Días calurosos

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Estoy sentado en una vía de tren, bajo un cielo que me mata con semejante calor. Aún con el calor que impregna este sitio, y que en otro caso me haría sentir incómodo el estar sentado en tan caliente pedazo de metal, realmente estoy tranquilo. Para ser honesto, ya ni distingo lo que debería ser cómodo, y todo me parece que está igual.

Yo solo espero que llegue Germán.

Unos shorts azules, tenis blancos, una playera blanca y una gorra azul: es el mejor atuendo que se me ocurrió para estar aquí, este lugar que es casi un infierno. ¿Bastante comodo, no? Espero y no cause una mala impresión en Germán, si no me mataría por ser tan pobre.

Muevo ansioso la mirada, mi único gesto de ansiedad, y veo todo lo horrible que tiene este asqueroso lugar. Arcaicos son los trenes que están por todos lados, los cuales ya mueven y parecen sacados de una antigua civilización. El sol calienta todo y no puedo tocar nada sin sentir su destructivo tacto. Piedras pequeñas están esparcidas por todos lados, y, en general, todas las construcciones son viejas y feas.

¡Es un infierno capaz de convertir en un psicópata amargado a cualquier persona capaz de llegar aquí!

Para mi mala suerte, nací aquí.

Desde mi nacimiento (hace ya más de quince años), he vivido por estos lares y todo ya me es conocido, pero no por eso menos odioso; mi oído no es como el de los otros, de tantos sonidos producidos por esos malditos trenes, que he tenido que soportar desde chiquillo y no dudo que uno de estos días terminaré por meterme un cuchillo en las orejas para que ya terminé de afectarme esto; la única arena que han tocado mis suaves pies (tal vez el único rastro de sensibilidad que tengo en el cuerpo) ha sido la de las construcciones; cada verano me ha parecido peor que los demás, lo cual apoyaría a cada vez esté más negro; y básicamente he recorrido suficiente este lugar para entender que vivo en un infierno. Aunque, realmente no me puedo quejar (no mucho).

Poco es el convivió que tengo en estas desoladas tierras, donde todos son igual de vulgares que yo y casi ningún sitio es cómodo (aunque es poco mi idea de algo que sea cómodo) o para sentarse a charlar. Nada es bonito por aquí. Es por eso que ansío tanto a Germán...

Ese muchacho tendrá mi misma edad y aun así resulta una especie de antítesis de mí. Uno de los pocos libros que he conseguido (pues, aunque la lectura digan que es un placer sano, yo apenas y tengo tiempo y dinero para esas cosas, aparte de que apenas pienso en ellos a la hora de cobrar mi sueldo) fue uno llamado Muerte en Venecia.

¡Por Dios, que casi creí ver en ese chico una especie de encarnación de Tadzio!

Lo sé, lo malo de los libros es que, aunque resulta bastante interesante leer y analizar su contenido, nunca encuentro gente con la que me pueda confiar para platicar un rato sobre ellos. Lo sé, incluso estando rodeado de pendejos, yo me considero uno más solitaria.

Mis amigos siempre ven con desprecio eso, y prefieren joderse la vista con sus malditos celulares, antes que ser un poco más libres. Claro, yo tendría uno, si no fuéramos tan pobres, pero aunque sea un poco me hace sentir más inteligente entre esos bastardos que llamo compañeros. ¿Tengo que aclarar que los odio?

Una vez incluso alguien agarro mi libro, en uno de esos pocos días que tenía ánimo de leer en la escuela. Cómo adivinaran, una bestia de mi calibre no tuvo mejor manera de responder, que golpear su puta cara contra mi puño, hasta que me agarraron y me suspendieron.

Para mi suerte, el ser suspendido me dio la oportunidad de tener un poco más de tiempo para arreglarme y no verme tan mugroso para con Germán.

En serio, no quiero defraudar a ese Tadzio.

En él veo un chamaco que yo hace mucho tiempo que no soy. Desde el primer momento que lo vi, note en su piel blanquecina como la leche algo que ya está fuera de mí, una imagen oculta, un retrato que quería dibujarse en mi mente, pero no lograba crear. Es mágico que un chico de su clase haya parado a este pueblo del diablo: quizá se trate de un ángel redentor. Y eso me interesa bastante.

Relatos de la juventud modernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora