26. Tu propio camino

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El ambiente en el comedor estaba cargado de tensiones apenas disimuladas

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El ambiente en el comedor estaba cargado de tensiones apenas disimuladas. Los cuchicheos y miradas indagaras me rodeaban, pero yo trataba de mantener la compostura, aunque sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que todo estallara.

Estábamos comiendo en silencio, con esa incomodidad flotante, cuando Martha interrumpió con su habitual discreción, anunciando la llegada de mis abuelos.

—Disculpen la interrupción,—dijo con voz firme,—el señor Stefano y el señor George han llegado.

La noticia provocó una reacción inmediata en mí. Por un lado, me alegraba que Stefano, mi abuelo favorito, estuviera aquí. Su presencia siempre había sido un escape en medio de esta mierda un hombre sabio y audaz, que siempre supo cómo guiarme con sus consejos, un hombre de familia, la cabeza de esta familia.

Pero también está la otra cara de la moneda era George, un dictador en toda regla, con una autoridad que no se le había dado oficialmente, pero que todos le permitíamos ejercer. Su presencia siempre me hacía retroceder a la niña que creció bajo su mirada severa y exigente, luchando por no defraudarlo.

Marta se retiró y las conversaciones se reanudaron con la misma monotonía de antes.
Mientras observaba a mi alrededor, note la curiosidad en los ojos de Mendoza. Ella no conocía a mis abuelos, y la mención de sus nombres pareció despertar en ella una mezcla de intriga y preocupación. Su inquietud era notable, y no podía permitir que esos sentimientos la consumieran. Necesitaba tranquilizarla, recordarle que estaba a salvo conmigo, aunque estuviéramos rodeadas de serpientes.

Discretamente, dejé mi tenedor sobre el plato y, sin que nadie más se percatara, tomé su mano bajo la mesa. La llevé hacia mis piernas y la sostuve allí, acariciando suavemente sus dedos. Fue un gesto íntimo, cargado de ternura, y uno que nunca antes había sentido la necesidad de hacer con nadie más. Ella sacaba un lado de mí que desconocía, un lado que no temía amar abiertamente, incluso en medio de todo este teatro familiar.

Mendoza me miró por un breve instante, sus ojos encontraron los míos con una mezcla de sorpresa y algo más profundo, algo que me hizo sentir afortunada por tenerla a mi lado.
Pero su mirada pronto se apartó, y entendí por qué. Meredith, con su vigilancia constante, no nos quitaba los ojos de encima, buscando cualquier señal que me hiciera quedar mal.

—Por eso había que tomar cartas en le asunto....

Aunque ella desvió la vista, su mano no se movió. En lugar de retroceder, dejó que sus dedos comenzaran a trazar círculos suaves sobre mi pierna, un toque que rápidamente se volvió más sensual. Era un juego peligroso, y ambas lo sabíamos, pero la adrenalina que corría por mis venas no me impedía detenerla.

Mis pensamientos comenzaron a nublarse cuando sus caricias se volvieron más atrevidas, sus dedos deslizándose lentamente hacia mi entrepierna. Podía sentir el calor acumulándose, un deseo punzante que me exigía que me rindiera a sus provocaciones.

Antes de ti, no había nada en mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora