23.

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–Te quiero.

Su mente se nubló por completo en aquel sueño tan vivo que estaba teniendo en aquellos momentos; Chiara estaba abrazada a Violeta en la playa de Bali. Con el sol de cara y las olas sonando con fuerza, chocando contra la arena, contra las rocas... Olía el perfume de Violeta, sentía su piel caliente contra la suya y la sensación de felicidad en la boca del estómago.

El paraíso, su hogar.

La sonrisa le apareció de forma natural mientras se revolvía en la cama para buscar una nueva postura.

En el sueño, el sonido de las olas fue desapareciendo convirtiéndose en un ruido blanco; en aquel momento, la bruja miró sus manos vacías, ya no estaba abrazada a la granadina. Respiró de forma agitada y levantó la cabeza de la arena con pesadez. Durante unos segundos fue todo lo que pudo hacer en la ensoñación, sentada sola, con la mirada perdida en el horizonte.

Ya no era Bali, era una pesadilla.

En un segundo algo le había arrebatado la felicidad.

Y entonces lo sintió: un terrible vacío.

Un frío; un ardor.

Chiara sintió como si algo le estuvieran arrancando de dentro con unas manos heladas. Su respiración empezó a acelerarse hasta que de golpe abrió los ojos entre las sábanas frías de aquel colchón de Madrid. Puso su mano en el pecho nada más despertar, intentando tranquilizarse; solo había sido una pesadilla. Pero aun así, la sensación de vacío seguía instalada en su corazón.

Miró al techo, de aquel piso que les habían dejado temporalmente Martin y Juanjo, y supo que de verdad algo estaba yendo mal...

Lo supo al instante.

Giró la cabeza en la cama de matrimonio y Violeta no estaba ahí, con ella.

Desde el viaje a Bali, la pareja no se había despegado ni un segundo; habían sido los mejores ocho días en la vida de Chiara.

La pareja había visitado museos, había salido a cenar, de fiesta, a parques de atracciones, conciertos, y también a ver puestas de sol... se habían comportado como una pareja normal, sin nombrar ni una sola vez el hechizo. Se habían besado como si hubieran intentado recuperar todo el tiempo perdido entre ellas; habían hecho el amor incontables veces, prácticamente, en cualquier rincón posible.

–¡VIVI!

El grito resonó por toda el apartamento, pero no hubo respuesta.

Lo intentó una vez más levantándose de la cama rompiéndose la voz en el proceso.

Chiara apretó su mano en el pecho, de nuevo, ante aquel nuevo pinchazo; era como si algo se le estuviera escapando de dentro. Rápidamente, cogió el teléfono móvil que tenía en la mesilla de noche. Ningún mensaje; ninguna llamada. No había nada que le indicara dónde estaba Violeta en aquellos momentos. Chiara solo se centró en la hora y en el día de la pantalla.

09:23. 8 de enero.

Chiara intentó respirar con calma, pero aquel dolor la estaba cegando; recorrió el piso buscando alguna nota o algún mensaje que hubiera dejado la granadina para ella.

Pero en aquel pequeño apartamento solo estaba ella.

¿Dónde estás, Violeta?

El vacío en su pecho iba creciendo en segundos y la ansiedad seguía escalando en su interior.

–Violeta...

Sin pensárselo dos veces, Chiara agarró la primera sudadera que encontró en la habitación y el primer pantalón de chándal y se concentró en encontrar a la granadina. Su cuerpo sabía cómo rastrearla gracias a los hechizos, así que apareció en el hospital mágico donde trabajaba su padre, en Barcelona.

I put a spell on youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora