Capítulo 7

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A pocas cuadras de llegar al departamento, la Nati me pidió que le diera mi número (el que claramente ya no existía). Así que tuve que pasar una pena más al contarles que me habían robado el celular la noche anterior.

—¿Pero cuándo te robaron? Si estuviste con nosotros —comentó el Mauri.

—La última vez lo saqué para revisar la hora. De ahí no sé donde quedó. Tal vez se me cayó o me metieron mano sin darme cuenta.

—¿Revisaste dentro del auto? ¿No se te abra caído aquí?

—No lo creo... ¿Ustedes no lo vieron por ahí?

—Yo no —contestó el Mauri.

—Cuando desperté no lo vi —dijo la Nati.

—Bueno, no importa.

Me pasa por andar paveando, aunque la perdida de este no era nada comparado con lo que me paso hoy. Después de todo solo era un celular.

Con mis contactos...

Mis fotos...

Mi Spotify con mis playlists bien ordenadas...

Mi Instagram que siempre mantenía abierto porque no recordaba la contraseña...

Todo se perdió.

¡Puta que soy weona!

—Llegamos.

El Mauri se estacionó cerca de la entrada y me preparé para salir. Agradeciéndoles por toda la ayuda que me han brindado y desearles lo mejor.

—Ya chiquillos —bajé del auto—. Cuando nos volvamos a ver les pagaré de alguna forma. Valen mil, gracias.

—De nada, Claudia —sonrió el Mauri.

—Si consigues otro celular y si algún día nos vemos de nuevo, ¿Nos podrías dar tu whatssap? —dijo la Nati.

—Obvio que lo haré. Pronto compraré otro.

Observé a cada uno con una sonrisa. Hasta que el Francis (que no había hablado en todo ese rato) sacó algo de la guantera que me tomó de imprevisto.

—¿Otro cómo este? —en sus manos tenía mi celular. Era mío conchetumareeee.

—Pero Francis —volví a sonreír agarrando el celular que me había extendido—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Pa' que fuera sorpresa —se apoyó en la ventana del auto—. Lo encontré la otra vez y creí que era de la Nati. Hasta que vi el fondo de pantalla.

¿Mi fondo?

Era una foto sacada en el baño de mí con el Ramón.

—Muy lindo tu gato por cierto —achinó sus ojos al sonreír.

Noté una presión en mi pecho y estaba segura de que no era la hipertensión. Me dio una sensación de felicidad, de alivio.

—Gracias, Francis...

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Abrí la puerta de mi depa y entré cagá de sueño, pero feliz, ojo. Los chiquillos me habían pedido mi número en un pedazo de papel, ya que el cel se había descargado desde que el Francis lo encontró. Aun así, a pesar de tanta mierda que me persiguió estos días, conocí a grandes personas de buen corazón.

Eso rescaté.

Fui al baño y me lavé la cara con agua y jabón de una manera poco cuidadosa. Solo quería sacarme todo esto, lavarme los dientes y acostarme en mi camita.

ℂ𝕠𝕣𝕒𝕫𝕠𝕟 ℙ𝕖𝕣𝕕𝕚𝕕𝕠 (Francis Durán)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora