Chiara Oliver, Violeta decide esa noche, tiene que ser una bruja.
No hay otra explicación para la cantidad de cosas que hacen en tan poco tiempo, mientras que todo lo que Violeta alguna vez planeó para su propia velada era una noche triste en la que terminaría de leer su libro y quizás escucharía algo de música.
La hizo caminar todo el camino hasta el muelle, donde el calor húmedo era un poco más soportable junto al mar, deteniéndose alegremente en un puesto de helados de camino a la playa.
Violeta se quedó atrás, de brazos cruzados y observando las olas romper desde lejos, hasta que la morena se acercó a ella y le ofreció un cono de helado que amenazaba en derretirse si tardaba más de tres minutos en comérselo.
Y odia equivocarse. De verdad que odia estar equivocada.
Pero la Chiara que salió de su habitación esa noche es una persona completamente diferente a la que vio por primera vez en la piscina, o a la que se sentó frente a ella en aquella cena.
Para empezar, esta Chiara es ruidosa.
Se ríe con todo el cuerpo y hace combinaciones extrañas de palabras de vez en cuando. Salta el dique de piedras de tal forma que parece que en cualquier momento se caerá y acabará con una escayola en la pierna durante todo el verano; pero no, aterriza a la perfección en la arena, con su cono de helado milagrosamente de una pieza.
Y ahora están aquí, torpemente paradas en la playa, con la galleta del cono de helado entre ellas mientras el cielo se extiende, kilómetros y kilómetros de azul pálido encontrándose con rosas claros.
Una pequeña mueca se extiende por el rostro de Violeta.
Se perdieron la puesta de sol.
—Bien, llegamos justo a tiempo—, Chiara sacude la cabeza, palpando el suelo junto a ella. —¿No te vas a sentar?
Violeta ya sabe que pasará dos horas limpiando la arena de sus pantalones cortos si lo hace.
Ella niega con la cabeza. —Todavía estoy tratando de descubrir cómo me convenciste de venir contigo.
—Venga ya... Solo una noche.
La voluntad de hierro de Violeta es fuerte.
Pero la sonrisa de Chiara es más fuerte.
Se desploma con un suspiro.
—Escucha, escucha— Chiara se mueve en la arena acercándose un poco más a ella.
Deja que la amargura se asiente en el fondo de su garganta y elige mirar hacia adelante en lugar de mirarla a ella. Es más fácil así.
La playa está tranquila a su alrededor, las olas chapoteando pacíficamente, sólo perturbadas por algún pájaro ocasional que desciende en círculos.
—Mira eso—, la morena agita la cucharilla de plástico del cono de helado hacia el horizonte. —Tantos colores. La gente siempre habla y habla sobre las puestas de sol, pero en mi opinión, el anochecer es lo mejor que hay.
Ella tararea. —¿No te gusta el sol?
—Oh, me encanta . De hecho, me encanta demasiado—, se ríe, y se remanga un poco la camisa para dejar ver su antebrazo algo rojo por pasar demasiado tiempo al sol sin la protección suficiente.
Violeta evita soltar una pequeña sonrisa, en cambio, sigue con la mirada fija al horizonte.
—Entonces, ¿veredicto sobre esta noche hasta ahora? — pregunta Chiara, con una sonrisa burlona en su rostro.
—El jurado todavía no está listo para deliberar.
—Eres muy difícil, lo sabes ¿no?
Evita otra sonrisa. Los ojos de Chiara no la han abandonado desde que salieron, y no está segura de cómo sentirse al respecto.
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Cuando sale la luna | Kivi
Hayran KurguVioleta no ha tenido un año fácil, y no va a mejor cuando sus padres insisten en que pase las vacaciones con ellos en un pequeño pueblo de Gran Canaria. Su lado positivo le dice que quizás esta sea una forma de librarse de las insistentes súplicas d...