capitulo 17

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Me levanté sin hacer ruido.

Siyeon dormía profundamente. No había prisas. No tomaríamos nuestro avión hasta el mediodía.

Me puse unos pantalones de deporte, una sudadera y me calcé las chanclas. Solo necesitaba unos minutos, unos pocos minutos, nada más.

No tuve paciencia de esperar el ascensor así que bajé por las escaleras. Temía que mi indecisión hubiera hecho que ya fuera tarde. Aceleré en los últimos tramos, casi saltando los escalones de dos en dos.

Aparecí en el vestíbulo del hotel con el corazón y la respiración acelerados. Mirando a todos lados.

Allí estaba Jinjoo, dándole indicaciones a un botones sobre sus maletas. Fui hasta ella, que al verme venir me sonrió y alargó una mano para saludarme.

―¿Y Yoongi?―le pregunté, sin prestarle atención.

Pareció confundida por mi comportamiento. Me miró con la frente fruncida, pero al fin determinó que aquello era cosa de hombres, una de esas cosas que ella jamás comprendería. Volvió a sonreírme.

―Está fuera, fumando. Voy a entregar la llave y nos marcharemos de inmediato o no tomaremos el avión. ¿Siyeon sigue...?

No oí el final de la pregunta porque me dirigí a la puerta sin pensarlo.

Yoongi estaba allí.

Se había apartado a un lado, junto al amplio jardín que franqueaba la entrada. Un rayo de sol le caía sobre el cabello y encendía el color de sus ojos. Estaba guapo como un ángel. Como un demonio. Lo deseé tan intensamente que se me encajó un dolor en la ingle. Yoongi tenía una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo el cigarro. La vista perdida, como si meditara y las mismas ojeras que lucían mis ojos, la única señal que había podido dejarle de nuestros encuentros sexuales.

Levantó la cabeza y me vio.

Entonces sonrió.

Algo estalló en mi pecho con el reflejo de aquella sonrisa. Una mezcla de dolor y satisfacción con un pellizco de deseo. Fui hasta él, pero no me atreví a tocarlo. Simplemente me detuve cuando llegué a su lado, a unas pocas pulgadas de donde se encontraba. Metí mis manos en los bolsillos porque no me fiaba de ellas.

A nuestro alrededor se movían los botones del hotel, introduciendo las maletas en un taxi. Alguien intentaba ordenar el tránsito a un grupo de turistas que descendían de un autobús y pretendían acceder al edifico.

―Pensé que no volvería a verte―me dijo, con aquella voz firme y masculina.

―No podía dejarte marchar sin más.

―Intentaré que nos veamos pronto.

―Siempre será demasiado tiempo.

―Tienes a Namjoon.

―Al carajo Namjoon. Te quiero a ti.

Me miró a través de sus pestañas. Yo intenté atrapar aquella imagen. Apuesto e inocente. Seductor y embaucador a la vez.

―Esto se nos está escapando de las manos, Jungkook―me dijo―. ¿Recuerdas las reglas?

―Al carajo también las reglas―contesté―. Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti.

―Es sólo sexo.

―No intentes engañarme. Sabes que no es sólo sexo. Veo en tus ojos lo mismo que en los míos.

Cambió su peso de un pie a otro. Se veía incómodo, y yo, quizá, con mi forma de actuar, estaba estropeando lo poco que existía entre los dos.

―Jungkook, estoy casado. Está Jinjoo. Y Siyeon.

―¿En qué consiste todo esto, Yoongi?―le espeté―. Una temporada conmigo. Un fin de semana. La promesa a medias de que volveremos a vernos. ¿Cuánto tiempo? ¿Dentro de un año? Y después a esperar a que otro hombre te entre por los ojos. Porque esas son las reglas ¿no? Al carajo las reglas.

Oí el zumbido de la doble puerta de cristales del hotel al abrirse y la bocanada de aire fresco del aire acondicionado del interior.

―Es Jinjoo―dijo Yoongi en voz baja―. Por favor.

De reojo vi cómo se acercaba, sonriente, pero con la suspicacia pintada en el rostro.

―¿Me llamarás?―le pedí.

Él miró incómodo hacia la dirección por la que se aproximaba su mujer.

―Sólo cuando vuelva a los Corea. Cualquier otro contacto está fuera de las reglas.

―¿Contestarás a mis mensajes?

―No. No puedo.

Jinjoo al fin llegó a nuestro lado y me dio un fuerte abrazo.

―Aunque ayer me despedí cien veces de Siyeon, hazlo tú de nuevo por mí―me dijo mientras se apartaba―. Y dale una gran felicitación por el novio que se ha conseguido.

Apenas la escuché, sólo estaba pendiente de los ojos de Yoongi. Supongo que Jinjoo se extrañó de mi comportamiento. Hasta entonces yo había sido un chico educado. Pero no comentó nada.

―Vámonos, cariño―espetó a su marido―, o no alcanzaremos el avión.

Yoongi me tendió la mano. La miré, inerte en el aire. No era eso lo que quería. No era eso lo que esperaba.

La tomé para tirar de él y estrechar a Yoongi entre mis brazos. El calor de su cuerpo fue como un bálsamo. Su aroma, mi refugio. Apreté su cabeza contra mi cuello. Arropé su cuerpo con mis brazos.

Quien nos estuviera viendo, Jinjoo, podría pensar que era el abrazo conmovido de dos viejos amigos.

Pero para mí era como hacerle el amor, como nuestra última vez.

Duró muy poco, unos segundos que para mí fueron eternos y agónicos. Cuando me aparté él estaba inmóvil mirándome fijamente y Jinjoo nos observaba con ojos confundidos.

―Será mejor que se vayan―le dije―. Tu mujer tiene razón, el avión saldrá sin ustedes.

Al fin reacción, me saludó con una inclinación de cabeza y fue al encuentro de su chica. Yo los observé alejarse. El botones abrió la puerta del taxi para que Jinjoo entrara y Yoongi rodeó el vehículo para acceder por la otra.

Justo antes de desaparecer me miró un instante. Sólo un instante. Pero juraría que estaba tan apesadumbrado como yo.

Vi cómo el taxi partía.

Inmóvil, lo seguí con la vista mientras aceleraba por la avenida y se perdía entre el tráfico de la mañana.

Sólo mucho tiempo después, cuando la existencia de Yoongi era ya un espejismo, regresé al hotel y fui en busca de Siyeon a nuestra habitación.

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