Herencia

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Llegan a una gran mansión, Koa por la ventana del automóvil dimensiona que es el triple de lo que es la casa de Donovan, sin contar lo que es su exterior «Alguien muy rico debe vivir aquí», piensa. La mansión se eleva majestuosamente ante ellos, con jardines impecables y una entrada adornada con estatuas de mármol. Koa mira con asombro.

Al detenerse, Donovan le da una breve indicación al chófer de que se marche a estacionar el automóvil, mientras que a Koa le ordena que bajen. Ella baja y se queda boquiabierta observando la gran construcción. Donovan, que aún sigue en el asiento trasero, espera que ella le abra la puerta, pero como no lo hace decide abrirla por sí mismo, baja remilgado y azotando la puerta. 

—¿No esperabas que te abriera la puerta, verdad? —le pregunta Koa.

Donovan instintivamente arruga la nariz, no obstante no admite que es verdad lo que le pregunta Koa. Solo se adentra a la gran mansión. 

—Mi abuelo debe estar en la sala esperándome. Puedes quedarte aquí, o acompañarme.

—Te esperaré aquí.

Donovan como dijo, encuentra a su abuelo en la sala, quien lo recibe con una gran sonrisa y con los brazos abiertos. Alrededor está una decena de empleados uniformados con trajes tintos, quienes también le muestran una gran sonrisa. Él por su parte, los esquiva con la mirada de forma despectiva, excepto a su abuelo a quien le devuelve la sonrisa, no obstante el abrazo no. Toma asiento al lado de él, en el gran sillón visiblemente costoso.

—Es bueno verte hijo.

Los empleados abandonan la sala dándoles privacidad.

—Lo mismo digo abuelo. Se siente bien llegar con una persona que no tuerce la cara al verme —expresa con resignación. 

—No toda la culpa es de los demás, tú no colaboras mucho —le dice a regañadientes el abuelo.

—Los humanos no dejan de ser ruidosos y asquerosos —vuelve a poner su típica cara arrogante—. Respiro mejor cuando no me los encuentro. 

—Tú eres un humano Donovan.

—Pero no uno pobre y feo con olor a metal oxidado.

—¡Donovan! —exclama notoriamente molesto su abuelo, se toca el corazón al sentir que se le acelera—. El nivel socioeconómico de una persona no es indicio de que huela mal. 

Donovan brevemente se levanta y titubea con la cabeza.

—Es-timo... que está vez te daré la razón.

El abuelo agranda los ojos sorprendido.

—¿Por qué? —pregunta inquieto el abuelo.

—Mi escolta es pobre, pero ella nunca huele mal —«Excepto cuando la conocí», dice en su mente guardandose las palabras para sí.

«Ella», resuena en la cabeza del abuelo. Está muy intrigado, se exaspera. Necesita saber más.

—¿Y?

—Bueno. Las personas adineradas no exactamente huelen bien, he comprobado que oler decentemente tiene que ver más con la higiene personal. 

—No, eso no me importa —el abuelo cascabelea con la cabeza—. ¿Dónde está ella? —se adelanta a los hechos. La busca con la mirada.

Donovan le explica que se quedó en el recibidor, sin embargo cuando su abuelo le señala atrás de él y le pregunta si es ella, se voltea a ver y se encuentra con la profundidad de unos ojos negros llenos de repulsión, los cuales lo asesinan con la mirada «¿Estuvo escuchando nuestra conversación?», se cuestiona.

—Oh, es ella —le confirma a su abuelo. 

El abuelo le pide con una señal amable a Koa que se acerque. Ella aunque odie todo lo que tenga que ver con Donovan, incluso lazos sanguíneos, su alto respeto a los adultos mayores le impide ser grosera con el viejito de aura amable. 

—Hola —saluda Koa.

—Hola, soy el abuelo de Donovan. Es un gusto conocerte linda joven. 

Donovan mira con escrutinio a ambos, más que nada a Koa.

—El gusto es mío, señor —Koa estrecha la mano que el abuelo le ha extendido. Pero al soltarse de inmediato retrocede dos metros y asiente con una sonrisa.

—Oh, eres muy educada y amable —la observa admirado. Y de la nada mientras sigue contemplando a la hermosa joven y a su nieto, un destello de luz pasa por sus ojos, sin embargo se ve apagado cuando:

Donovan, sin querer resopla una risa burlona al escuchar lo último, intenta a toda costa ahogar la risa para no ser regañado, pero su intento es fallido, ya que su abuelo lo escrutiniza con la mirada. 

—Abuelo, dejemos los preámbulos de mi no menos esporádica escolta. Y vayamos al motivo importante de mi visita.

Los ojos del abuelo se enaltecen y su boca se encoge del enojo.

—No seas descortés niño. 

—Solo es una simple mortal, abuelo.

—¡Donovan!

—Como sea. ¿Cuándo recibiré mi herencia? Me prometiste que me la otorgarías antes de que abandonaras este cruel mundo. Deduzco que no falta mucho. 

Koa empuña las manos al escuchar lo tan descarado y grosero que es Donovan con su propio abuelo. «Me pica el puño», piensa mientras le dirige su mirada a Donovan.

—¡Escucha! —Impone el abuelo con una voz áspera y grave. Alzándole la voz por primera vez a su nieto; lo cual lo deja desconcertado—. Tengo una condición, que te cases.

Donovan por un instante se queda en shock sin siquiera respirar, y apenas lo vuelve hacer, estalla.

—Imposible. Sabes perfecto que no puedo, no, no, no... —se le traban las palabras en la punta de la lengua. Se mueve enérgico en el mismo metro cuadrado.

—Es mi condición, y prohibido matrimonios contractuales —ordena con furia—. Tienes que casarte de verdad. 

—¡Abuelo! —se arrodilla y lo mira de cerca—. Carajo, ya estás agonizando.

Y de pronto su abuelo le planta un tremendo sape. 

—Donovan —habla serio—, necesitas tener una compañera de vida. Encontrar a alguien además de mí que... Te ame —pronuncia en un hilo de voz rodeado de melancolía y miedo.

—Sé porque lo dices. Si tú mueres es como quedarme solo sin familia. 

A este punto, Koa se siente incómoda, por lo que opta por retirarse en silencio.

—Eres el único que no ha querido que sea algo que no soy. Pero no sé si otra persona, o yo podrá hacerlo. 

El abuelo da un suspiro.

—Mi condición es esa Donovan, esfuérzate en cumplirla o mi herencia será para tu hermano mayor —advierte con seguridad.

Donovan siente una punzada en el pecho, un sentimiento de impotencia combinado con nostalgia y furia.

—Es verdad —fija su mirada sin un punto fijo—, lo olvidé; principalmente tú moldeaste a mi padre, es lo que tú eres. No debería sorprenderme —termina por escupir con voz áspera. Hace una pausa y le dedica una última mirada a su abuelo.

Su abuelo puede ver claramente la decepción en sus ojos, por lo que aprieta la quijada con fuerza.

Ninguno dice algo más. Donovan no tarda en irse.

En cuanto pasa el umbral de la entrada camina sin detenerse directo al auto, sin darse cuenta de que la noche ya ha caído. El chófer, sin que ordene nada, se pone en marcha. Koa desde el asiento del copiloto lo mira con curiosidad.

A unos kilómetros, Koa le pide a Donovan que se detengan en un museo abandonado; sin embargo, no es porque le interese indagar sobre su estado de ánimo, sino porque necesita hablar con él de algo muy serio; sobre su regreso a la marina. 

Adiestrando Al Enemigo (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora