Capítulo 4: Las sombras del pasado

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ELEANOR

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ELEANOR

El sol se despedía del internado, tiñendo el cielo de naranjas y violetas. Los estudiantes, agotados por la jornada académica, regresaban a sus dormitorios. Nosotros, en cambio, emprendíamos un camino diferente. Un camino que nos conducía a la oficina del profesor, a la búsqueda de respuestas que nos liberaran de la sombra de la sospecha.

—No puedo creer que estemos aquí—dijo Lizzy susurrando.

—Es la única forma de encontrar al culpable y limpiar nuestros nombres—respondí.

—Claro que sí, Sherlock. Y yo soy el mismísimo Doctor Watson—habló sarcásticamente Bastien.

—No perdamos el tiempo—manifestó Esteban de forma seria.

La tensión del día anterior aún persistía en el aire, pero ahora estaba mezclada con una renovada esperanza de encontrar respuestas. La nota anónima, la amenaza de muerte, el secreto que nos unía: todo ello pesaba sobre nuestros hombros.

Llegamos a la oficina y nos encontramos con la puerta cerrada. Esteban, con su habitual pragmatismo, sacó un pequeño kit de ganzúas de su bolsillo. En cuestión de segundos, la puerta cedió y nos adentramos en la habitación.

—Seamos cuidadosos. No queremos que nadie nos vea— sugirió Esteban.

La oficina del profesor Bernard era un reflejo de su personalidad: ordenada, austera y llena de libros. Un escritorio de madera oscura dominaba la estancia, flanqueado por estanterías repletas de volúmenes sobre diversos temas. Un retrato de una mujer colgaba de la pared.

—Este lugar da miedo—se estremeció.

—No seas tan dramática, Lizzy. Solo es una oficina—respondió Bastien.

—Comencemos la búsqueda—sugerí.

Comenzamos a buscar, revisando cada estante, cada cajón, cada rincón. Cualquier detalle, por insignificante que pareciera, podía ser la clave que nos llevará al culpable.

—Aquí no hay nada incriminatorio—suspiro Esteban de manera frustrada.

—Yo tampoco encuentro nada—comente.

—Esto es aburrido. No hay nada aquí—se quejó Bastien mientras revisaba las estanterías llenas de polvo.

De repente, un grito ahogado de Lizzy rompió el silencio.

—¡Chicos, vengan rápido!

Corrimos hacia ella y encontramos un libro abierto sobre la mesa. Una página estaba marcada con una foto antigua, descolorida por el tiempo. La imagen mostraba a un grupo de estudiantes, probablemente de la década de 1980, sonriendo a la cámara.

 La imagen mostraba a un grupo de estudiantes, probablemente de la década de 1980, sonriendo a la cámara

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—¿Quiénes son? —indague observando detenidamente la foto.

—No lo sé, pero mira esto—replicó la pelirroja.

Señaló un nombre escrito debajo de la foto: "Edward Lowell".

—Parece un antiguo alumno del internado— indique.

—¿Y qué tiene que ver con todo esto? —preguntó Bastien.

—No lo sé, pero creo que es importante. Tal vez Edward Lowell tenga algo que ver con la muerte del profesor Bernard— analizó Esteban.

Con la fotografía como nuevo punto de partida, la investigación se intensificó. La siguiente pregunta era obvia: ¿quién era Edward Lowell? ¿Y qué conexión podría tener con el profesor Bernard?

• ────── ✾ ────── •

Bastien y yo recorríamos los pasillos de la biblioteca, como detectives en busca de una pista crucial. El silencio solo era roto por el sonido de las páginas que pasábamos con avidez. La búsqueda era ardua y tediosa, pero la determinación de encontrar la verdad nos impulsaba a seguir adelante.

De repente, un pequeño recorte de periódico, como un oasis en el desierto, llamó mi atención. El titular, en letras gruesas y negras, decía: "Edward Lowell, joven promesa del internado, muere en accidente automovilístico".

Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza mientras leía el artículo con rapidez. El accidente, según el periódico, había ocurrido en 1988. Edward solo tenía 17 años en ese momento, una edad en la que la vida apenas comienza. La noticia me dejó conmocionada y llena de preguntas. ¿Por qué el profesor Bernard tenía una foto de un estudiante muerto? ¿Qué significaba esto para nuestra investigación?

Un sinfín de interrogantes se agolpaban en mi mente. ¿Edward y el profesor Bernard se conocían? ¿Era la muerte de Edward un accidente o algo más siniestro? ¿Y qué relación podría tener todo esto con la amenaza que nos acechaba?

Levanté la vista del recorte y me encontré con la mirada de Bastien, tan intensa como la mía. Un silencio incómodo se apoderó de nosotros, cargado de preguntas sin respuesta.

—Esto cambia las cosas.

—Sí, lo cambia todo— respondí.

—Tenemos que seguir investigando. No podemos detenernos ahora— dijo de manera decisiva.

—Estoy de acuerdo. Pero tenemos que hacerlo con cuidado. El peligro está ahí fuera—balbuceé.

—No te preocupes, Sherlock. No dejaré que te pase nada.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar las palabras de Bastien. Sus ojos, llenos de una intensidad inusual, me atraían y me intimidaban al mismo tiempo. En ese instante, la puerta de la biblioteca se abrió violentamente, irrumpiendo el extraño momento.

Levanté la vista y vi a Lizzy y Esteban parados en el umbral, con expresiones de frustración en sus rostros.

—¡No encontramos nada en los archivos! ¡Parece que están limpios! —informó Lizzy con cara de frustración.

—Parece que alguien ha estado encargándose de borrar cualquier rastro que pueda incriminarlos— agregó Esteban frunciendo el ceño.

—Maldita sea, ¿entonces qué hacemos ahora? —preguntó Bastien apoyando sus manos sobre la mesa.

—Tenemos que seguir buscando. Hay algo más aquí, algo que estamos pasando por alto—manifesté.

Lizzy asintió con determinación.

El cansancio pesaba sobre nuestros hombros, pero la adrenalina y la necesidad de encontrar la verdad nos impulsaban a seguir adelante. Sabíamos que el camino sería difícil, lleno de obstáculos y peligros, pero estábamos decididos a llegar al final.

Esa noche, nos retiramos a nuestras habitaciones con la mente en ebullición. Los sueños se mezclaron con la realidad, creando una amalgama de pistas y rostros desconocidos.

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