Un lindo adorno

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La noche ha caído, la cita que Donovan tenía con su hermano mayor se trasladó a última hora.

En una postura erguida y segura, pero que al mismo tiempo empuña fuertemente las manos ocultando su nerviosismo, Donovan espera pacientemente las palabras de su hermano mayor Kepler, el cual se salvaguarda detrás de su escritorio dando la espalda, su temple es lúgubre y sombrío, el mismo semblante que desde niños ha logrado intimidar a Donovan.

Después de unos segundos en silencio, Kepler se gira a ver a Donovan.

—Huiste. Pero para ser sincero, que se puede esperar de ti —admite con total decepción.

La garganta de Donovan se anuda por un momento, se le dificulta articular las palabras.

—Lo lamento. No supe como reaccionar. Pero ahora tengo la certeza de como solucionarlo.

—¿De qué hablas? —pregunta con desdén Kepler.

—Tengo un testigo...

Kepler interrumpe su explicación.

—Eso ya no importa, como siempre ya me hice cargo de tu incapacidad. Está mañana llegué a un acuerdo con el secretario, ellos retirarán la demanda y te dejarán tranquilo, solamente si te vas del país.

Las palpitaciones de Donovan se agitan, claramente se nota su descontrol en su cara.

—Eso significa perder mi puesto, no puedo irme.

Kepler emite una sonrisa de burla.

—¿No has jugado lo suficiente? Seamos honestos, solo simulabas trabajar; mientras tú solo mirabas, tu asesor se encargaba, tú no sabes un carajo. No te ofendas, si mi padre y yo te otorgamos el puesto fue únicamente porque eres un lindo adorno, un maniquí que luce bien en el hotel, no precisamente por tus «habilidades laborales».

—Yo... —con los dientes amarrados, titubea—. Entonces fingieron. Para ustedes sigo siendo el idiota de la familia.

—Si tu te proyectas de esa forma, no es mi responsabilidad. Ahora, solo limítate a obedecer mi orden, el avión te está esperando.

Donovan baja la cabeza y hace una pequeña mueca de disgusto, sin embargo, no contradice a su hermano y sale de la oficina.

Kepler se queda susurrando unas últimas palabras.

—Donovan, tu lugar no está aquí —las pupilas de Kepler se contraen y su sonrisa se enfría—, finalmente eres bueno para eso, bajando la cabeza ante mí como un cobarde.

Afuera de la oficina, Donovan se reencuentra con Koa, quien ya lo esperaba. Él camina rápido rechinando los dientes y con el ceño fruncido, ella solo lo sigue por detrás.

Donovan siente a Koa casi encima, lo que lo irrita porque por poco le pisa los talones. Parece que ella está decidida a empeorar las cosas. Donovan exhala una respiración caliente.

—Nos vamos del país —suelta sin siquiera verla.

—¡No leí eso en el contrato! —estalla Koa.

Él brevemente se para y se gira a verla muy de cerca a la cara.

—¿Nadie te enseñó a leer? —pregunta con soberbia, justo estás palabras logran estremecer a Koa un poco por dentro, no obstante ella no se lo deja ver—. ¡Textualmente decía que debías ir a donde yo vaya! Así que cállate y sígueme.

—¡Oye! ¡Oye! ¡A mí no me callas imbécil!

Koa rápidamente endurece sus facciones.

Y así, continúan peleando durante el resto del camino, también durante su vuelo hacia Londres, casi siete horas seguidas. Es claro que se odian a muerte. Por su parte el asesor solo se ha limitado a escuchar, para él es mejor que la atención de Donovan se centre en Koa.

Al llegar al hotel en Londres, Donovan y Koa se separan en sus respectivas habitaciones. Donovan se deja caer en la cama con un suspiro pesado, sintiendo el peso de todas las palabras de su hermano mayor en sus hombros. Le pesa saber que su familia lo siga percibiendo como un inútil, y más que nada le oprime seguir siendo la vergüenza de la familia. Finalmente, queda dormido con ese pensamiento en mente.

Adiestrando Al Enemigo (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora