𝐁𝐈𝐄𝐍𝐕𝐄𝐍𝐈𝐃𝐀, 𝐇𝐈𝐉𝐀.

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Ashley.


«Vale, ¿Cómo coño se hace ésto?»

Le pregunto a mi inexperto cerebro, mientras sufro intentando decifrar cómo se utiliza el GPS del nuevo móvil que me acaban de regalar; porque sí, a mi padre no le gusta que su perfecta hija llegue tarde a ningún lado, pero, por su culpa y falta de aviso previo, ahora tengo mucha prisa.

En mi defensa, no estaba en mis planes ir a una reunión llevada a cabo en el último piso del edificio más grande de la ciudad de Manhattan a penas llegue a la misma.

Ya me veía descansando en mi antigua habitación, leyendo o durmiendo, luego de deshacer mis tres maletas cargadas de recuerdos de España; donde pasé mis últimos diez años.

Así es, acabo de llegar a New York después de diez años fuera del país, y aún así mi amado padre no es capaz de venir por mi al aeropuerto, o siquiera enviarme un mensaje que no sea un: "Ven a la empresa a penas llegues, debo presentarte a alguien importante."

No es que tengamos la mejor relación del mundo, debido a que ha estado ausente gran parte de mi vida; pero aún así lo respeto y admiro por su manera de ser conmigo y los demás: Estricto, astuto e inquebrantable.

Me ha enseñado mucho las pocas veces que viajó a España para mí cumpleaños o el de mi abuela. Pero eso ya no es algo importante en éste momento, porque, regresando a la actualidad, sigo llegando tarde.

Decisto de entender esa cosa «no soy amante de la tecnología». Opto por tomar un taxi hacia Manhattan, y molestar un poco a mi memoria, la cual no está dispuesta a recordar la dirección de la empresa; pero... «¡Qué tonta!» es la más importante, es obvio que el taxista sabe dónde ir.

Abordo uno fuera del aeropuerto, y con poca paciencia pero sin perder la educación «mentira», le pido al taxista que me lleve al edificio.

"Synthetics Innovations"

Por lo que puedo ver al llegar, está situada en la calle Fifth avenue, y joder, si que hay buena economía por aquí.

El hombre se compadece de mi y acorta el camino evitando el trafico pesado de la Gran Manzana. Ya había olvidado los lujos de ésta ciudad, al igual que la contaminación acústica y la muchedumbre de personas que van de un lado a otro como si la vida les fuera en ello.

Soy parte de esa multitud.

Bajo frente al gran edificio, lujoso e innovador por dónde se le vea, que causa dolor de cuello a mi anatomía cuando mis ojos se emboban al querer ver el final de los 165 pisos.

Me sorprende cómo ha avanzado los últimos diez años, ya que, la última vez que estuve en la ciudad, a penas habían quince pisos y muchísima menos cantidad de personas entrando y saliendo, debido que la empresa estaba situada en un lugar menos importante.

Hay un poco de todo. Desde principiantes científicos dedicado a sus estudios sobre las tecnologías, hasta ancianos vestidos de trajes elegantes, saliendo con cinco hombres detrás de cada uno. «Tecnólogos», siendo la hija del jefe, algo tengo que saber.

«¡Sigo llegando tarde!»

Y también, reacciono tarde. Cuando intento avanzar hacia la entrada, varias personas se me cruzan impidiendome ser feliz y agrandando mi record de llegadas tardes a eventos importantes. No lo he mencionado, pero es una de mis características más importantes y la razón por la cual mi padre no confíe del todo en mi.

«¡Tengo 19 años, no cinco!»

Logro llegar a la entrada y ¡gracias a Dios!, el portero principal sigue siendo el mismo; lastima que no tengo tiempo para saludarlo y decirle que la pelada le sigue quedando genial. Le dedico una gran sonrisa que demuestra mi pena al deber entrar casi a empujones.

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