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El sol se filtraba a través de las ventanas de la oficina, iluminando el espacio con un brillo cálido. Era un día especial, y la noticia había llegado a mis oídos: Mendoza y yo habíamos comenzado algo peligroso.
Sentada en mi escritorio, intentaba concentrarme en las tareas del día, pero la energía en el aire era contagiosa. Incapaz de evitar una sonrisa.
Entonces, la puerta se abrió suavemente, y ahí estaba ella, con un café en la mano. Su presencia llenó la habitación de luz. Nuestros ojos se encontraron, y una chispa de complicidad nos atravesó. Se acercó a mí y, en un acto de intimidad que desafiaba las normas, me besó suavemente en los labios. El beso era breve, pero estaba cargado de significado, como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera.
—Para mi mujer —Susurró contra mis labios, su voz un suave murmullo que solo yo podía oir.
Volvió a besarme, esta vez un poco más extenso, con una ternura que hizo que mi corazón se acelerara.Después del beso, nuestros cuerpos se cargaron de tensión. Ella se apartó un poco, con su mirada intensa.
—Tengo que atender algunos asuntos —Dijo, dejando que su mirada se detuviera en la mía
—pero quería empezar el día así.—Qué descarada eres. Amaneciste a mi lado, di la verdad, no tolerabas un ratito más sin besar mis labios.
Mendoza sonrió con una mezcla de arrogancia y cariño. —Mmm adivinaste. —Dijo, guiñándome un ojo antes de salir de la oficina.
Traté de concentrarme en mis tareas, las cuales eran muchas, mañana era el evento final, mañana sabríamos si nuestros esfuerzos dieron frutos. La presencia de Mendoza seguía rondando mi mente. Cada vez que la veía pasar, el ritmo de mi corazón aumentaba. Sabía que lo que compartíamos era intenso y diferente, un secreto que ardía bajo la superficie.
La hora del almuerzo llegó y, por primera vez, ibamos a almorzar juntas en mi oficina, donde nadie nos vería. Mendoza llegó con una bolsa de comida, y nos sentamos juntas en el pequeño sofá.
—¿Qué has traído? —Pregunté, curioseando en la bolsa.
—Sushi. Sé que te encanta —Respondió, sacando los recipientes y colocando todo sobre la mesa.
—Que bien que escuchar Mendoza. —dije, sonriendo mientras tomaba un trozo de sushi con mis palillos.
—Bueno, alguien tiene que asegurarse de que te alimentes bien.
Nos reímos y comenzamos a comer. La conversación fluía fácilmente, pasando de un tema a otro. En un momento, Mendoza mencionó que había visto un anuncio sobre una nueva adaptación cinematográfica de una de las obras de shakespeare.
—¿Sabes? Siempre me ha fascinado Shakespeare.
—¿Shakespeare? ¿En serio? —respondí, sorprendida.— Nunca pensé que fueras fan de él.
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Antes de ti, no había nada en mí.
RomantikEn mi libro, te sumergirás en el fascinante encuentro entre dos mujeres cuyas vidas parecen estar en extremos opuestos. Una es una empresaria obsesionada con las apariencias y el éxito material, mientras que la otra es una guitarrista libre y despre...