Teodoro más allá de su laberinto de la soledad

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Estos días me siento de nuevo un niño. Realmente todo parece estar cambiando a mi alrededor, pero yo experimento cosas que hace ya mucho que no siento. El nuevo mundo en el que ahora vivo parece estar recobrando ese aire de misterio e intriga, y todo agarra mi curiosidad. Solo quiero recorrerlo, perderme en él y vivir de nuevo mi infancia (aunque ahora sí feliz).

Hace ya un mes que entre a la prepa, luego de ya habernos acentuado en este mágico pueblo. No miento cuando digo que este lugar tiene un encanto muy diferente a muchos otros en los que he estado (y en los que no he podido quedarme mucho tiempo). Todo se siente refrescante y ¿bonito? Es como si mis emociones se hubieran renovado, como si todo adquiriría ese aire magia que habían perdido hace ya mucho.

Oh, pero no puedo ignorar que también sentí miedo tan solo de pensar en recorrer esas instalaciones. ¡Oh, que frescos me vienen a la mente esos momentos en los que andaba hasta temblando del miedo por salir de mi cuartito!

Recuerdo que estaba en mi cuarto, sentado en mi camita mientras veía YouTube, para ahogar esas preocupaciones que empezaba a tener. Hasta frío tenía esa mañana en la que faltaban solo cinco días para entrar, y por eso andaba con una cobija. Mientras tanto, mi mente era un tornado, en el que los pensamientos volaban; de repente recordaba a mi mamá diciéndome que no anduviera preocupado (que por ser esas unas preocupaciones son demasiado estúpidas); o de repente recordaba de nuevo mi preocupación, y me atormentaba de nuevo; o incluso recordaba una cosa sin sentido.

Ni que decir de como andaba muriéndome de los nervios el día que por fin entre a esas instalaciones.

Tan solo el haber entrado a la escuela, ser visto por el guardia y por otros compañeros que esperaban a que llegaran otros, me hizo sentirme de lo más nervioso. Cada paso que daba parecía costarme, y entre los árboles que había por todos lados y el clima que había (no muy soleado que digamos), me hizo sentir como si estuviera en algún bioma extranjero.

Lo peor era que cada vez se acercaban más personas a mí, como si todos ellos buscarán sacarme de mi soledad a la fuerza. Casi que sudaba al tener gente a mi lado, observándome o incluso juzgando cada característica de mí.

No sé cómo pude llegar a un salón de clases sin antes haber escapado de aquel lugar por la ansiedad que me producía.

Afortunadamente, pude por fin llegar al salón donde darían las clases. A decir verdad, resultaba agradable, pues ahí no parecía haber una temperatura tan extrema, y las ventanas me daban la oportunidad de poder ver el hermoso mundo. Definitivamente estaba nervioso, pero esperanzado por lo que viniera.

Ahora solo faltaba conocer a mis compañeros y pasar buenos momentos de ahora en adelante.

Ya ni me acuerdo cómo, pero en poco tiempo me hice de más amigos. Desde el fortachón Octavio, hasta el flaco Cristian; pasando por el agradable Damián, hasta toparme con el medio agresivo Michael; teniendo contacto con el vulgar Serafín, hasta tener una charla con el inocente Germán (que aún no entiendo cómo ellos dos pueden llevarse tan bien).

Oh, no quiero alargarme en todos esos agradables momentos que viví en la escuela. Es tan agradable por fin haber escapado de la soledad.

Sin embargo, el día de hoy me ocurrió una cosa de lo más increíble. No sé cómo empezar con esta narración, pues realmente tengo muchas cosas que pensar.

Ese chico, Damián, de pelos rebeldes, me invitó a una fiesta. Por un lado, me emocioné cuando llegó a mí, mientras comía en una banca de cemento, y por el otro me sentí inquieto al nunca haber ido a una y no tener un punto de referencia para decir si sería una buena o una mala idea.

La preocupación por momentos me dominaba, pero también se me quitaba un poco cuando veía su sonrisa (que es realmente tranquilizadora). Vacilaba de momentos y él no perdía su esperanzadora sonrisa. Casi que me sentía atormentado por tener su mirada y su linda sonrisa hacia mí.

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