Capítulo 8 - Gracias

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El banco celestial era un lugar en el que se encontraban custodiados los cristales de poder. Estos pertenecieron a antiguos ángeles de dinastías anteriores. Y estos servían para ir a distintos mundos ubicados en el cielo, además del mundo de los vivos. Fueron forjados por seres místicos para su correcto funcionamiento. Dejaron de ser utilizados por temor a una rebelión celestial y así evitar lo que pasó con Lucifer. Así que optaron por guardarlos bajo llave. Y así que nadie los encontrara.

En esos precisos instantes, frente a las puertas de oro que custodiaban los cristales en el interior del banco, un Atlas encapuchado y cabizbajo se acercaba con sigilo hasta allí. Era muy arriesgado lo que iba a hacer, pero debía de hacerlo por tal de cumplir los deseos de su querido amigo.

Esa misma mañana Stolas lo llamó por vía telepática, método que a veces usaban para hablarse desde lejos pese a ser algo ilegal. Le comentó que su querido amor, Blitzi, había adelantado su cita de la luna llena a esa misma noche. Y que eso podía significar que al fin le correspondería. Pero que lo único que necesitaba era un diamante que ayude a Blitzi a teletrasportarse al mundo de los vivos. Así podía evitar que prescindiera de su grimorio.

Atlas no se lo había dicho. Pero convencer a alguien como los príncipes del infierno para que te ofrezcan tal cosa como ese diamante era muy difícil. Él ya sabía de antemano que no se lo iban a dar así como así. Por eso, pese a que se estaba jugando la vida, iba a cumplir los deseos de su amigo robando un diamante de esas características él mismo. Pero no uno del infierno, sino del cielo, que era la misma cosa.

Esa tarde, sobre las cinco, iban a verse para estudiar el universo. Y sobre las ocho, antes de media noche, habían quedado para cenar en un restaurante en la Tierra, cosa que solían hacer habitualmente. Pero esa ocasión era especial, pues era el cumpleaños del ángel. Y si su cita con el imp era a media noche, tenían el tiempo suficiente para estar juntos un rato pequeño. A Atlas no le importaba que fuera o no su cumple. Sólo quería estar con él.

Justo acababa de llegar ante las puertas que contenían los cristales de poder cuando se dio cuenta de que el guarda, un querubín cabra regordete, se había quedado completamente dormido en su cabina de vigilancia. Y eso que ese lugar debería de estar completamente vigilado.

Desde donde estaba, el ángel pudo darse cuenta de que el vigilante tenía colgado al cuello las llaves de la puerta. Era el momento oportuno para quitárselas. Estaba dormido y no había nadie alrededor.

Aprovechando la ocasión, Atlas, sabiendo que si lo pillaban era hombre muerto, se acercó con sigilo a la cabina. Y con mucho cuidado, intentando que no le temblara el pulso, alargó la mano hacia las llaves de plata.

Sólo fue tocarlas un poco y el querubín pareció estar a punto de despertarse, cosa que alarmó al muchacho. Pero en lugar de eso, siguió durmiendo, recostándose en su silla hacia atrás, panza arriba y medio roncando.

Aliviado de que siguiera adormilado, Atlas retomó sus intenciones. Tenía que ser cuidadoso si quería que todo saliera bien y no terminar metido en un buen lío.

Con todo el sigilo del mundo, el chico tomó las llaves entre sus dedos, agarrandolas con suavidad. Y una vez las tuvo en su palma, se la quitó del cuello al querubín y se las llevó consigo.

Primera parte del plan superada.

Una vez las obtuvo, se dirigió hacia la puerta. Comprobó que no había nadie alrededor, pues podría haber por ahí alguno de los trabajadores del banco. Al ver que no, que el corredor estaba completamente vacío, pues eran horas muy tempranas, el ángel, tragando saliva, introdujo la llave en el cerrojo y la hizo girar a la izquierda, produciendo un ligero "click".

De golpe, la puerta se abrió. Y este, deseando con todo su corazón que nadie lo estuviera viendo, murmuró muy preocupado:

- Dios mío... Perdoname...

Yo ángel, tú demonio (Stolas x reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora