El heredero perfecto

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Un pesado ambiente se vive en la mansión del abuelo de Donovan, su hijo único y cuatro nietos se han reunido con él. El padre de estos cuatro hijos se posiciona en el asiento principal de la sala con la espalda erguida y piernas cruzadas, el señor George Kelley, luego le sigue su primogénito, hermano mayor de todos, Kepler Kelley de 37, permanece con la misma postura y seguridad que su padre irradia, son muy parecidos tienen el cabello castaño casi rubio, y los ojos verdes, de cuerpo atlético, solo que Donovan los supera por un par de centímetros, ya que él es idéntico a su abuelo de joven, mientras su padre y hermano son parecidos a su abuela.

En el sofá más amplio están las dos hermanas de Donovan, Sarah, y Alessia que rondan los 35 años. Ellas son pelinegras de ojos grises como su madre, esbeltas y bellas.

Todos irradian elegancia, clase, belleza.

Donovan, el hijo y nieto más joven, está al lado de su abuelo, a pesar de la última pelea que tuvo con él, es con quien más se siente cómodo.

—Donovan debería irse —habla su hermano mayor, Kepler. Lo mira con indiferencia, y su voz es fría y áspera. No muestra ningún gesto de emoción por volver a ver a su hermano menor, es como si su cara dijera lo contrario—. Este tipo de asuntos no es prudente compartirlo delante de alguien incompetente.

—Kepler —exclama su padre llamándole la atención. Por su parte, Donovan no se inmuta.

—Papá, estoy de acuerdo, Donovan debe irse —apoya Sarah.

—Por supuesto que debo irme, mi presencia, les representa una amenaza —al fin espeta Donovan y sonríe descaradamente—. Y no es porque sea incompetente como dices hermano, es porque me temes.

Todos lo miran con un rastro de incredulidad.

—¿Temerte? Este niño —Kepler esboza una gran sonrisa que termina en una carcajada—. Además de delicado, ahora surrealista. No hay nada en lo que no sea mejor que tú, no puedes ganarme. No tengo por qué temerte.

Todos se mantienen callados, pareciera que las palabras del primogénito vinieran de un sabio que es como un Dios. Por un momento la conversación prosigue su curso, hasta que inesperadamente Donovan le contra responde.

—¿Entonces, por qué me ves como competencia?

La cara de Kepler se enfría al instante y sus hombros se contraen. Su fina sonrisa se disuelve.

—¿Competencia? ¿De dónde sacas eso?

—Bueno, es evidente que si has dicho que eres mejor que yo, es porque anteriormente has visto lo que hago. Miras a la otra línea. De lo contrario, ni siquiera lo mencionarías. ¿Me explico, Kepler? Temes que en algún momento sea mejor que tú, por ello siempre tratas de sacarme de la pista, «excluirme».

Esta señalización desconcierta a Kepler y lo deja sin palabras momentáneamente. La tensión en la conversación se hace evidente.

—Puede que sí, finalmente eres el segundo varón, desde que naciste tuve que esforzarme más. No basta con ser el primogénito. Así es la jerarquía en esta familia, eres el mejor en todo, o no eres digno —acepta Kepler—. Pero he entendido que ni siquiera necesito hacer nada al respecto, tú te arruinas solo. Todos en esta familia se avergüenzan de ti, incluido nuestro propio padre. Como dije, eres un lastre, solo estorbas. No te confundas.

—¡Basta! —exclama el abuelo exhorto. Las arrugas de su frente se agudizan.

Y detenidamente, Donovan pasa la vista por los siguientes miembros de su familia, no buscando quién lo defienda, sino para confirmar que con su silencio apoyan a Kepler. Pero él prefiere ser excluido que seguir bajando la cabeza, carecer de opinión propia. Ya no quiere seguir este patrón familiar, seguir a un cabecilla solo por costumbres familiares.

Adiestrando Al Enemigo (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora