Parte II Capítulo 15

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[Dandelions - Ruth B.]

Era su último día en Argentina, habían comido y bebido todo lo que pudieron, sacaron un millón de fotos y videos. Guardaron sus cosas en la maletera del coche y se despidieron de la pareja de ancianos que eran dueños del bar y el restaurante en el que siempre comían. Dieron un último vistazo al pequeño pueblo que les acogió durante un mes, se subieron al taxi y observaron por última vez el camino hasta el aeropuerto sin mirar atrás, con la promesa de volver junto a sus familias.

Llegaron al aeropuerto y después de documentar su equipaje se dirigieron al primer restaurante que encontraron para comer un poco, tomar café y prepararse para el largo viaje que les esperaba. Serían, de nuevo, casi dos días en el aire, harían una escala en Buenos Aires para abordar el vuelo que los llevara a Europa, en donde harían una escala más en España para llegar a su destino final, Noruega.

Otro plan que tenían ambos por separado y que cumplirían juntos, observar las auroras boreales y sumergirse en el océano del círculo polar ártico. Sabían que sería un poco pesado, pero después de ese vuelo el resto serían más cortos, pues su estancia en Europa sería mucho más larga, ahí es dónde pasarían casi todo su viaje.

Después de un tiempo volando que pareció eterno, pisaron tierra, hicieron todos los trámites que debían cumplir, recogieron sus maletas y se dirigieron al taxi que ya les esperaba para llevarlos a su nuevo hogar. La verdad es que los lugares en los que se quedaban no variaban mucho en cuanto a diseño y arquitectura, pues ambos amaban sentirse en completa calma y calidez, por lo que siempre escogían cabañas de madera con interiores que se sintieran acogedores. Por fuera la cabaña lucía hermosa por fuera, era de una sola planta, se encontraba rodeada de árboles y en la parte trasera había un pequeño jardín que separaba la casa de un hermoso lago, y un pequeño cobertizo que se encontraba lleno de leña que usarían para encender la chimenea.

Por dentro había una estancia con un pequeño comedor de madera para cuatro personas, un sofá colocado frente a una televisión y la chimenea que estaba en la esquina, una cocina con un gran domo en el techo que permitía tener mucha iluminación natural. La habitación estaba al fondo, era muy grande y tenía una cama con el tamaño suficiente para que ambos durmieran cómodamente y un ventanal que daba al jardín trasero, de nuevo una vista preciosa al lago; además, estaba un pequeño baño con una diminuta tina, que ambos sabían no tendría mucho uso.

Hasta ese día, los momentos más íntimos que habían compartido eran abrazos, caricias y besos en algunas partes de sus cuerpos como manos, cuello o rostro, pero ninguno se sentía con la suficiente valentía para llevar su relación más allá, aunque tampoco sentían la necesidad de hacerlo, ambos querían tomar las cosas con mucha calma, especialmente Jungkook que aún se sentía inseguro y necesitaba saber más sobre aquello que Taehyung no se atrevía a contar.

Jungkook se dejó caer en el sofá para relajarse un poco mientras esperaba que Tae tomara un baño. Eran las 10 de la noche, por lo que esta vez sí podrían sólo ducharse y meterse en la cama, ya habían cenado en el avión antes de llegar, por lo que al día siguiente empezarían su rutina con normalidad, o al menos eso esperaban.

Jungkook despertó por un intenso dolor que sintió en la cabeza, intentó no despertar a Taehyung mientras se incorporaba para ir a la cocina y tomar un vaso de agua. Regresó y se quedó sentado unos minutos admirando el firmamento, volteó al rostro y se encontró con un muy dormido castaño que lucía en completa calma, hasta que le vio fruncir el ceño. De pronto Taehyung comenzó a removerse inquieto y a balbucear cosas que no lograba entender, logró visualizar algunas lágrimas y al hacer el amago de acercarse para despertarlo e interrumpir la pesadilla logró escuchar con claridad lo que dijo.

-No, por favor, Sunhee, mi amor...

Dudó por un momento sobre qué hacer, eso lo había tomado por sorpresa, jamás había escuchado ese nombre salir de la boca del castaño. Dejó las dudas de lado y se acercó, acarició con suavidad su mejilla y cuando el otro comenzó a despertar por la sensación le ayudó a incorporarse con cuidado para posarlo sobre su regazo y entre sus brazos. Ya despierto, el castaño recostó su cabeza sobre el hombro del pelinegro y entrelazó sus manos.

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