Penas

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Era ya de mañana en el Coliseo del Trueno. El sol comenzaba a elevarse en el cielo, bañando con su luz dorada las gradas y la arena donde ese día tendrían lugar las finales del gran torneo marcial.

Tian Wenquan observaba la arena con una mirada apagada muy distinta a su habitual vivacidad. Las ojeras bajo sus ojos evidenciaban la mala noche que había pasado.

A su lado se encontraba Yin Haoran, quien hace un momento había logrado una impresionante victoria sobre Liao Huozai, un formidable oponente del clan Huoyin. Esa batalla lo había convertido en el primer finalista del torneo.

—Felicitaciones por tu triunfo, Yin Haoran. Liao Huozai era muy habilidoso pero lograste sobresalir, me siento orgulloso de ti. —dijo Tian Wenquan con un tono más moderado que lo habitual, esbozando una leve sonrisa.

—Gracias Tian Wenquan —sonrió de forma graciosa, la verdad no se sentía cómodo llamándolo por su nombre—. Espero ganar, de esta forma papá se sentirá compensado por lo que pasó hace tiempo.

Tian Wenquan le devolvió una leve sonrisa, pero la alegría no llegaba del todo a iluminar su mirada, aún apagada por la angustia de la noche anterior.

—He hablado con tu padre, lamenta mucho haber sido tan severo —dijo con un tono algo serio. Yin Haoran lo observó un poco consternado.

—¿Con ambos?

Ante la pregunta esperanzada de Yin Haoran, Tian Wenquan desvió la mirada con pesar antes de responder.

—No realmente, pero a este punto, no creo que a tu hermano le importe ya lo que piense de él.

—Tal vez si fuera más disciplinado...

—No digas eso, Yin Haoran —respondió Tian Wenquan en tono suave.

—Lo siento —Yin Haoran bajó su cabeza apenado ante el regaño de su mentor.

Tian Wenquan posó una mano sobre su hombro y cambió de tema buscando distender el ambiente.

—¿Contra quién se enfrenta tu hermano?

—Yuan Chezhong.

—El hijo de Yuan Rongguang...

—¿El que se hace llamar a sí mismo emperador?

—El mismo, su hijo parece bastante más noble, pero se ve que entrena fuerte y es un poco despiadado —explicó Tian Wenquan cruzándose de brazos.

—Yin Zong siempre tiene algún truco sucio bajo la manga —comentó Yin Haoran.

—Sí... definitivamente los tiene —murmuró Tian Wenquan con una fugaz mirada de preocupación.

Yin Zong caminaba por el campo de entrenamiento buscando a Yuan Chezhong. Quería encontrarlo para fastidiarlo antes del duelo de ese día.

Finalmente escuchó el inconfundible sonido del acero y siguió la fuente del ruido. Allí estaba Yuan Chezhong, practicando vigorosamente sus movimientos de espada, solo con unos pantalones negros holgados. Se encontraba sin camisa, Yin Zong observó cómo sus pectorales se contraían cada vez que levantaba su pesada espada, y como sus brazos parecían las montañas de su hogar, cada músculo era flexionado marcado en su piel bronceada.

Yin Zong se quedó observándolo unos instantes, contemplando su poderosa musculatura tensarse y relajarse con cada hábil movimiento. Los mechones de cabello oscuro que se le pegaban a la frente por el sudor, el brillo de determinación en sus ojos color avellana...

Sacudió levemente la cabeza y aclaró su garganta.

—¿Practicando otra vez? ¿Tan inseguro de tu habilidad? —comentó Yin Zong con tono burlón, acercándose.

El amor está en el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora