Narraciones extra ordinarias

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El clima hoy es especialmente terrible. Siento como sus crueles y dañinos rayos doran y dañan mi delicada piel. Tal vez la situación ha sido así desde hace mucho tiempo, pero, hasta este día, puedo comprobar que tan terrible resulta salir con el sol queriéndome matar.

Ni siquiera alcanzó a entender el motivo específico por el cual nuestra estrella nos cobra tanto odio. Bien recuerdo que hasta hace unos años no pegaba tan fuerte. Quizá soy yo quién provocó al sol, y por eso a mí me está afectando mucho más que a los demás. Si, definitivamente el solitario Christian Gaytán ha sido el causante de la irá del sol.

Estoy seguro que hay algo mal conmigo... En lo más profundo de mi dolida alma, alcanzó a percibir un cambio que me está afectando. Pero sé que soy muy tonto y no alcanzo a percibir de que se trate dicha anomalía. Tampoco hay nadie a mi alrededor capaz de ayudarme con dicho problema. De nuevo, este deprimente día soy solo yo, y mis estúpidos sentimientos.

Por un instante, me olvidó de este decadente presente y pruebo con sensible tacto esos recónditos recuerdos de mi pasado, esos que como el vino se han añejado y han cobrado un renovado sabor de caramelo.

Eso me sirvió de pretexto para ir a aquel árbol, al cual constantemente voy en esta clase de momentos. Pese a hacer un calor insoportable, la brisa es fuerte, por lo que entre estar al aire libre, pero protegido del sol, me parece la decisión adecuada.

Cómo quiero a ese árbol.

En eso, entre el pensamiento y ejecución de mi acción, recuerdo algo: se supone que hoy debía ir al cumpleaños de un amigo: Germán. Sin embargo, tengo mis razones para no querer ir allá, razones que ni siquiera tengo que explicar. Solo de acordarme de ellas, siento frío en este infierno en vida.

Siento feo por dejar solos a mis demás amigos, aunque de todos modos ellos pueden entender la iniciativa negativa que tengo.

Sin embargo, antes de por fin ir al árbol, voy a la cocina, en búsqueda de una naranja.

Mientras la pelo, veo a mis padres. Cómo siempre, solo tirados por ahí viendo la tele. Ya están bastante mayores, por lo que soy el encargado de cuidarlos. No tengo problema con ello; no hay ya prácticamente quien me diga lo que tengo que hacer, pues ellos apenas me discuten lo que yo hago. Aparte, me siento bastante bien sabiendo que soy ahora yo el que los ayuda, dándoles más dinero del que les da su pensión a ambos, comprando a veces medicinas para sus enfermedades que tienen luego, y pasando luego tiempo de calidad jugando algo.

En medio de esos pensamientos, me cortó accidentalmente un dedo. No le tomó prácticamente ninguna atención, por lo que agarró otra naranja y hago el mismo procedimiento, de la misma manera calmada, aunque ahora viendo lo que hacía y no distrayendo mis pensamientos.

Al final, recogí todos los pedazos de naranja que había recolectado. Con esa jugosa fruta, salí de ahí, deje a mis padres y salí al campo. Era como liberarme por un momento de mi prisión, aunque fuera una salida falsa.

Afuera, contrastando el ambiente algo seco y apático donde estaba hace unos segundos, se encontraba el fresco y cálido campo. El sol era brillante, con sus rayos fuertes en todo en lo que pegaban; el pasto era colorido y hasta parecía tener algo de vida, y el árbol que estaba frente a mí era considerablemente grande.

Sintiendo el refugio en la sombra, me arrodilló ante él. Me siento curioso al sentir el pasto en mis pies desnudos. Es como si me acariciara, cómo si se moviera entre mis dedos. Parece un ser vivo aplastado bajo mis pies, suplicante de comprensión para que quitará mis pies de él.

Pero no lo hago.

El frescor me pega en la cara, a la vez que siento como mueve en mi cabello (algo fácil, al estar tan melenudo y despeinado).

Relatos de la juventud modernaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora