Las horas transcurrieron en un tortuoso estado de semiinconsciencia. Cada vez que cerraba los ojos, el dolor y el miedo se infiltraban en mis sueños, transformándolos en pesadillas. Me encontraba corriendo por pasillos interminables de sombras, perseguida por figuras que susurraban un trágico futuro como si fuesen seres que se regocijaban de mis peores pesadillas. Intentaba volar, pero mis alas estaban rotas y no podía levantarme del suelo. Las risas crueles del Rey resonaban a mi alrededor, burlándose de mi impotencia.
En una de esas pesadillas, vi a mi madre encadenada, su rostro demacrado y sus ojos sin vida. Intenté acercarme a ella, pero una barrera invisible me lo impedía. Gritaba su nombre, pero ella no respondía, perdida en su propio tormento.
De repente, la escena cambió. Me encontré en un prado bañado por la luz del sol, un lugar que reconocí como el campo detrás de nuestra casa. Mi madre estaba allí, cantando una melodía suave y tranquilizadora, una canción que solía cantar para calmar mis miedos cuando era niña. Su voz era un bálsamo para mi alma atormentada.
- Alondra, pequeña mía - cantaba, su voz llenando el aire con una calidez que me hacía olvidar, aunque solo por un momento, el horror del Abismo. Me acerqué a ella, sintiendo las lágrimas correr por mis mejillas.
- Mamá - susurré pero justo cuando estaba a punto de tocarla, desperté bruscamente.
La celda estaba sumida en la penumbra, pero el eco de la canción persistía en el aire. Parpadeé, tratando de aclarar mi mente. No podía ser real... ¿o sí? Me senté, mis sentidos aguzados en la oscuridad. Y entonces lo escuché de nuevo, la voz de mi madre, débil pero inconfundible, cantando la misma melodía.
Me levanté de un salto, ignorando el dolor en mis extremidades y la tirantez de las cadenas. Avancé hacia la puerta de la celda, mis manos temblando.
- ¡Mamá! - grité, mi voz quebrada por la desesperación.
La canción se detuvo por un momento, y luego escuché una respuesta, débil pero clara.
- Alondra, estoy aquí.
Mis lágrimas fluían libremente mientras escuchaba su voz.
- ¿Dónde estás? ¡Dime dónde estás!
Hubo un silencio largo y tenso antes de que respondiera.
- Estoy en las profundidades del Abismo, en la cámara más cercana al rey. Pero no vengas a mi pequeña, busca la forma de huir y vuela, tan lejos como tus alas te lo permitan. Eres más fuerte de lo que crees, solo sálvate mi mariposa.
La angustia y la rabia se entrelazaron en mi pecho, formando un nudo que apenas me dejaba respirar. Asentí, aunque sabía que ella no podía verme.
- No puedo huir, lo siento tengo que detenerlo, buscar una solución a toda esta esclavitud mamá.
- Recuerda la canción, Alondra, - dijo, su voz desvaneciéndose. - Siempre te guiará de regreso a la luz.
La conexión se cortó abruptamente, dejándome en un silencio sepulcral.
Su voz, su canción, seguía resonando en mi mente, llenándome de fuerzas. Sabía que no podía rendirme, no ahora. Mi madre estaba viva, y aún había esperanza, aunque fuera frágil.
Respiré hondo y me obligué a pensar con claridad. Tenía que encontrar una manera de salir de esta celda y buscar el cristal. Era mi única esperanza para liberar a mi madre y salvarme de un destino que yo no elegí.
Me acerqué a la pequeña ventana enrejada, dejando que la luz de la luna bañara mi rostro. La noche estaba en su punto más oscuro, pero sabía que el amanecer no estaba muy lejos.
El eco de la canción de mi madre seguía llenando mi corazón. A pesar del dolor, del miedo y de la oscuridad que me rodeaba, encontré la fuerza para seguir adelante. El Rey no había ganado todavía, y mientras tuviera un aliento de vida, lucharía.
Las lágrimas se mezclaban con la rabia mientras mis pensamientos se centraban en mi madre, en las condiciones en las que debía estar, encadenada en la cámara más oscura del Abismo. Mi corazón se rompía al imaginar su sufrimiento, su fortaleza siendo puesta a prueba cada día. Y la rabia, esa furia ardiente que nacía de la injusticia de nuestra situación, me daba la energía que necesitaba.
No podía rendirme. No ahora. Me levanté con esfuerzo, ignorando el dolor que recorría mi cuerpo. Observé la celda con atención, buscando cualquier detalle que pudiera haber pasado por alto antes. Las paredes estaban húmedas y resbaladizas, pero había una pequeña abertura en el suelo que apenas había notado, oculta entre las sombras.
Me acerqué con cautela, las cadenas de mis muñecas y tobillos dificultando cada movimiento. Palpé la abertura con manos temblorosas. Era pequeña, pero quizás lo suficientemente grande para que pudiera escabullirme. Con un esfuerzo doloroso, empecé a despejar el área alrededor de la abertura, moviendo piedras y tierra con manos ensangrentadas parando a tiempos para escuchar cualquier cosa que indique la presencia del Rey o de alguna criatura que le sirva.
El tiempo se volvió borroso, cada segundo una lucha contra la desesperación. Finalmente, el hueco fue lo suficientemente grande como para intentarlo, me levante y comencé a estirar mis brazos para lograr salir de las cadenas, me dolió pero lo había logrado y fue mucho más fácil soltar mis tobillos.
Me introduje en la abertura, sintiendo cómo las paredes de piedra raspaban mi piel mientras me arrastraba.
El pasaje era oscuro y estrecho, y me costaba respirar. La claustrofobia amenazaba con abrumarme. Después de lo que pareció una eternidad, vi una luz tenue al final del pasaje. Mi corazón se aceleró, y con un último esfuerzo desesperado, me arrastré hacia la salida. Salí a una caverna más grande, el aire fresco llenando mis pulmones mientras jadeaba por respirar.
La caverna estaba iluminada por un resplandor etéreo que emanaba de cristales incrustados en las paredes. A lo lejos, escuché el sonido del agua corriente, un río subterráneo que tal vez podía llevarme más lejos del Abismo.
Me levanté tambaleante, mi cuerpo temblando por el esfuerzo y el dolor.
De repente, una figura emergió de las sombras. Era una elfa hermosa, con una apariencia etérea que contrastaba con la oscuridad de la caverna. Su cabello plateado caía en cascada hasta su cintura, y sus ojos, de un verde intenso, reflejaban una sabiduría antigua. La similitud con el Rey era innegable; ambos compartían una belleza inquietante y una presencia que inspiraba tanto asombro como temor.
La elfa me observó con una mezcla de curiosidad y compasión, pero también con un rastro de miedo en sus ojos. Sin decir una palabra, se acercó cautelosamente y me entregó un paquete envuelto en hojas. Al abrirlo, encontré comida: pan duro, unas frutas secas y un pequeño frasco de agua.
- Gracias - murmuré, mi voz ronca y quebrada. La elfa asintió rápidamente, pero no dijo nada. Parecía estar aterrada, como si el simple acto de ayudarme pudiera traerle consecuencias terribles.
- ¿Puedes decirme algo? Cualquier cosa sobre el camino hacia afuera - le pregunté desesperadamente.
La elfa se mordió el labio, sus ojos llenos de miedo. Finalmente, susurró:
- Sigue el río. Encontrarás una bifurcación. Elige el camino de la derecha. Pero ten cuidado... el Rey tiene ojos en todas partes - Y, con un rápido movimiento, se desvaneció en las sombras, dejándome sola una vez más.
Aunque la comida y la información me daban un poco de miedo era lo único a lo cual podía aferrarme pero podría ser una trampa. Apreté el paquete de comida contra mi pecho, agradecida por el gesto, y me dirigí hacia el río.
Un día, el Rey conocería el verdadero poder de una mariposa que se niega a ser atrapada.
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Holi Lector!
Por fin les traigo una nueva actualización, la universidad me tiene muy ocupada, perdonen.
Mientras se suben los demás capítulos les invito a ver mi contenido en instagram, hablo de libros, de mis proyectos y un poco más.
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La mariposa del Rey
FantasyEn los bosques bajo la montaña de Isteard, las mujeres nacen con alas de mariposa, cada una con un diseño único que refleja su linaje y poder. Estas alas son más que una característica física; son un símbolo de libertad y autonomía. Sin embargo, baj...