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El ruido del lugar, con sus luces brillantes y atracciones coloridas, era casi mágico. Mendoza insistió en que nos subamos a la rueda de la fortuna, y aunque al principio me sentí un poco nerviosa, terminé aceptando.
Desde lo alto de la rueda, la vista era espectacular. El sol se estaba desvaneciendo y podía ver la línea costera extendiéndose, las olas rompiendo suavemente contra la orilla y la ciudad brillando en la distancia.
—Mira, todo parece tan pequeño desde aquí arriba —dijo Mendoza, señalando hacia abajo—. A veces, nuestros problemas pueden parecer pequeños desde una perspectiva diferente.
—Tienes razón. Tal vez debería intentar ver las cosas desde este ángulo más a menudo.
A pesar de mi inicial resistencia, era imposible no notar cómo ella parecía disfrutar tanto como yo, si no más. Sus ojos brillaban con una luz especial cada vez que reíamos juntas, y su presencia cálida hacía que cada segundo se sintiera perfecto.
De un momento a otro, la luna apareció. Yo estaba tan concentrada en su rostro que no me percaté. Nuestras risas y conversaciones se mezclaban con el ruido de la ciudad, creando un sinfín de recuerdos que atesoraría para siempre.
Habíamos llegado a la puerta de mi casa. Entramos y ella aparcó el carro. El coche estaba frío y todavía llevaba la ropa de Mendoza. Ella volteó a ver todo el camino y tuve que llamarle la atención para que se concentrara en la carretera.
—Me encantó salir contigo. Espero que se repita —dijo, abriéndome la puerta del carro.
Salí y quedamos frente a frente. Había estado resistiendo lo que sentía por ella, ocultándole que cada vez que la veía, mi corazón no paraba de palpitar. Le oculté que deseaba verla todos los días, a cada hora, y hoy la tuve para mí el día completo. No quería que este día acabara; quería seguir mirando sus ojos, escuchando su risa, y no me pude contener más. Sentí un impulso que me lanzó a sus labios y los devoré como si nunca antes los hubiera probado.
Me tomó de la cintura, pegando nuestros cuerpos. Su mano agarraba mi cuello mientras yo tenía mis brazos alrededor de ella. Era un beso lleno de necesidad, la necesidad que sentíamos una por la otra. Era un beso salvaje que no podía parar, era tan estimulante que con tan solo sentirla de esta manera me hacía gritar de emoción. Tomé su cabello y lo jalé hacia atrás; ella gimió entre mis labios.
Respiraba con dificultad, pero no quería dejar de besarla. Cuando sentí que nos íbamos a separar, tomé su pelo con fuerza y la volví a unir a mí, chocando con el auto que estaba a mis espaldas.
Estaba desesperada por sentir sus manos en mi cuerpo. Con el frío de la noche, temblé. Ella, con ambas manos, me sostuvo todavía más cerca de su cuerpo. Se sintió como una eternidad hasta que, por fin, sus manos recorrieron mis curvas, mi espalda, mi cuello, mis pechos y mis nalgas.
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Antes de ti, no había nada en mí.
RomanceEn mi libro, te sumergirás en el fascinante encuentro entre dos mujeres cuyas vidas parecen estar en extremos opuestos. Una es una empresaria obsesionada con las apariencias y el éxito material, mientras que la otra es una guitarrista libre y despre...