13 ฅ⁠^⁠•⁠ﻌ⁠•⁠^⁠ฅ

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Las semanas siguientes fueron… perfectas. Minho no podía explicar la sensación de calidez que tenía dentro suyo cada vez que llegaba a su hogar y Jeongin lo recibía con un abrazo. Siempre había trabajado de más y no solía tener ganas de volver a una casa vacía, pero ahora sólo quería terminar rápido sus obligaciones y volver con su gatito mimado. Jeongin era un sueño, lo perseguía por toda la casa y admiraba con devoción cada cosa que Minho hacía.

Le brillaban los ojos cuando Minho cocinaba o cuando se sentaba con la computadora a mandar algún mail. Todo era nuevo y fantástico para él, y esa ilusión aniñada era adorable de ver.

Ya no se entristecía tanto cuando Minho se iba a trabajar, no como para hacer un nido en su cama, pero sí lo suficiente para hacer un adorable puchero que Minho se encargaba de chupar y besar antes de retirarse. Cuando llegaba, Minho pasaba cada segundo con él, le enseñaba a manejar algunos electrodomésticos de la casa o le mostraba sus películas favoritas, hasta cuando tenían un ratito de más, Minho le enseñaba a escribir o leer, y con todo el tiempo que pasaban juntos charlando, Jeongin había ampliado su vocabulario y ya casi no se trababa al hablar.

Era hermoso verlo crecer y moverse con mayor libertad en la casa, ya no sintiéndose un extraño en el lugar sino con una clara pertenencia. Y Minho amaba eso… porque Jeongin pertenecía ahí, con él. No había otro lugar donde ese gatito debiera estar.

Por las noches, dormían siempre juntos en la cama de Minho. A pesar de que el mayor le hubiese ofrecido prepararle una habitación para él solo, Jeongin se había negado frenéticamente y hasta se había largado a llorar al grito de ¡Tú ya no me quieres! Y la verdad, Minho tampoco quería dormir sin Jeongin, pero quería darle su espacio si lo necesitaba. El resultado había sido excelente para ambos, ahora dormían juntos cada noche, entre besos y caricias; y alguna de ellas, Jeongin encrespaba su cola, arqueaba su fina espalda y Minho entendía perfectamente lo que quería. Esas noches lo follaba con devoción, adorando cada centímetro de Jeongin que se abría sólo para él, que lo recibía en sus brazos sin una mínima queja y que disfrutaba tanto como Minho se enterraba en su interior una y otra vez.

Minho lo amaba. Amaba cada faceta de ese chico, le encantaba verlo correr en su forma animal, ver su adorable puchero y sus caprichitos inocentes, amaba abrazarlo al dormir y despertar acariciando y besando esas orejas puntiagudas.

No había forma de que Jeongin no se quedara, no había forma de que no le perteneciera.

Y no había forma de que Jeongin no pensara lo mismo. Todas las noches, antes de dormir, Jeongin se encargaba de chupar su cuello, su clavícula o su pecho hasta marcarlo repitiendo como un mantra: mío, mío, mío. Y Minho era totalmente de él.







Hoy era el día en el que Minho le contaría la verdad a sus amigos, los había citado en su casa a la hora que llegaba de trabajar, y una vez que se bajó del auto, ya todos estaban ahí, ansiosos y curiosos por lo que Minho tuviera que decirles.

—Escuchen —les dijo parado de espaldas a su puerta, aún sin abrirla—, no van a decir nada malo, no van a hacer preguntas tontas ni le van a saltar encima a apretarle los cachetes, ¡Les hablo a ustedes, Hyunjin y Jisung! —los señaló—. Es… todo para mí, así que quiero que lo traten bien ¿Está claro?

Todos asintieron, sin entender aún, pero sabiendo que si Minho, el gruñón que jamás contaba nada les estaba por mostrar algo importante, harían caso sin dudarlo.

Al abrir la puerta todos entraron a paso lento y con cuidado, adentrándose al silencio del hogar de Lee y viendo como Soonie, Doongie y Dori bajaban las escaleras para recibirlos. Antes de que alguno pudiera preguntar algo, se escucharon unos pasos rápidos que venían del segundo piso y Minho sonrió con ternura.

k o n e k o [ jeongho ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora