Capítulo 14 - Viaje al infierno

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Justo después de que Blitz se hubiera encontrado con Charlie tras chocar contra la pared del hotel Hazbin, Emily acababa de llegar al palacio de los serafines, guiando a su querido amigo Atlas hasta allí. Necesitaba hablar con él sobre algo importante. Algo que la preocupaba y fascinaba al mismo tiempo. El ángel, por otro lado, le alivió el hecho de que ella lo hubiera rescatado del estridente musical de San Pedro. Ya le estaba cansando un poco que ese charlatán no hiciera otra cosa que darle la brasa. Al menos ya no seguiría oyendo su cansina voz hasta quizás otro día no muy lejano.

Pasaron a una habitación en cuyas paredes blancas había dibujos dorados de seres alados entrelazando sus manos hacia arriba, como señal de lealtad ante Dios, el cual estaba representado en el techo en forma de luz blanca y brillante. En el centro de la habitación había una mesa alargada de color plata, con cuatro sillas de tapiz gris alrededor. Y sobre las cabezas de los dos ángeles colgaba una lámpara de araña de cristal, hermosa y reluciente. Si el príncipe Stolas hubiera estado allí, habría pensado por un segundo que dicho objeto era igualito a la lámpara colgante que él tenía en su castillo.

En las paredes del lugar había una serie de retratos. Pero el que más destacaba de todos ellos, en los cuales sólo eran pinturas de los arcángeles más poderosos del cielo (como Miguel o Gabriel), era uno en el que podían verse a una seria Sera y a un Adán con cara pícara estrechándose la mano. Atlas no lo sabía, pero ese cuadro en cuestión representaba el día en el que se aprobaron los exterminios contra el infierno. Igualmente, sin tener ni idea de ese terrible dato, el joven hizo un gesto de repugnancia al ver esa foto. El hecho de que las dos personas que más odiaba estuvieran posando juntas en un portarretratos lo sacaba de quicio.

Tras comprobar que no había nadie por ahí, Emily, sin poder dejar de seguir aguantando la tentación de comentarle al chico la causa por la que lo había traído allí, saltó de inmediato a hablar directamente con la siguiente chocante pregunta:

- ¿Te enamoraste de un demonio, Atlas?

Eso que le soltó así de sopetón pilló con la guardia baja al ángel, pues sólo fue oír esas palabras y a punto estuvo de darle un vuelco el corazón. Con el rostro pálido y los ojos muy abiertos, se giró a la alegre chica y murmuró asustado:

- ¿Cómo has dicho?

La pequeña serafín, sabiendo que había sido muy violenta a la hora de sacar ese tema tan tabú y peligroso, entrelazó sus manos y le dijo con los ojos brillantes:

- El otro día te oí cantar... Entonabas dulcemente sobre alguien en concreto... Muy importante para tí, según expresabas... Y suponiendo que no te llevas bien con ningún ángel del cielo... Salvo conmigo... - miró un momento hacia otro lado con incomodidad. Pero al instante volvió a mirarle - Deduje que quizás te estabas refiriendo al demonio con el que te reúnes para estudiar el cosmos y el estado de la Tierra... - hizo un gesto de gran ilusión - ¿Es eso cierto?

Nada más escuchar las explicaciones de su amiga, el ángel enmudeció, sin saber qué responderle. Hasta ahora había guardado silencio sobre sus sentimientos hacia esa persona en cuestión. Incluso si cantaba no le preocupaba qué pensarían los demás, pues en sus canciones nunca mencionaba nombres. Pero parece ser que esa niña no era para nada estúpida. Y había logrado descifrar lo que había estado escondiendo durante todos esos años. Era lógico. Desde que eran niños se han criado juntos. Y ella había sido la única del cielo que se acercó a él, pese a que Sera le ordenaba que no. Estaba claro que lo conocía más que lo que él creía.

En un principio Atlas trató de buscar alguna excusa para justificar en contra de las teorías conspirativas de Emily, de tal modo que podría esquivar sus preguntas y al mismo tiempo eliminar cualquier sospecha acerca de su atracción hacia el goetia. Sin embargo, llevaba tanto tiempo asustado y con miedo a decir la verdad sobre ese asunto que el hecho de que al fin alguien de su entorno lo quisiera escuchar sin remordimientos lo tranquilizó mucho. Así que, sabiendo que esa persona era alguien de confiar y que nunca se le ocurriría delatarlo ante su hermana mayor y el resto de ángeles, soltó un suspiro de desahogo, dejando de sentir esa tensión de temor en el pecho. Y mirándola con ojos sinceros, le confesó:

Yo ángel, tú demonio (Stolas x reader)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora