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A Chiara siempre le había encantado la navidad; estaba un poco loca, le gustaban las chicas y le encantaba aquella época del año. Era la mejor definición que alguien podía hacerle.

Desde pequeña había vivido muy de cerca las tradiciones de la sociedad mágica gracias a sus abuelos; el solsticio de invierno era una tradición centenaria que pasaba de generación en generación de brujos. Era emocionante cada año, misterioso y siempre con eventos en la noche, apreciando todo lo relacionado a lo oscuro, las estrellas y la luna. Era cíclico; era el regreso al mismo punto en diferentes formas de vida.

Con los años, y con más curiosidad, Chiara se había adentrado también al mundo de los no-mágicos con el espíritu navideño, lleno de colores, de música, felicidad y nostalgia.

Eran dos formas de ver aquellos días de finales de diciembre tan diferentes, pero que a la bruja le fascinaban por igual. Siempre le hacían sentir como una niña, llena de alegría e ilusión.

Eran dos mundos que estaban colisionando, otra vez, aquel 24 de diciembre; el mágico y el suyo con Violeta.

Desde hacía más de cien años, en aquella fecha tan señalada había un gran evento en la mansión de los Williams, que normalmente invitaban a todo su círculo de amistades y conocidos; un evento nocturno en el que había una recepción, una cena elegante y un baile a la luz de la luna.

Sin embargo, aquel año a Chiara no le apetecía en absoluto.

Estiró la tela de su vestido largo que se había arrugado a la altura de la rodilla y, desde el balcón de su antigua habitación, Chiara volvió a bajar la mirada aquel jardín -totalmente cambiado para el evento- llenó de luces suspendidas mágicamente en el aire que otorgaban una calidez en aquella noche de diciembre.

Su mirada recorrió todas aquellas caras conocidas, parte de la junta y sus familiares, amigos de sus padres, amigos suyos e incluso los padres de Violeta... Todos ellos hablando con soltura, haciendo tiempo antes de la gran cena. Pero, por otro lado también estaba invitada gente con mucho poder en la sociedad mágica, gente que tan solo estaba allí por puro interés y más cuando el rumor había corrido ya como la pólvora desde el juicio y todos sabían que Chiara tenía todas las papeletas para ser una futura directora -si todo iba bien-.

Por eso Chiara se había escondido en las alturas, en el refugio de su habitación, porque no soportaba una frase más llena de halagos y adulaciones vacías.

No era lo que quería en aquellas fechas.

Ella solo quería una cosa y era estar con una persona... y disfrutar de la noche, de la luna y las estrellas; quería hablar de los regalos y de los villancicos que cantaba la granadina en su casa, con su familia no-mágica...

Rápidamente, con la mirada, Chiara encontró lo que estaba buscando:

Violeta iba con un vestido blanco perla de tirantes y con la espalda totalmente descubierta; llevaba el cabello recogido y un ligero maquillaje que tan solo acentuaba de forma natural sus facciones. La sonrisa de la bruja tan solo se amplió al verla aferrada al brazo de su padre, mientras apoyaba la cabeza en su hombro.

–¿Por qué siempre te pillo mirando a Violeta desde las alturas?

Chiara dio un pequeño salto, del propio susto, por aquella intrusión y se aferró con fuerza a la barandilla, pero tras un segundo, encontró la estabilidad como para contestarle como si nada:

–Hola, Juanjo–suspiró, sin girarse–. Cuánto tiempo sin asustarme.

–Tu culpa, siempre haces lo mismo. Ya no es divertido, Kiki.

Cuando tuvo a su amigo a su lado, giró la cabeza para verle con un traje granate sin camisa interior, con el tan solo detalle de un pañuelo negro en el bolsillo de la chaqueta que tenía en el pecho.

I put a spell on youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora