Castigado

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Yin Dehuai, el imponente líder del clan Tianxing, había convocado a sus dos hijos a su presencia. Su semblante adusto y voz grave como el trueno dejaban claro que no los había llamado para una amena charla familiar.

Cuando Yin Haoran y Yin Zong se presentaron en el estudio de su padre, la tensión en el ambiente era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Ambos mantenían la mirada gacha, sabiendo muy bien el motivo detrás de esta incómoda reunión.

Yin Haoran fue el primero en recibir el duro escarmiento de su padre. El gran Yin Dehuai lo observó con ojos centelleantes de decepción, como si examinara a un extraño y no a su primogénito.

—He depositado mi confianza en ti, Haoran. Te he preparado desde pequeño para algún día convertirte en el líder de nuestro ancestral clan —comenzó Yin Dehuai, midiendo cada palabra—. Pero con este bochornoso altercado, me has deshonrado a mi, a tu familia y a tus anestros y arrojado dudas sobre tu capacidad para liderar.

Yin Haoran sentía un nudo en la garganta mientras escuchaba el severo reproche. Mantenía la vista clavada en el suelo, incapaz de sostener la mirada acusadora de su progenitor. Las duras palabras caían sobre sus hombros como rocas, aplastando su orgullo y llenándolo de vergüenza.

—Lo que has hecho es bochornoso, Yin Haoran. Esperaba mucho más de ti —sentenció Yin Dehuai implacable.

Cada sílaba era como un latigazo directo al corazón de Yin Haoran. Había fallado a su padre, al clan, a sí mismo. El peso de esa decepción lo dejó mudo, incapaz de defenderse o explicar sus acciones. Sólo podía aceptar en silencio la reprimenda, con la mirada aún clavada en el suelo.

Luego, Yin Dehuai dirigió su furiosa mirada hacia Yin Zong. Sus ojos centellaban, su bigote temblaba de ira apenas contenida. Cuando habló, su voz fue como un trueno acusador.

—Y tú... maldita escoria. Ésta no es la primera vez que deshonras el nombre de nuestra familia con tus infantiles arrebatos —espetó con desprecio—. Has sido un dolor de cabeza desde el día que naciste. Sólo me has traído problemas y vergüenza. Eres menos que una mancha en la reputación del clan Tianxing, desde pequeño solo causas problemas.

El cuerpo de Yin Zong se tensó como la cuerda de un arco a punto de soltar una flecha. Sus manos se cerraron en puños temblorosos y su mirada se encendió desafiante. Pero se contuvo de responder a la provocación. Eso solo empeoraría las cosas.

Yin Dehuai continuó su implacable diatriba, descargando sobre Yin Zong años de frustración y resentimiento. Cada palabra era un latigazo verbal contra su orgullo. Pero entre más lo insultaba, más crecía la tormenta de rabia en el pecho de Yin Zong.

Finalmente, cuando el gran patriarca consideró que había dejado en claro su posición, sentenció el castigo para ambos: cincuenta azotes para Yin Haoran, cien para Yin Zong. El contraste era evidente. Uno recibiría disciplina; el otro, humillación pública.

Cuando llegó la hora del castigo, Yin Haoran y Yin Zong se despojaron solemnemente de sus túnicas externas, quedando solo con las prendas inferiores que cubrían desde la cintura hacia abajo. Sus espaldas listas pare recibir el castigo.

Sin embargo, se notaban sutiles diferencias entre ambos cuerpos. Los músculos de Yin Haoran se veían más gruesos y estilizados, ideales para el manejo ágil de la espada. Los de Yin Zong eran más largos y angulosos siendo un poco más delgado que su hermano.

—¿No crees que el castigo es un poco exagerado? —Yin Meili cuestionó. —Por favor piensalo.

Yin Dehuai sin embargo era una persona terca.

El amor está en el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora