Guerra de Orgullos

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XIV

El aire... Se sentía pesado.

Una especie de mezcla entre humo negro, sofocante y apestoso; que ardía al hacer contacto con tu nariz y dejaba un malestar horroroso en tu paladar.

Y un cuerpo en proceso de descomposición, silencioso, muerto; los jugos gástricos y la bilis haciendo mella en el final de la faringe, luchando por salir y trasmitiendo una sensación de asco, lastima y repulsión.

Era como estar atrapado entre las olas del mar. Quieres respirar, pero el peso del agua salada lo prohíbe con cada remate furioso que te vuelve a hundir entre sus brazos; ahogándote, matándote.

Silenciándote.

Se sentía morir, revivir, vivir y volver a morir.

Todo eso, junto y mezclándose en una afilada mirada color carbón; color muerte; color perdición.

Acompañado de esa sonrisa, galante, orgullosa y soberbia; que adornaba el rostro y suavizaba las facciones; como los pétalos de las rosas ocultan sus espinas, como las madres sonríen luego de corregir a sus hijos.

Como las flores adornan el féretro de un funeral, opacando el hedor.

Así se sentía, esa presencia que les regalaba una falsa paz en medio de los bombardeos.

—Vaya... Vaya, vaya.Todos giraron sus rostros en dirección a aquella voz, pero únicamente los Cerdos fueron quienes se movieron.

Todos los mamíferos se arrodillaron. Las armas puestas a un lado, el rencor y la gravedad del habla opacados y menguados, sumisos ante la presencia.

Su Real presencia.

—¡¡LARGA VIDA AL REY!! Grito el Cerdo que los amenazaba anteriormente, no tardaron en unirse en coro sus demás compañeros.

Recitaban el ''Viva'' como si su vida dependiera de ello, con devoción y dedicación, amor y seguridad; confianza y paz.

Digna de un ejercito leal.

—Descansen soldados. Dicha la orden, la horda de Cerdos enderezo su postura, manteniendo un silencio respetuoso. —Pero ¿Qué tenemos aquí? ¿Intrusos?

—¿Intrusos? El Alcalde, como siempre, hablador.

—¡¡ANTE LA PRESENCIA DE SU REAL MAJESTAD, SE GUARDA SILENCIO, SERES INCOMPETENTES!!Uno de los soldados se adelanto, mascullando aquella orden y no escondiendo su desagrado en ello. —¡Por su insolencia, merecen la pena máxima de nuestras tierras!

Lenard soltó leves risitas, antes de tomar el hombro del soldado.

—... No te preocupes, los conozco, al menos a la mayoría.El soldado prontamente enderezo su espalda, optando una postura firme. 

Dicho esto, aquel Cerdo asintió y haciendo un saludo, regreso al frente de su formación; Lenard le siguió con la mirada, sin quitar aquella sonrisa altanera de sus facciones. Luego de breves segundos volvió su atención a las Aves, asustadas, confundidas e ingenuas.

—... Entonces... ¿Qué están haciendo ahora? ¿Por que invaden los territorios de nuestra raza?Ahí estaba de nuevo, aquella postura confianzuda; sus brazos atrás de su espalda, erguido con su mentón en alto; sus ojos devastadores entrecerrados, mirando con un disimulado desprecio, juzgando. —No es de buena y mucho menos agradable educación llegar así al hogar de alguien.

Te Odio Tanto CerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora