Todo el mundo que se reflejaba ante mis ojos, estaba desapareciendo. Ese sitio, y todos los componentes que creaban ese lugar, en el que me había divertido, perdiendo minuto tras minuto, hora tras hora en hacer estupideces, ya se estaba yendo para nunca más volver.
Faltaba solo un día para que entrara a la preparatoria. Sabía cuándo regresaría desde el día que empezaron mis vacaciones, pero hasta hace cinco días fue cuando empecé a preocuparme por perder todo ese descanso. Empecé a amargarme los días pensando en como ya se había acabado todo (aun cuando tenía como ciento veinte horas de descanso antes de que volver a clases). Maldecía cada noche el que me hubieran dado vacaciones; ¡¿para qué darlas si al final me las iban a quitar!?
¿Para qué darme tanto tiempo si al final termino desaprovechando todo en puras estupideces? Era lo que normalmente pensaba, estando esa cama, valiendo verga mientras veía melancólico el techo con grietas de mi casa.
E incluso, con tantos pensamientos de preocupación por tanto tiempo derrochado, estando tan preocupado de que llegara por fin el día que diera final a mis vacaciones, el momento en el que me di cuenta que todo había ya acabado llegó repentino y hasta yo me sorprendí por su llegada.
Cómo no había pensado una mejor cosa que hacer (pues pensaba que ya no habría tiempo para hacer cosas interesantes o importante), se fue junto a Íker.
El sol nos pegaba fuerte estando sentados en los escalones de piedra, esos pilares que transportaban al desolador desierto y que absorbían la calidez o el frío de alrededor. Era tanta la temperatura que había agarrado el escalón donde nos sentamos, que ya nuestras nalgas habrían quedado derretidas de no haber sido por la manta que pusimos encima de nosotros (cobija que de hecho era propiedad de un vagabundo que no había vuelto desde hacía una semana).
Íker, como muchas otras veces, fumaba al lado mío. El rubio podía fumar a gusto debido a ser un año mayor que yo, y por eso lo hacía tan libremente. Aunque, en realidad, ya se me había antojado uno de aquellos cigarros, posiblemente de haber visto a mi padre fumar cajetillas enteras de ellos (aunque muchas veces ver los vicios de mis padres resultaba desagradable; pero si que parecía atractiva la idea de probar uno de ellos).
—¿Me das uno? —pedí, sonando como un niño.
—No seas pendejo, Serafín —Íker terminó de fumarlo—. Tú ni has entrado a la prepa, güey.
—Vamos, dame uno. Siempre los he querido probar.
—Si cómo no, chiquitín. ¿Qué tal si tu mamá me descubre y me pega o me hace algo?
—Sabes que a ellos apenas y les importa si algo me pasa fuera de casa. Mi mamá hace como que me regaña, pero después me dejan en paz. Mucho más si mamá trabaja y me quedo con papá.
—Igual no me voy a meter en problemas con la señora Morelos —Íker sabía muy bien que odiaba como la llamaba, y por eso sonreía—. ¿Qué tal si al Señorito Morales le da pulmonía por andar con el cigarro? ¿Y qué tal si luego me cobran tu trasplante de pulmones?
—Eres un idiota —fruncí las cejas—. Y te dices mayor que yo.
Un prolongado silencio se hizo presente mientras empezamos a mirar a un perro que paseaba por ahí. El perro se veía igual de sediento y hambriento que nosotros, y por ende iba caminando por ahí, como buscando que tragar o hacer.
—Extraño tanto a Germán... —el recuerdo por aquel chico me puso melancólico y agaché un poco la cabeza.
—¿Tu novio, verdad? —una ligera carcajada le salió al rubio de dientes del mismo color.
—Tú que dices, idiota. Desde que te dejo esa chica en la infancia ya ni has salido con viejas —había dado un buen golpe sin tener que usar la fuerza.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de la juventud moderna
Short Story(Créditos de la portada: @fiore0217) Una antología sobre la adolescencia en estos tiempos modernos, en los que cosas como las adicciones o las redes sociales han cambiado mucho a los jóvenes. Aborda temas como la soledad, la juventud, la orientació...