—¡Hijito! —exclamó la madre, con la voz quebrada, no pudiendo contener el llanto que salía en manantiales por sus lagrimales y recorría sus mejillas y barbilla, en un lago de infinita tristeza— No sé de que manera decirte esto... —los pensamientos de la pobre mujer estaban hechos un desastre a este punto— Pero hoy... Encontraron a tu hermano muerto.
Todo el tiempo pareció detenerse para el pequeño y miserable Serafín Morales, que de pronto se sentía atrapado en un sitio de malos sentimientos, y que lo hacía sentir aún más insignificante ante el universo de lo que ya era. Notaba cómo todo su mundo se derrumbaba, con su interior, donde se quebraban todas las estructuras. Su corazón estaba herido, perforado por esas palabras, sangrando a chorros. Su alrededor, estaba convertido en un lugar confuso, en un paisaje onírico del que no conocía nada, y que lo hacía sentir atrapado, en un mundo del que ya no era dueño. Tras el derrumbe y la acuchillada que se le había provocado, podía sentir el frío que lo invadía, gélido y destructivo. No tuvo deseo alguno en su ser vacío, aparte de tirarse a los brazos de su madre, llorando, como el niño indefenso e inocente que era.
—¡Dime qué es mentira mamá! —fueron las débiles palabras que salían de sus tembloroso labios, que poco podían formular las palabras— ¡Por favor, que esto sea una equivocación, mami! ¡No puede ser verdad! ¡No puede ser verdad!
Los hechos eran recientes, pero muy verídicos. Habían sido comprobados, lamentablemente, por el propio padre del chico, que lloro tan solo de ver la cruel escena que se mostraba ante sus ojos, una imagen brutal para ser contemplada por un ser querido. Fue una escena horrible: los cesos del chico estaban fuera de su cabeza, destrozada, figurando a una maldita calabaza que fuera destrozada por una bota. Estaba completamente tirado en el suelo, con la moto a un lado, y a su alrededor había un montón de gente que veía la imagen que se mostraba ante sus ojos con completo horror, incrédulos de las malas bromas que juega de vez en cuando el universo, y que habían sido aplicadas en su pobre hijo. Fue un rumor que se corrió rápidamente, y que dio fin al drama que surgió por el paradero del muchacho. La trágica verdad ya se mostraba ante los incrédulos ojos del hombre.
—¡Tu papá lo vio, Serafín! —decía la madre, teniendo que hacer entrar razón a su muchachito— ¡Tu papá mero vio como estaba tu hermano ahí, muerto!
“Dime cómo mueres y te diré quién eres” es la ingeniosa frase de Paz mencionada en el Laberinto de la soledad, que, sin razón aparente, vino de pronto a la mente del pobre padre, tiempo después de que llegaran las ambulancias a recoger el cuerpo destrozado de su retoño. Ahora estaba sentado en una banqueta, únicamente acompañado por la soledad, pues ninguno de aquellos chismosos que fueron a ver el cadáver de su hijo, tuvieron la decencia de consolar al padre. Esa frase de Octavio le venía ahora a la mente ¿Sería verdad aquello, o solo era una mala suposición, cómo algunas de las otras anotaciones que había encontrado el señor Morales en el libro? La tristeza le había hecho pensar por primera vez en todo eso, después de haberle comunicado la noticia a su esposa, y entender que la tristeza seguiría por mucho tiempo más. Recordaba con completa melancolía esos recuerdos que tenía de su hijo, mortificando su alma con cada uno que le llegaba a su memoria, y que lograba entristecerse aún más.
—P-pero ¿cómo pudo haberse muerto? —preguntaba el triste chico, no comprendiendo aún a lo que se enfrentaba— ¿Por qué se fue?
Era obvio lo que había sucedido: Jose Morales, en uno de sus tantos momentos de rebeldía, y tras una acalorada discusión con sus progenitores, se había marchado del hogar, en su moto recién comprada (la que, irónicamente, había sido la problemática que originó la discusión), y había desaparecido por varias horas. Este tipo de situaciones era algo común, y vaya que siempre causaba molestia y preocupación en sus atormentados padres, que no podían hacer nada ante ese comportamiento. Habían probado de todo, y el chico seguía haciendo de las suyas, cada vez más agresivo con ellos. Parecía un perro salvaje, que seguía al destino e ignoraba al resto del mundo. Si, esa manera de vivir tenía que ver con el tipo de muerte que le había tocado. Era algo lamentable, y que muchas veces parecía incomprensible para ellos (claro, hasta que los recuerdos lo hacían rememorar las consecuencias a detalle).
—Oh, hijito, eso es algo muy difícil de contestar —respondió la deprimente madre, ya aceptando a la calamidad en su vida—. Eso ya no es de ahorita, eso viene desde hace mucho
Él simplemente se había podrido después de probar tantos vicios, desde sustancias prohibidas hasta actividades ilícitas, constantemente siendo tentado por los que se decían sus amigos, siempre dispuestos a tentar al chico. Su mundo era prácticamente un lugar de caos, lleno de actos prohibidos, y esa clase de cosas que no se hablan en la mesa, pero que todos saben que suceden.
—Fue una estupidez, Serafín —la depresiva madre acariciaba el cabello de su hijo, tratando de calmarse—. Hizo una estupidez, pero no se merecía nada de esto, mi chiquito. Si te soy honesta, a veces hasta yo cuestionó a Dios.
Esos motivos eran claros, pero también había que hacer más memoria para entender la situación actual; el problema también tenía origen en la infancia, cuando el muchacho no pudo probar suficiente afecto, ni de parte de su madre (una señora que casi siempre estaba trabajando) ni de su padre (hombre que, aparte de estar trabajando, era muy distante). Eso mostraba que desde su estado más infantil, se encontraba rodeado de un mundo hostil, en el que no podría desarrollarse de buena manera la vida de un chico. Eso era lo que más mortificaba al padre.
—También nosotros tenemos la culpa, Serafín —confesó la adolorida madre.
El destino no se había cuestionado en absoluto sus planes, al momento de haber aplicado sus mañas en la vida de José; eso pensaba el señor Morales, al ver que la vida de su hijo ya parecía estar escrita. Si, el destino nunca se cuestiona lo que hará con sus jugadores, y por eso siempre pasan las cosas, sin que nada se pueda hacer para cambiarlas. Había logrado que el pobre de José Morales fuera a andar por largo rato en la carretera, para que se fuera después a tomar alcohol, y lo había obligado a conducir la moto en tan deplorable estado, provocando, finalmente, su muerte; en definitiva, un relato de lo más simple y burdo, pero eso había sido la muerte del hijo. Eso entristecía de sobremanera al miserable señor, al entender la carencia de importancia que tenía todo eso, comprendiendo que todo eso no era más que un asunto burdo y que no tenía relevancia alguna para el mundo, que incluso era algo común. Esos pensamientos venían de pronto a la cabeza del hombre, pareciendo incluso que la lluvia que caía era quien le atribuía esas ideas, en un evento mágico.
—Pero Dios es bueno, ¿cómo pudo permitir que algo así pasará?
Desgraciadamente, sus creaciones no siempre lo son. Jose, no había sido un santo, ni murió como uno. Esa era la cruel verdad que tendría que cargar Serafín Morales por el resto de su vida, al haber sabido... Que su hermano no era más que un muerto más.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de la juventud moderna
Short Story(Créditos de la portada: @fiore0217) Una antología sobre la adolescencia en estos tiempos modernos, en los que cosas como las adicciones o las redes sociales han cambiado mucho a los jóvenes. Aborda temas como la soledad, la juventud, la orientació...