Teodoro en su laberinto de la soledad

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El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una ilusión -cómo a veces lo es el de la inferioridad-, sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos.

El laberinto de la soledad.

Muy poco es lo que sé de este mundo, en el que mi existencia es relativamente reciente (ocho años). Y, sin embargo, muchas son las dudas que me surgen a diario. Mi mamá muchas veces me dice, de una manera un poco indiferente, que lo que yo poseo, una juventud prospera y esperanzadora, es lo que muchas mujeres y hombres de su edad quisieran, y que por eso debería dejar de mortificar mi pequeña cabeza con esa clase de pensamientos.

Al menos oír eso es mejor que cuando dice que mis preguntas son estúpidas e irrelevantes, y que mejor me las guarde... Pero claro, es mi mamá, y yo tengo que obedecer.

Estar la mayor parte del día en esta casa llega a ser muy aburrido, y frecuentemente estoy desesperado de diversión. En esta pequeña habitación siento el tiempo como algo físico que apenas pasa, y por ende mi mente llega a enloquecer en busca de nuevas diversiones. Y, a falta de momentos recientes que me entretengan, recurro a sumergirme en el pasado...

Hace mucho se celebró mi cumpleaños número ocho. Por lo que he visto en la tele, los cumpleaños llegan a ser festividades en donde varias personas se reúnen; he visto que son festejos llenos de alegría, ruido y acción.

Sin embargo, a la hora de recordar mi cumpleaños, me encontré con una festejo leve en el que solo estuvimos mi mamá, mi vieja abuela (“esa arpía milenaria” como he oído que mi mamá le llega a decir, aunque no entiendo muy bien el uso de esas palabras), y yo. En las caricaturas los pasteles llegan a ser rosados y hasta gigantescos. Este fue uno entre blanco y café y bastante pequeño

Ni siquiera sé cómo fui capaz de convivir tan tranquilo aquella fecha, estando junto a mi madre. Incluso cuando cortaba el pastel para darme mi rebanada, vi mero desprecio en su mirada, y apenas y me dio la rebanada en el plato. No obstante, agradezco que no me haya llamado idiota por haberme emocionado demasiado a la hora de desenvolver mi regalo, lo cual no fue muy difícil, pues apenas y se tomó el tiempo de envolverlo y había montones de lugares que revelaban la caja blanca que había detrás.

También agradecí que ella no hubiera llegado “en estado inconveniente” cómo otras veces ha hecho...

Todavía recuerdo cómo ocurrió aquello en mi cumpleaños pasado.

Bien recuerdo que fue en la noche. Aquel día no célebre mi cumpleaños (aunque no son pocas las veces que se ha olvidado). Mi única compañía aquella noche era mi abuela. Cómo imaginarán, esa arpía milenaria no se acordaba de mi cumpleaños. No sé lo recriminó, pues estaba demasiado sumida en su sueño, al punto que ya estaba pensando que se había muerto.

Cómo mencioné anteriormente, no fue hasta la noche que regreso mi mamá. Desde dentro de casa oí sus pasos, y quise abrir la puerta. Al instante de abrirla, me impacto un severo golpe y caí de espaldas. Estando tendido en el suelo, con un poco de dolor, empecé a presentir que algo esperaba suceder. Tan solo por el tono de su voz, ya sabía cómo iba ella a estar, y lo que me podría esperar...

—¡Oh, Teodoro! —se me quedo viendo un momento, primero pareciendo confundida y luego irritada. No lo hacía firmemente, pues incluso se tambaleaba—. ¡Levántate, chamaco idiota! ¿Por qué andas despierto hasta estas horas?

—Pues... hoy era mi cumpleaños... —dije, tímidamente, ya levantado y viendo con creciente miedo a mi madre— Esperaba que...

—¡Déjate de chingaderas! —dijo, con notable enojo—. ¡Vete a dormir ya y no me molestes, chamaco idiota!

Relatos de la juventud modernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora