Rebellion (Rebeldía)

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IV

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La gente a veces lo juzgaba porque para ellos era un bardo infame. Pero no cualquiera. Quería proteger a las personas también. Incluso si le podía pasar algo en el proceso.

Una tarde fria, con vientos usuales y tipicos de siempre, azotando la ciudad, como de costumbre. Himmel tarareaba suavemente, mientras caminaba entre los fríos y gélidos suelos, en donde habían pequeños montones de nieve, producidos por una nevada anterior. La nieve solía durar mucho, debido a que el sol no era tan fuerte como para dar tanto calor a la ciudad, y, por tanto, no se podía derretir tan fácilmente. A veces la nieve era algo que daba felicidad, y luego se veía como una maldición, quizás no lo veas asi, porque a lo mejor eres una persona positiva. Más ese no es el punto por ahora.

El chico pateaba bolitas pequeñas de granizo, mientras caminaba, y a su vez, su aliento dejaba salir nubes calientes de su boca. Iba a dirigirse a el pequeño mercado en el que solía comprar alimentos para la despensa que tenía, con el dinero que se ganaba gracias a algunas interpretaciones que daba en la taberna y gracias a los vitores de la gente, además de unas cuantas moras que la resistencia le daba. Ese lugar era tan tranquilo, y a veces abarrotado.

Se sacudió la capa al entrar, y miro a su entorno alrededor. Ese lugar le hacía recordar recuerdos borrosos y a su vez con tonos brillantes, cuando no se percataba del caos que estaba por empezar, y cuando su única preocupación era acabar las labores del hogar para poder tocar su lira. Ese sentimiento de ser niño. Aquel sentir lo invadía cuando entraba al mercado. Quizás no siempre, pero se hacía presente muy frecuentemente, como si fuese un mecanismo de distracción para olvidar el oscuro pueblo que aguarda afuera de las puertas y del techo del local. Es una forma impresionante en la que incluso un recuerdo puede hacer cambiar totalmente el modo del que ves las cosas. Siempre había algo que lo hacía sonreír, y por eso tenía motivos de seguir adelante. No había de otra más que enfrentar la tempestad de algún modo, porque quizás un dios creería que las palabras de un joven serían 'insensatas' o 'inútiles' de algún modo, que, de esa forma, creía que sólo estaba a los pies de un gobernante, ya que solo era un ciudadano común y corriente en su entorno, sin poder hacer mucho.

El aire tan agradable y fresco del mercado con indicios a fruta cercana era lo mejor. Podía pasarse horas oliendo el aroma a manzanas, o el de las sunsettias, que eran los que más destacaban al entrar. Únicamente se disparo a el lugar donde se encontraban las manzanas, y tomó tres, por la pura casualidad de que no hubiese más en la casa, y entonces no quedarse sin comer una, o sin quedarse con otra para Venti.

Se acercó a Dietlinde, con quien solía pagar su fruta. Dietlinde era como una de aquellas chicas que, se ganaba la vida como podía, pero había motivos por los que se mantenía fuerte, como cuidar a su puesto de frutas. Y tenía una excelente atención. Era una de las más queridas del mercado, y se podía escuchar tarareando mientras contaba moras. De buen corazón y trabajadora, Dietlinde poseía un carácter dulce y alegre que contradice la fuerza y determinación que habia acumulado a lo largo de los años. Una de las cosas más características de ella es que era tremendamente independiente pero tremendamente leal a sus seres queridos, y dispuesta a hacer todo lo posible para apoyar a sus aliados. En esencia, su optimismo era fuerte, creyendo incondicionalmente en la bondad de las personas incluso frente al sufrimiento y la lucha, y siempre mira hacia el futuro con esperanza y una sonrisa, a pesar de que, el rumbo de Mondstadt no era uno muy prometedor.

Sueños de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora