Estado de las olas

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Para recuperar el sueño perdido, Koa y Donovan han decidido dormir hasta tarde, algo poco común para ellos. Sin embargo, la noche anterior fue agotadora y lo justifica.

Mientras descansan en la cama, el teléfono de Donovan no deja de sonar repetidamente, interrumpiendo su sueño. Aunque él intuye quién es, ya que se ha escapado de los ojos vigilantes de su «auténtico» asesor, aún así se predispone a responder la llamada, no muestra arrepentimiento o interés al escuchar las exorbitantes preocupaciones, de inmediato lo corta dejando claro que está bien y más tarde regresará, sobre todo le recuerda o solicita que esta vez no se inmiscuya.

Cuando da fin a la llamada y se vuelve a mirar al otro lado de la cama, Koa ya está, escucha la regadera.

Más tarde antes de dar marcha hacia atrás, los dos visitan la terapéutica arena del mar por petición de ella, aunque le cueste cada paso.

Koa es la única que camina descalza.

—¿También tienes problemas con las texturas? —pregunta Koa, de inmediato se arrepiente, dado que considera la pregunta personal.

Pero se sorprende cuando él no se molesta en responder.

—Tengo variados problemas de intolerancia sensorial, y sí. Lo incluye, entre ellos. Aunque es más soportable comparado al olfato. —Hace una pausa contemplando la radiante vista, y posa sus manos en la espalda y en una postura erguida—: Supongo que te debe encantar este ambiente.

—El deber principal de un marine es proteger los intereses marítimos —él se percata de un brillo inusual en la profundidad de esos ojos negros al decirlo, sin embargo, que rápidamente se le ve apagado—. Sería incoherente que no me gustara, como tú, que ocupabas un puesto en un hotel junto al mar.

Es evidente para Donovan la indirecta.

—Demasiado incoherente —admite—, y más aún porque me sigue afectando ya no seguir allí cuando detesto el calor, el aroma salino que irrita mis fosas nasales.

Ella pensó que la iba a refutar, pero él es siniestramente sincero.

—En general, odias el mar.

—No tengo una aversión general al mar, pero la única manera en la que puedo disfrutarlo es cuando está congelado.

—He oído hablar de lugares donde eso pasa, donde hasta las olas se congelan.

—Eso es lo mejor, están congeladas y en un gélido silencio.

—Me gustaría verlo, pero siempre preferiré las cálidas caoticas olas que te golpean o te arrastran, porque siento que así como las describes ya no vale tanto la pena verlas. Le quita vida.

—Lo amerita. Tal vez cambiarás de opinión cuando lo veas.

—Nunca.

—Como digas —dice despreocupado metiendo sus manos a los bolsillos de su pantalón—. Tú cálidas olas, y yo gélidas olas. 

—Eso se escucha como si fuéramos enemigos, ah es cierto, lo somos —muestra una genuina sonrisa sarcástica.

Por un momento, él observa su sonrisa sarcástica y nota cómo la luz del sol hace brillar su piel olivácea y cómo su cabello negro y largo ondea como las olas. Su rostro se le adormece.

—Puede que, en algún momento desee estas olas y su cálido ambiente.

Continúan por un tiempo más caminando, hasta que de nuevo Koa irrumpe el amable o perturbador silencio.

—Pensé que ayer sería una tortura para ti, pero resulta que parecías disfrutarlo —lo mira con el ceño fruncido.

Él no sabe si es un ataque o una pregunta.

Adiestrando Al Enemigo (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora