lastimara con verdades que dolían al repetir.

Los ojos se me aguaron ¿realmente sería capaz de quedarse después de todo?

Ese día me sumergí en mi misma, en mi confusión, en mi dolor, en mi temor, en recuerdos rotos, en promesas no cumplidas, en susurros llenos de emoción, en gritos vehementes, me sumergí en el pasado perdiendo mi presente.

El resto de la semana no fui a trabajar. La garganta siempre fue mi punto débil, todo lo que callaba se alojaba allí. Y dolía. Le dejé un mensaje diciendo que no me encontraba bien, que tenía anginas, e ignoré todos los mensajes que él había dejado.

Estaba ojerosa, pálida, muerta. Mi estado era deplorable. El cuerpo me pesaba como toneladas de cemento. Y mi estado anímico era mucho peor.

El sábado por la tarde supuse que Blake ya se había cansado. Ese día no había llegado ningún mensaje. Pero supe que me había equivocado cuando sentí la puerta sonar. Al igual que toda la semana, lo ignoré.

—¡Jules abre! Soy yo.

Sentí como el corazón se encogía por la presión en el pecho. No quería hacerle daño.

—Estoy preocupado por ti ¡Abre la puerta! sé que estás ahí dentro.

Me acerqué a la puerta.

—¡Vete, Blake! Es... —la voz se me cortó—, es lo mejor.

—¿Lo mejor para quién?

Apoyé la frente en la madera que nos separaba e inhalé tratando de encontrar las palabras.

—¿Lo mejor para quién? —insistió—. ¿Para quién, Jules? ¡Vamos dímelo y deja de comportarte así! Tuve una semana horriblemente desesperante al no saber nada de ti. ¿Qué es lo que sucede contigo?

Las lágrimas me rodaban por las mejillas sin control. Tenía esa sensación que me desgarraba el pecho. Era un quejido doloroso. Una tortura.

Me era imposible callar todos aquellos pensamientos recordándome el pasado.

—Vete.

—No me iré hasta que abras la maldita puerta y me digas para quien es lo mejor.

Abrí con fuerza. Él estaba ahí tan radiante, tan perfecto, tan él.

Once de OctubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora