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Sebastián

Ahí estaba, como el boludo que era, frente al escritorio de mi cuarto con la luz del velador prendido nada más. Había escrito otra puta carta para Facundo, como si fuera por inercia. Eran las cuatro de la mañana ya y no dejaba de mirar el sobre blanco que tenía adentro la carta. Rocé los bordes con los dedos, casi deseando que se quemara y desapareciera de mi vista, pero seguía ahí, entre mis manos, acariciándolo. No tenía idea de por qué insistía con esto, él ya me había dejado claro que no quería verme la cara, menos iba a venir a mi cumpleaños, pero algo en mí me hacía seguir, si no terminaba cagándome a palos hasta esa fecha, habré gastado prácticamente un cuaderno rogándole a un pibe que no me tolera que se pase por lo menos dos minutos por mi fiesta. Seguía esperando con alguna esperanza que él me enviara un mensaje, aunque fuera para putearme por la insistencia, mucho más no podía esperar de él. Metí la carta en el bolsillo de la campera, apagué el velador, me levanté para acostarme a dormir de una vez. Aunque no pude. Di vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, mi cabeza me torturaba con la carta, dos ideas contrarias batallaban ahí adentro y no me dejaban estar en paz, o al menos tranquilo para poder dormir. Me quedé dando vueltas en la cama hasta que empezó a amanecer. Hoy tampoco tenía ganas de ir al colegio, estaba a meses de terminar el secundario, no quería seguir viéndoles las caras a mis profesores, ni a algunos de mis compañeros. Miré los rayos del sol que entraban por algunos huecos que había en la persiana. Escuché a mi papá y a mi mamá levantarse, ella a preparar el desayuno para nosotros y él a ducharse y prepararse para ir a trabajar. Me giré a la pared sabiendo que en cualquier momento mi mamá iba a venir para despertarme. Me tapé un poco más, hacía frío, no me quería levantar. Gracias a las buenas notas que tenía, mi mamá me dejaba faltar si quería, hablaba con la mamá de Gabriel, aunque la detestaba por ser la madre del maricón, pero le servía hacerse la amiga para conseguir un certificado médico cada vez que lo necesitaba. Como pensé, ella vino, me pasó la mano por el pelo y, como no me moví, solamente me dejó, volvió a salir de mi cuarto. Cerré los ojos sintiéndolos arder un poco por el cansancio.

***

«Verlo ahí sentado en mi cama, era algo irreal, nunca hubiera imaginado que lo tendría así, pero ahora lo tenía y me miraba con esa mirada tan suya; tan desafiante. Podía sentir como sus ojos marrones me atravesaban por completo como si fueran dagas. Me acerqué a él hasta que pude sentarme en sus piernas. Llevé mis manos a sus mejillas mientras Facu llevaba las suyas a mi cintura. Lo besé. Por fin podía hacerlo. Lo besé con desesperación, hasta que casi sentía que dolía, me apretaba contra su cuerpo, sentía que me mordía los labios. El aire se me escapaba de los pulmones. Me desabrochó la camisa a tirones, creí escuchar la costura ceder ligeramente, pero me importaba un bledo, era mi cumpleaños y lo tenía ahí, como mi regalo. De un movimiento, me tiró a la cama posicionándose sobre mí. Estaba a su merced, nunca pensé que sería el "que recibía", pero él estaba decidido a no perder su lugar de privilegio y el ardor en mi cuerpo hacía que no me importase; el que se estaba regalando en realidad era yo. Sentí su lengua pasarme por el cuello y bajar hasta mi pecho. Sentí sus besos y mordidas. Era una tortura para mí, quería que dejara los preámbulos, que me hiciera suyo de una vez. Me escuché gemir su nombre cuando su lengua pasó por uno de mis pezones. No imaginé que pudiera sentirse así que otro hombre me tocara. Sentía sus manos recorrerme el cuerpo como si lo conociera a la perfección. Me aferré a su ropa con la idea de quitarla, pero no me lo permitió, en su lugar, terminó de desvestirme para desabrochar su pantalón. Una sonrisa le curvó los labios mientras abría mis piernas...»

Pegué un salto en la cama despertándome de golpe, miré mi cuarto sintiendo la respiración agitada y el cuerpo temblarme como si fuera una gelatina. Me pasé la mano por la cara, estaba transpirado. Me senté sintiendo el pijama apretado en la entrepierna, sabía qué significaba. Volví a acomodarme en la cama cuando escuché unos golpes en la puerta, cerré los ojos acurrucándome, pero los golpes volvieron a sonar.

No te odio [Anexo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora