Días especiales

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Nota del autor:

La imagen de arriba, se trata de un dibujo hecho por una amiga muy apreciada, que retrata a Serafín y Germán (tal vez los personajes mejor descritos en esta antología). Ella no ha querido crédito por dicho dibujo, pero a ella, que muy probablemente esté viendo este relato, le agradezco profundamente su ayuda por tomarse el dibujo de hacer un dibujo tan bonito.

Dios te bendiga, tú qué estás leyendo esto.

Ahora sí, lee está maravillosa obra a gusto.

(Recuerden esta canción)

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En aquel momento, tenía miedo del futuro; de nuevo era aquel muchacho indefenso de la secundaria. Al mismo tiempo, me sentía chingón conduciendo mi moto a máxima velocidad, con Hayloft sonando al máximo volumen en las solitarias calles. Quería sentirme seguro en mi inseguridad

Ese era yo esta noche: un rebelde caballero de mirada apática que se abría paso entre la oscuridad que aquella noche me envolvía. La moto iba a más de setenta kilómetros por hora y no tenía control alguno en mi agresivo camino.

Era una noche loca: la brisa no hacía más que impulsarme, las luces no alumbraban el camino y silencio hacia sonar más fuerte la canción de Mother Mother. Cómo único acompañante de mi desenfrenada travesía estaban un par de piernas y brazos que, desnudos y a merced del frío, envolvían mi gélido cuerpo. Aquel acompañante era Germán.

La riña que habíamos tenido en la fiesta se había tratado de un conflicto que calaba en lo más hondo de mi mente. Los golpes y las palabras del que había sido mi más cercano amigo seguían vagando por mi memoria. Había afectado tanto aquello a mi mente, que incluso costaba trabajo mantenerse atento a lo que ocurría alrededor. Tan disociado estaba en mi mente, que en ese punto ya ni la vida parecía importarme; mis ojos no hacían más que ir de un lado a otro, fijándose en las rutas que debía seguir, pero sin llegar a concentrarse en los múltiples problemas que podrían encontrarse.

-Oh, perdoname, Serafín -dijo de pronto el alcoholizado mozuelo-. No era mi intención hacer... Eso -me era difícil entender si esa manera de hablar era producto del alcohol o de la pena que lo aquejaba-. Perdoname, amigo.

-No te preocupes -le respondí, intentando ser frío una vez más-. Todos cometemos errores, en especial si uno está afectado por el alcohol.

No quería dañarlo. Quería tener completo control sobre mí.

-Es que me siento como una mierda... -la tristeza se hacía más notoria en las palabras de Germán-. No debería haber hecho una tontería así. Actúe como un imbecil, sin justificación alguna.

-Creo que también yo me merecía lo que me hiciste. Entiendo que puedas sentir... -¿celos? ¿esa era la palabra que debía emplear?- Sentirte excluido, porque ya no convivo tanto contigo.

No salía ninguna palabra de sus labios. Sentía como se aferraba cada vez más a mí, pero lo hacía con una especie de desesperación; sus manos y piernas eran cada vez más duros y se aferraban con mayor agresividad a mi cuerpo, como si no quisiera soltarme.

Relatos de la juventud modernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora