MANO

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El cristal de la ventana estaba rota. Una mano entró buscando con el tacto el seguro. Los dedos rozaron el mecanismo de bloqueo y lo desactivo. La mano salio del agujero del cristal y empujó la ventana dejando que el hombre entrara.

Había un tatuaje aquella mano que representaba todo lo malo de aquella ciudad. Muchos tenían al símbolo del escarabajo verde. Aquellos que alguna vez habían desafiando la paciencia de la familia Jimenez habían sido encontrados a las salidas de la ciudad, en los campos de trigo, con escarabajos verdes andando en su boca.

Sin embargo aquella noche el objetivo era distinto. Era la niña. Había que entrar, cubrirle los ojos y sacarla de su casa antes que los adultos se dieran cuenta.

La mano estaba temblorosa. Rozaba a cada rato el mango de la pistola para saber que seguía allí. Fuera del cuarto descrito en las órdenes la mano movió el pomo de la puerta. La niña se despertó enseguida...

-¿Mami?

La mano se acercó hasta la cama en un segundo para cubrirle la boca sin que se escucharan sus pasos, como si flotara sobre el suelo. La niña intentaba despegar la mano de su boca pero las órdenes eran claras, no importaran cuantas veces le mordieron.

La niña empezó a llorar de forma muda y ahogada por la mano. El miedo se estaba apoderando de ella y empezó a quedarse tranquila. La otra mano hizo una señal de silencio y la niña se detuvo. Un síntoma adhesiva sobre su boca sustituyo a la mano tatuada.

El hombre cargó a la niña sobre un hombro y bajo las escaleras con ella. Salió a urtadillas de la casa pero otros hombres los descubrieron. La chica vio el tatuaje de escarabajo cuando la pistola dio un destello en dirección a los hombres al pie de la escalera. El hombre salto por la ventana. Pasando entre otras manos inertes tatuadas con el insecto.

A la vuelta de la esquina la mano la empujo dentro de un auto y luego retiro la capucha y se volteó. Ella reconoció a su padre debajo de lo que parecia ser otro hombre más de la pandilla qué la había raptado seis meses antes. El hombre se fue al asiento del conductor  y dijo.

— Tenemos que huir, después conversamos.

La mano que una vez la perdió en el parque de niños, ahora conducía a toda velocidad hacia la frontera.

Tatuajes para no mostrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora