Obediente

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XII

Lenard jadeo, un pequeño rio de saliva se escurría de entre su amplia sonrisa, arrugo su nariz cuando una ola de magnifico placer sacudió su sistema.

Red gemía altamente, retorciéndose mientras era embestido de forma salvaje y ruda. El Ave apretó sus puños sobre la tela que envolvía sus alas, aprisionando sus manos. Este lloraba desconsoladamente mientras sentía su interior ser desgarrado por el gigantesco miembro del Cerdo.

—¡Le-¡Ah, ah! Lenard yAAA... N-NO, ya no...Suplico ahogadamente, sus lagrimas saladas mojaban todo su cuello. —¡¡Duele!!Gimió agudamente.

—Un poco mas Red... Solo... Solo un poco... Gruño extasiado, sujetando las caderas del Ave con fuerza, enterrando sus dedos en las suaves plumas. —¡Mierda!Se encorvo hacia el frente cuando sintió el clímax total iniciar su culminación.

Su mandíbula busco rápidamente a que aferrarse, tomó el cuello del Ave bajo cautiverio, sus dientes mordieron duramente esa área, empezando a eyacular toda su semilla en el estrecho interior de Red. El Ave curvo su espalda, la ultima embestida había llegado lo suficientemente profundo como para hacerle delirar; abrió su boca anhelando llenarse de oxigeno que amortiguara todo ese inmenso y agonizante dolor, que punzaba y arañaba desde sus entrañas.

Tras un largo tiempo donde Lenard terminaba su orgasmo, Red jadeo cansado, tosió un par de veces para luego cerrar sus ojos tras unos parpadeos agónicos; totalmente agotado, su cuerpo se desplomo en la suave tela, desmayándose casi al instante. Lenard soltó una leve risa nasal y acomodo el, ahora, flácido cuerpo del Ave sobre la cama; con cuidado tomo de nuevo las caderas del pelirrojo y salio lentamente de su interior, manchándose las rodillas con su propia esencia que descendía a borbotes del débil cuerpo de Red.

El misionero siempre fue su posición favorita.

Y sumando el hecho de que había amarrado aquellas alas con vendajes manchados de un rojo oscuro, en el cabecero de la cama en forma de un Nudo Espiral; le permitió tenerlo inmovilizado y deslumbrar con total libertad el acentuado de las curvas naturales, añorando devastarlo a mordidas y besos hasta no dejar ningún rincón sin marcar; le daban un toque especial al momento de tomar aquello que el mismo había robado, destrozado, humillado y maltratado.

Aquel magnifico cuerpo que parecía haber nacido únicamente para complacerlo a él.

—Vaya... Creo que exagere un poco.Rio levemente, admirando de forma minuciosa y casi devota la entrada de Red, que aun escurrida aquel liquido, el cual, ahora estaba tintado de rojo. —... Exquisito.

Gruño de puro morbo, mientras masajeaba inconscientemente los muslos internos de Red, el Ave seguía profundamente dormido, aunque su respiración estaba igual de agitada; el frenetismo de las ultimas tres rondas lo habían dejado exhausto y casi al borde del colapso.

Courtney iba a matarlo.

Ya habían pasado siete días desde que las Aves habían invadido su Isla; en ese lapso tortuoso e increíblemente largo para el Monarca, el no había recibido la atención que merecía, sometiéndose involuntariamente a una etapa de abstinencia sofocante. Pobre Lenard, le había hecho falta la compañía de su adorada Ave cautiva.

—Bien...Giro su muñeca y observo el reloj dorado bañado en oro que colgaba pesadamente en su muñeca, empapado del mismo sudor de su brazo.— Ya pasaron dos minutos, descansaste suficiente Red.

Golpeo en forma de lapo el muslo izquierdo del pelirrojo, tratando de hacerlo despertar; este se quejo entre sus sueños. Debido a los recientes cortes, mordidas y marcas oscuras de los dedos de Lenard en sus piernas, la mezcla del ardor y dolor de estas heridas arañaron sin piedad su sistema nervioso, le produjo un grito silencioso representado en un espasmo tembloroso de la extremidad, que su propio cuerpo reprimió en su inconciencia.

Te Odio Tanto CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora