Capítulo 3: Un secreto compartido

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ELEANOR

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ELEANOR

El frío viento otoñal azotaba las ventanas del internado, creando una atmósfera lúgubre y melancólica. Me encontraba en la biblioteca, buscando refugio del clima hostil y sumergiéndome en un tomo de poesía francesa. De pronto, un escalofrío me recorrió, no por el frío, sino por una sensación de inquietud inexplicable.

Un golpe seco en la puerta me sobresaltó. Me levanté de mi asiento y, con el corazón palpitando con fuerza, me dirigí hacia la puerta. Al abrirla, me encontré con un sobre blanco apoyado en el suelo. Lo recogí con cautela y le di la vuelta. No había remitente, solo una frase escrita en tinta negra: "El secreto que guardas te condenará".

Palidecí. La frase era una clara referencia a la carta anónima que había recibido días atrás, acusándome de asesina. Una acusación que me había parecido una broma de mal gusto, pero que ahora me sumía en una profunda incertidumbre.

Con las manos temblorosas, abrí el sobre y extraje una hoja de papel. En ella, una nueva frase, aún más escalofriante que la anterior: "No estás sola. Ellos también son culpables".

BD, LL, EB.

Me tambaleé, sintiendo que el mundo se tambaleaba a mi alrededor. La carta no solo me acusaba a mí, sino también a otros tres estudiantes: Bastien, Lizzy y Esteban. ¿Qué secreto compartíamos los cuatro? No tenía respuestas, solo una creciente sensación de miedo y paranoia.

Me apresuré a la habitación que compartía con Lizzy, donde encontré a la chica pálida y temblorosa. En su mano, sostenía una carta idéntica a la que yo había recibido.

—¿Qué significa esto? —preguntó Lizzy con voz apenas audible.

No pude responder. Mi mente era un torbellino de preguntas y dudas. ¿Qué secreto compartíamos? ¿De qué nos estaban acusando?

En ese momento, un golpe en la puerta nos alertó. Bastien y Esteban irrumpieron en la habitación, con el rostro marcado por la preocupación.

—¿Qué pasa? —preguntó Bastien, al ver la angustia en nuestros rostros.

Le mostré la carta. Él la leyó en silencio, y luego sus ojos se encontraron con los míos.

—Yo también recibí una —dijo con voz grave.

Esteban, con el rostro pálido, sacó una carta de su bolsillo.

—Yo también —dijo con un hilo de voz.

¿Es la única carta que les enviaron? —pregunté con el corazón palpitando.

Esteban, con el ceño fruncido, negó con la cabeza:

No, hace unos días encontré una en mi escritorio. No recuerdo bien qué decía, pero algo de asesino...

Bastien, con un tono serio, agregó:

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