A walk into space

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En aquel pasible momento, a Damián no se le había ocurrido mejor cosa que recostarse en el suave campo y disfrutar del oscuro lienzo que presentaba la noche, mientras de fondo sonaba A walk into space. En esa pintura que Damián se dibujaba en la mente, Mercedes era el único trazo que no encajaba.

Estaba encima del verde pasto, y no había absolutamente nadie más a su alrededor, salvo los salvajes gatos que de manera casual siempre aparecían bajo el oscuro manto de la noche, y que iban yendo de sitio en sitio. Por primera vez en mucho tiempo, se volvía a sentir un espíritu solitario.

En realidad, estaba igual de atrapado de lo que en verdad estaba libre.

Un profundo silencio evitaba al lugar sentirse natural, como si algún factor del alrededor hubiera sido cambiado; algo evitaba la completa comodidad y producía sentimientos confusos. El vacío era predominante desde el momento que desapareció la luz natural del día, y la artificial tomo control de todo lo que alcanzaban a ver, dando un toque arcaico y raro a todo. De por sí las casas que había estaban en bastante mal estado, con grietas o pintadas horriblemente, en garabatos sin sentido y a la vez perfectos. Ahora la luz de los postes venía a manchar todo.

Apenas y el pasto se movía, pero se mostraba gloriosamente verde y natural por las estrellas. Aunque silencioso, consolaba un poco a Damián.

El frío ya le calaba los huesos a aquellos adolescentes, trayendo fuertes y rapidas brisas. Era un frío de pocas veces verse, cruel y solitario, y del que sólo sintiéndose es capaz uno de comprender los adjetivos que tanto se expresan de él.

Ambos tenían suéteres, pero igual se sentia el aire dañino, por lo cuál, Damián, con bonita y humilde sonrisa, le habia ofrecido estar a su lado a aquella muchacha y compartir algo del calor, haciéndole un ademán de bienvenida a la vez que sostenía la manta. Pero ella, con una cara de completo agotamiento y desagrado hacia todo, simplemente lo rechazo y decidió seguir lejos de él.

¿Qué haría para no morir del frío aquella noche? Simple: solo agarro y fumo un poco de su vape. «Me había dicho que lo había dejado» pensó el chico de pelo salvaje, recibiendo como única respuesta una mirada engreída de aquella rubia diabla.

En su interior, Damián se sentía acabado. Todo el entusiasmo que alguna vez habría tenido al pensar en escapar de casa para estar junto a ella, se habían ido, y todo le parecía estúpido. Sus anhelos y deseos ahora eran simples pensamientos de un infante, un infante estúpido. El mismo busco escapar de sus pensamientos y centrarse en ese cielo negruzco, que ahora buscaba descifrar.

El oscuro manto (tal vez pintado con late cósmico) era un océano en el que flotaban perlas sin vida que no hacían más que quedarse quietas y brillar fuertemente. Toda la oscuridad que traía la luna (gran y blanquecino satélite de perpetua soledad) rodeaba todo lo que veían los ojos de los chicos.

En el fondo, aunque sabía desde niño la carencia de vida en los demás planetas del sistema solar, siempre había tenido el presentimiento de que él en algún momento había vivido en alguna parte deo tétrico espacio exterior. Si no, ¿cómo podía ser posible que se sintiera tan familiarizado con el espacio? ¿Cómo es que podía ponerse tan nostálgico por lugares que nunca había visitado?

«Si en algún momento yo viví ahí, solo espero irme allá lo más pronto posible»

Nada del cielo escapaba de ese extenso negro y todos los objetos eran carcomidos en las sombras; incluso los sentimientos y seres, que tenían una forma de ser antes del crepúsculo, estaban cambiados y adquirían un tono melancólico. Ahí sonaban los maullidos de los gatos y los recién surgidos sonidos de los chochos.

También Mercedes había cambiado... Su amarillento pelo ahora mostraba su negro original; su mirada era vacía y su posición no parecía comoda. Parecía una estatua rigida, con muecas de cansancio, sosteniendo su barbilla en su palma, apoyando el codo en la rodilla.

—Ya quiero ir a casa —dijo secamente Mercedes, apenas haciendo movimientos con la cara.

Otra fumada al vape, otra succión al alma de Damián.

—¿Acaso no quieres ya ver este cielo que se nos muestra hoy? —respondió Damián, con total deseo de proseguir su actividad—. En serio es hermoso el paisaje que se observa allá arriba.

—Que se joda —otra palabra seca y sin ánimo—. Este frío ya no es cómodo, y parecemos pendejos estando hasta estás horas y en el mero frío.

Damián recordó la cara algo alegre que había tenido ella al comentarle él sobre ese plan, todos los bonitos comentarios que había soltado en los momentos antes de ejecutar su plan, y noto el hartazgo que ahora estaba teniendo. Rememorando aquello, ahora se sentía más miserable, y sentía que había fallado.

—¿Qué te ha hecho despreciar de pronto esta noche? —preguntó, con un tono que mostraba genuina preocupación.

—Que importa —levanto los ojos y su mirada se noto más vacia—. Todo ya me tiene harta y simplemente quiero dormir —leves movimientos hacia con la cabeza— ¿No entiendes?

—¿Así de simple...? —él parecía no querer aceptar lo que pasaba.

—Así es de simple, carajo —su tono ahora mostraba completo hartazgo y uso de la fuerza—. Ya no quiero esta noche. Estoy cansada... solo quiero largarme y dejar todo atrás. Solo quiero...

«¿Escapar de ti?»

Esa penetrante y enfurecida mirada que de pronto se le dirigió, le mostró lo que ya sentía. Ni siquiera se necesito decir nada más para que por fin Damián se derrumbara. Ella volvió a su posición original, otra vez dándole la espalda. Una última mirada le dirigió Damián al cielo; sus ojos eran acuosos y soñadores, y en su apariencia parecía un niño, uno derrotado por la vida. Una tenue lágrima salió; todo sentimiento o acción ya no importaba a los ojos de ese vasto cielo, que lo contemplaba a él, minúsculo.

Toda música ceso. Todo finalmente acabo. Mercedes había ganado.

Relatos de la juventud modernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora