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Sebastián

Tenerlo enfrente hacía que me convirtiera en gelatina automáticamente. Me sentía un pelotudo. Por ahí lo era. Sí, lo era, por eso tenía tanto miedo de cruzarme con él, porque sabía el odio que me tenía. Sabía perfectamente que nunca me iba a perdonar lo que les había hecho a él y a Gabriel. Yo tampoco lo haría. Me tenía que conformar con mirarlo de lejos en el almacén y hablarle poco y nada. Me tiré a la cama con el celular en la mano, no tenía nada muy interesante para ver, solamente unos cuantos mensajes que no pensaba abrir. Solamente me interesaba ver un mensaje de Facundo, pero, después de cómo me había mirado hoy, estaba seguro que no iba a verlo ni en mis sueños. No tenía dudas que me odiaba tanto como me debía odiar Gabriel. Mi hermana entró de repente y me obligó a que fuera a comprar al almacén, miré la hora, esperaba que Facundo ya no estuviera ahí, no tenía ganas de tenerlo enfrente y hacer de cuenta que no me pasaba nada con él. Me levanté guardando mi celular en un bolsillo y la plata en el otro. Isabel me dio una nota que, estaba seguro, le había dado mi mamá para que ella fuera a comprar, pero no tenía ganas de hacerlo. Me puse mi abrigo y salí sin ganas. Pensé en lo poco que me gustaba hacerle caso a Isabel, pero me gustaba menos tener que escucharla gritar y quejarse con mi mamá que no era un buen hermano, que nunca la ayudaba en nada. Me costó el odio de quién me gusta ayudarla en todas sus boludeces. En el almacén ya no estaba Facundo por fortuna. Compré lo que tenía en la lista y volví a mi casa tratando de pensar en lo menos posible. Caminé en piloto automático hasta mi casa, pero no lo saqué hasta que estuve tirado en mi cama de nuevo. Ni siquiera me había sacado el abrigo, ahí adentro hacía calor para tenerlo puesto y empezaba a transpirar, pero no hice ni un movimiento para sacármelo. Miré el techo sin ganas de nada. No sabía por qué me sentía tan desganado, hasta hacía poco, había asumido que no tendría la mínima oportunidad con Facundo, pero, desde que se me ocurrió escribirle la primera carta, las cosas habían cambiado. Esperé a que me llamaran a cenar para dignarme a sacarme el abrigo y cambiar la cara de zombie desdichado que, estaba seguro, tenía desde el mediodía cuando vi a Facundo en el almacén. Me senté al lado de mi hermana, ella hablaba de un pretendiente que tenía, o algo así, no le estaba prestando demasiada atención.

—¿Y vos, Sebas? —La voz de mi mamá me hizo volver a la Tierra. La miré, ella sonrió—. ¿Tenés alguna enamorada?

—Hay dos chicas que sé que les gusto, pero a mí no me gusta ninguna.

—¡Hasta tenés de donde elegir! —dijo mi papá—. No sabés cómo me alegra que seas todo un galancito, no como el hijo de Adrián. Ese tipo no sabe cómo criar a un varón, por eso le salió desviado.

Me atraganté cuando escuché lo último. Él también había criado a un desviado sin saberlo. Que las chicas me siguieran no quería decir que me gustaran, pero mi actuación como hetero había sido convincente para ellos. Tomé un poco de agua para calmar la tos que tenía por el ahogo. Me sentí, por un segundo, como un nene de nuevo, quería que mis padres se sintieran orgullosos de mí, que me quisieran, aunque tuviera que mentir por el resto de mi vida. Isabel la había sacado barata, todos sabían quién y cómo era, pero ser una fácil no era tan grave como ser un maricón. Menos cuando seguía resonando el rumor del Padre que dejó los hábitos para vivir como un pecador homosexual. Facundo volvió a mi cabeza como si no hubiera pensado en él lo suficiente hoy. La conversación se desvió al trabajo de mi papá mientras yo me dedicaba a terminar de comer y a pensar en cualquier cosa que no fuera en Facundo. Casi tenía que obligarme a pensar en mujeres para sentirme medianamente normal, al menos lo que mis padres creían que era normal. Cuando terminé, me levanté y me metí en mi cuarto, prendí la computadora para jugar un rato con mis amigos. Quería distraerme un poco, sentía que me iba a volver loco si seguía así.

Jugué durante un rato hasta que mis amigos empezaron a joderme por jugar mal. Terminé saliendo del juego y cerrando Discord. No tenía ganas de seguir aguantando los comentarios de mierda que hacían, quería distraerme con el juego, pero mi cabeza seguía trayéndome el mismo pensamiento una y otra y otra y otra vez. Me quedé mirando el escritorio de la computadora como si me fuera a dar la solución a algo de mi vida. Decidí poner música, buscar una hoja en blanco, una birome y ponerme a escribir una carta nueva para Facundo. Si no terminaba mandándome a la mierda, viniendo a buscarme para cagarme a trompadas o diciéndole a todo el mundo lo que estaba haciendo, había una posibilidad de tenerlo en mi casa el día de mi cumpleaños. Terminé escribiéndole mi número de nuevo. ¿Parecía un desesperado? Sí. Y capaz no solamente lo parecía, pero quería que hablara conmigo, como mínimo, aunque no pudiera decirle nada de lo que sentía. Doblé la hoja por la mitad, la metí en un sobre y la dejé en el bolsillo de mi campera. Un pensamiento apareció en mi cabeza de repente: ¿qué iba a hacer si venía? Me volvía un boludo cuando estaba cerca suyo, pero no podía evitarlo toda la noche, si no, ¿para qué le insistía tanto? Me mordí el labio hasta que el sabor metálico de la sangre me hizo salir de mi cabeza. Limpié mi labio con los dedos. Quisiera haberme aliado con Gabriel, él me aconsejaría qué podía hacer ahora, había pasado por esto, podía decirme cómo tenía que actuar, pero mi necesidad de demostrar que no era como él me hizo su enemigo. Hace dos años pensaba que lo era, en realidad. Era tan pelotudo de pensar que tenía que hacerle la vida imposible para que supiera que yo era un hombre "de verdad" y él vivía en el pecado. Estaba casi seguro que ahora estaba feliz con el Padre, en vez de estar torturándose como lo hacía yo ahora. Suspiré, quedándome frente a la computadora sin nada que hacer. Hoy estaba más desconectado de lo normal, ni siquiera le prestaba atención a mis amigos, los conocía desde que nací, pero sentía que ya no podía hablar con ellos. Tantos años y el único secreto que de verdad querría confesarles, no podía hacerlo porque me iban a cagar a trompadas, lo sabía desde ahora. Seguramente sufriría lo mismo que Gabriel.

***

Salí de la casa de Facundo lo más rápido que pude y caminé hasta la parada del colectivo, sabía que Martín y Pablo estaban ahí ya, los tres salíamos a la misma hora para viajar juntos. Metí las manos en los bolsillos sintiendo los auriculares enredados como no podía ser de otra manera. En el otro bolsillo tenía el celular apretado como si, así, pudiera hacer que me llegara un mensaje de Facundo. Cuando llegué a la parada, los chicos me miraron con cara de dormidos, se habían pasado la noche jugando videojuegos, en el mejor de los casos. Esperamos sin decirnos mucho, los tres teníamos sueño y no éramos capaces de pensar en algo coherente. Cuando subimos al colectivo, nos sentamos separados así que aproveché para conectar mis auriculares y escuchar música hasta que nos bajáramos. Al girarme a la ventanilla, vi a Facundo pasar por la vereda, tenía una campera bastante delgada para el frío que estaba haciendo esa mañana, tenía los brazos apretados contra el cuerpo, así que estaba seguro que se estaba congelando. Caí en cuenta, unos segundos después, que era muy probable que no pasara la noche en su casa. Se iba a topar con mi carta de frente. Hasta podía imaginar la cara de asco que pondría cuando la viera y reconociera mi letra. ¿Después de cuantas cartas alguien podía reconocer la letra de otra persona?

