08. Guay

475 22 6
                                    

—Te dije que tenían cosas buenas— dice Chiara, con la cadera apoyada en el mostrador donde la pelirroja ojea los numerosos vinilos.

Violeta apenas la escucha, demasiado ocupada y fascinada con cada vinilo que ve. Chiara le había estado insistiendo toda la tarde en dar una vuelta por el pueblo, y ella había puesto mala cara al principio, porque hacía un calor horrible y todo lo que quería hacer era bañarse en la piscina.

Sin embargo, después de un largo baño aceptó su propuesta y en vez de dar el mismo paseo de siempre por el pequeño pueblo, se dirigieron a un lugar en concreto, una tienda de música a la que Chiara definitivamente había ido más de una vez a juzgar por la soltura con la que se movía por los diferentes estantes.

—Si me hubieras dicho que íbamos a una tienda con vinilos no habrías tenido que esperar tanto sentada en la tumbona. —replicó Violeta, mirándola de reojo.

—Se supone que era una sorpresa, si te lo hubiera dicho me habría perdido la cara que has puesto en cuanto hemos entrado.

La pelirroja rueda los ojos. —Creo que nunca he venido a una tienda así.

—¿Nunca? —Chiara la mira incrédula, Violeta niega con una pequeña sonrisa. —Pero esta es una de las mejores formas de descubrir música nueva.

—Ya lo veo, ya.

Es una buena forma de descubrir música, pero también es una buena forma de conocer un poco más los gustos musicales de la morena, lo cual le ayuda a hacerse una idea del tipo exacto de canciones que debería meter en la playlist que está haciendo.

Prácticamente tienen la tienda para ellas solas, ya que ni siquiera el dependiente está a la vista. Solo son ellas dos, paseando por el pequeño espacio y ojeando los vinilos, llamándose la una a la otra cuando ven algo que les parece interesante.

Sin embargo, la soledad no les dura demasiado, pues desde el otro lado de la puerta que hay tras el mostrador del dependiente se escuchan unos pasos y un chico más o menos de su edad sale de la puerta y abre los ojos sorprendido por la presencia de clientes nuevos en la tienda.

—Lo siento, no os había oído entrar—se disculpa el chico, y Chiara, que no se había percatado de la nueva presencia, se gira para mirarlo —¿En qué puedo ayudarles? ¡Anda, hola, Kiki!

Violeta inclina la cabeza a un lado al escuchar el apodo y sus ojos se posan en la menorquina, quien luce bastante confundida al ver al chico castaño y con un curioso bigote que le queda sorprendentemente bien.

—Martin, ¿qué estás haciendo aquí?

—Paul se puso enfermo hace unas semanas y me dijo que le sustituyera, y por lo que se ve lo hago mejor que él porque su tío me ha contratado por un mes. Así me gano un dinerillo. —el chico sonríe y mira su chaleco negro con el nombre de la tienda y una pequeña guitarra. —Mira, tengo un chaleco y todo.

Chiara se ríe. —No te sienta mal. ¿Y cómo es que yo no sabía nada de esto?

—Si no estuvieras tan ocupada con-

La mirada del castaño cae sobre ella y por su mirada tan intensa puede ver como la información llega a su cabeza y trata de descifrarla hasta llegar a alguna conclusión, que llega en forma de una amplia sonrisa.

—Ella es...

Chiara la mira y sonríe. — Ah, si, ella es la chica. La chica de la que te hablé el otro día. Violeta.

Violeta parpadea.

Ella es la chica.

Chiara le ha hablado de ella a este chico.

Cuando sale la luna | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora