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Lucerys
Leaila se movía con agilidad por sus aposentos, mientras la abuela y el abuelo intentaban calmar su enojo. Era comprensible; los compañeros de vida de sus hermanos estaban a punto de unirse, y Leaila se sentía traicionada.
—Leaila —habló la abuela Rhaenys, moviendo las piernas con nerviosismo—. A veces, las personas deben seguir adelante con sus vidas.
—A la mierda las personas —bufó Leaila, ajustando su traje de montar. Se veía impresionante, resaltando cada curva y su trasero... pero me concentraré en la conversación—. Deberían haber hablado con sinceridad. Rhaenyra no puede pasar el resto de su vida evitando a todos. Conmigo no, mamá.
—Su hijo está aquí, Leaila —replicó el abuelo. No me ofendía; entendía su enojo. En el fondo, sabía que ella y mamá se amaban sinceramente.
Me puse de pie y abroché con cuidado los botones del traje de Leaila, parándome frente a ella y abrochando con sumo cuidado.
—Si es tan importante para la tía, puedo acompañarla yo. Así trataré de evitar que cometa alguna locura.
—Gracias —me susurró.
La tensión en la habitación era palpable. Todos sabíamos que el matrimonio entre mamá y Daemon, basado en la antigua tradición de unir sangre con sangre, desencadenaría un caos inevitable. Los niños ya estaban dormidos, y Royce, como siempre, yacía borracho y adormecido.
La abuela, con manos ansiosas y cariñosas, acarició mis hombros. Sus ojos reflejaban inquietud.
—¿Estás seguro de que puedes cuidar de ella? —preguntó.
—Estaremos bien. Ellas se aman, abuela —respondí, tratando de tranquilizarla.
Deseaba ver a mi madre tanto como a mis hermanos. La idea de su nuevo matrimonio no me sorprendía; deseaba su felicidad antes que nada en el mundo, aunque entendía que otras personas no lo comprenderían. Apoyé mi frente en su cabeza, transmitiéndole un alivio que jamás podría expresar con palabras.
Caminé hacia mis aposentos, con los pasos pesados de Leaila siguiéndome de cerca.
—Volaremos a Dragonstone y regresaremos mañana por la noche—dijo ella, sentándose al borde de mi cama sin apartar la vista de mí. Asentí en silencio, sintiendo su mirada intensa en mi espalda. Estaba furiosa.
—Luke— su voz se quebró, dando paso a un mar de lágrimas. Su dolor era comprensible, y ahora también era el mío.
—No puedo quedarme sin hacer nada—susurró. Pasé mi mano por su cabello, acercándola más a mí. Quería que entendiera que todo estaría bien.
—Debes entender que a veces las cosas deben seguir su curso, de la forma en que tengan que ser— le dije suavemente.
—Eran mis hermanos, sus esposos—respondió, con la tristeza reflejada en sus ojos.