—Che, Sebas, despertate, ya nos tenemos que bajar.

Me dijo Pablo sacándome el auricular, me levanté rápido y fui hasta la puerta con ellos. Cuando estuvimos en la vereda, los dos me miraron con burla, los ignoré. No tenía ni ganas ni energía para contestarles, ni siquiera para prestarles demasiada atención. Tenía el suficiente sueño como para que ni siquiera me importase haber visto a Facundo. Sabía que iba a sobre pensar todo en unas cuantas horas cuando por fin saliera de la escuela y pudiera cambiar la cara de zombie que tenía. Doblamos a la derecha en la esquina y caminamos media cuadra hasta el colegio. Nos paramos un poco lejos de la puerta principal, Pablo, que le gustaba una compañera del curso, Luna, desde hacía dos semanas, se la pasaba intentando captar su atención. Ahora nos usaba para que lo tapáramos de doña Josefina, si es que aparecía, para poder fumar y que ella lo viera como el "chico malo" que claramente no era. Tenía que darle la derecha a Gabriel y Facundo en algo, hasta ahora no habíamos dejado de ser un trío de pelotudos que intentaban ser esos chicos malos. Ni lo intentaba ya, no tenía ganas de ser ese chico malo, me había aburrido de tratar de ganarme famita por algo que no era, pero Pablo y Martín se volvían locos pensando que, así, ninguna piba se le iba a resistir. Si se miraran al espejo alguna vez, se darían cuenta que tenían cara de nenes buenitos con miedo a sus mamás intentando verse como si se hubiesen peleado con alguien por algo que no querían, pero tenían que sacárselo. La definición de "chico malo" en alguna película mala. Pablo sacó un atado de cigarrillos, se puso uno en la boca y lo encendió parándose contra la pared. Tenía que admitir que me daba gracia su forma de comportarse por Luna, siempre había sido un poco bobo con las chicas, pero ahora intentaba cambiar totalmente para llamar la atención de esa chica. Como punto a su favor, ella era muy linda y simpática. Me sorprendía que no le gustara a Martín también, o al menos que no la persiguiera, como hacía siempre con todas las chicas hasta que se las llevaba a la cama. Era de las personas que sabían conseguir lo que querían con solamente hablar y sonreír.

Bostecé sin ganas de seguir pensando demasiado de acá hasta que saliera del colegio. Cuando la puerta se abrió, Pablo tiró el cigarrillo al piso, lo pisó y metió el atado en la mochila. Martín dijo algo que no escuché adelantándose un poco. No tenía ganas de sentarme y tener clases de cosas que no entendía y no me esforzaba por entender y tampoco quería entender. Quería estar en mi casa, metido debajo de las frazadas de mi cama, haciendo cualquier cosa que no tuviera que ver con pensar, o al menos que no tuviera que ver con pensar en cosas complicadas. Entonces, me di cuenta que me había quedado atrás, parado en la vereda prácticamente solo. No tenía muchas ganas de entrar a quedarme dormido en el banco, así que, pegué media vuelta y volví por donde había llegado hacía unos minutos. Sabía que mis papás iban a trabajar ahora y que Isabel estaba por ahí, pero que no iba a decir nada, me lo debía después de haberla cubierto más de una vez. Decidí tomarme el colectivo y volver a Villa del Carmen. 

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Muy buenas~ acá traigo el nuevo capítulo. Ya lo había preguntado, pero ahora desde la perspectiva de Sebastián me parece mucho más importante la pregunta: ¿cómo lo ven? ¿Se esperaban que fuera así dentro de su cabeza? Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradece muchísimo.

No te odio [Anexo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora