XIII.

624 98 35
                                    

Decir que acostumbrarse a tener un bebé en casa no era sencillo, no podía entender el gusto de los adultos por esos mocosos, él llevaba solo un día lidiando con Masaki y podía jurar que es la labor más difícil del universo.

Mandaba sus condolencias a las madres y padres del mundo.

Velar por el bienestar de un bebé no era fácil, mucho menos divertido, agradecía que Masaki aún no hablaba; probablemente ya habría explotado algo del enojo.

No era divertido ser niñero.

Su cara reflejaba el cansancio y aburrimiento.

Estaba sentado en un sillón, en una de sus piernas yacía su codo para que su mejilla se pudiera recargar en la palma.

Tuvo que hacer a un lado la mesa de centro para poder extender completamente un cobertor en el suelo, justamente ahí sobre él estaba jugando el pelirrojo.

Jugaba con sus nuevos juguetes, además, Ryūnosuke había encontrado en la pañalera un peluche de pescado azul cielo que se sangoloteaba si presionaba un botón.

No podía poner algo en la televisión porque el oji-carmín escuchaba canciones infantiles en una lista aleatoria de Spotify.

El único entretenimiento con el que contaba era ver como Masaki se caía de vez en cuando al intantar bailar alguna. Siempre terminaba cayéndose al dar el primer paso.

——¿Tus papás no te han enseñado a caminar? —Pregunto frío al notar como el neonato caía de bruces, no se preocupaba por si algo le había pasado, estaban el oso gigante de peluche y la cobija para amortiguar el golpe.

Masaki se hinco tratando de ponerse de pie, se tambaleaba al intentar dar el primer paso.

Una vez en el piso se soltó a reír despreocupado, incluso se dejó caer de espaldas, sabiendo que el oso de peluche estaba detrás de él.

Akutagawa no pensó lo mismo, se agachó intentando detener el posible golpe; lo único que logró fue tener su mano entre los rizos conbrizos y el pelo del peluche.

Frunció el entrecejo al escuchar la carcajada del bebé.

—Que tonto. —Tiró de la regordeta y rosada mejilla, como si de un castigo tratara la sangoloteo de manera suave.

—D-yu~. —Balbuceo el niño entre risas. Decidió dejarlo ir.

Se fue para atrás, chocando así con el respaldo acolchonado del sillón. Comenzaba a cansarse, ni siquiera podía agarrar su teléfono, cualquier segundo de distracción y Masaki desaparecía.

Era más escurridizo que una serpiente en tiempos de calor.

Su estómago hizo un sonido raro, la cara se le coloreó; guió sus manos a su barriga y la examinó confundido.

Tenía hambre...

Algo raro en él.

Sus iris viajaron a las cajas de galletas abandonadas en la entrada de la vivienda. Regreso su visión al bebé, este jugaba como si nada, no parecía tener hambre a pesar de ser casi las siete de la noche.

¿Él debía darle de cenar o Masaki debía pedirle?

El oji-café le había llorado cuando quería comer, ¿Por qué sería diferente esta vez?

Se encogió de hombros restandole importancia a aquella rara congetura.

Dejo reposar su nuca en la parte alta del mueble, cerró los ojos en un intento de relajarse, su mente apesse de estar tranquila no se despejaba.

El presentimiento de que no estaba haciendo algo bien lo carcomia.

Pero, ¿qué?

Baño y cambio a Masaki en la hora pedida, bueno, con algunos retrasos e inconvenientes; pero el mocoso estaba limpio. Sin mencionar que el bebé acababa de beber su biberon.

Masaki y el tío Ryu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora