04. Playa

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—Solo les quedaba melón, y lo que sea que sea esto —, suena la voz de Chiara, sosteniendo el helado lo más lejos posible de ella.

Violeta abre los ojos, viendo a través de las gafas de sol. —Parece un minion.

La menor gira la paleta para verlo mejor con la cabeza inclinada, y por su ceño fruncido no parece compartir la misma opinión que la pelirroja. —Ahora que lo dices, el señor dijo algo de una película que había en el cine, pero que yo sepa el chaleco de los minions era azul, no rojo.

Esto es lo que le ha traído hasta ahora confiar en Chiara, piensa Violeta mientras estudia sus opciones: un helado con un extraño aspecto de minion, arena por todo su bolso y la posibilidad de sufrir una quemadura solar leve.

Las actividades de hoy parecen destinadas a gravitar alrededor de la playa, a pesar de las vehementes protestas de Violeta. Había argumentado que en realidad no era una persona de playa, que le gustaba mucho más la piscina con sombrillas, una tumbona y el bar al lado en caso de que le apeteciera algo fresquito para luchar contra el calor. Chiara la había mirado con una mueca de aburrimiento, convenciéndola de bajar a la playa con la excusa de que habría mucha menos gente que en la piscina.

Lo cual resultó ser una mentira descarada. Incluso si se encuentran apartadas en la otra punta de la playa, hay tanta gente como la habría en la piscina a las seis de la tarde.

—Me quedo con el de melón, gracias—, dice, moviéndose para tomar el helado.

Chiara inmediatamente se mete el palo verde en la boca, arrepintiéndose un poco en el momento en el que el frío toca sus dientes.

—¡Oye!

—No dije que pudieras elegir—, dice la morena, sonriendo de forma burlona. —Soy menor que tú así que por norma general elijo primero.

Violeta pone los ojos en blanco y luego agarra la viscosa barra de helado amarilla y roja.

Ha dejado de cuestionar y evitar la presencia de Chiara. Es más fácil aceptar que ahora es un elemento permanente en su rutina de vacaciones.

Se despertará cuando su alarma suene, coincidiendo siempre con la hora a la que su padre empieza a hacer el desayuno y en la que su madre aún no se ha despertado. Desayuna con su padre en el pequeño patio de la casa, en un silencio agradable que solo se interrumpe con la risa de su padre cuando su madre baja las escaleras recién levantada.

Luego se cepillará los dientes, mirando hacia abajo, siempre hacia abajo, peinándose el pelo y ordenando los mechones que se salen de su lugar, deseosa de abandonar el salón de los espejos que es el baño de su habitación.

Y tan pronto como se siente en la cama, abriendo el diario y tratando que algo salga de ella para escribirlo, la voz de su madre le llamará para avisarle de que Chiara está esperando fuera.

No importa la hora.

—¿En serio vas a quedarte aquí todo el tiempo?

—¿A qué te refieres? —dice mientras deja las chanclas a un lado.

—¿No te vas a bañar?

—Ah. —se pone de lado para mirar al mar, con una pequeña mueca. —No, estoy bien aquí.

—¿Y para qué venimos a la playa si ni siquiera te vas a bañar? —pregunta Violeta, lamiendo el helado que amenaza con derretirse a una velocidad cuya intención es pringarle los dedos y dejarlos pegajosos.

—Hay más cosas que hacer en una playa ¿sabes?

—¿Cómo qué?

—Tomar el sol

Cuando sale la luna | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora