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Facundo

—Ah, vos sos uno de esos boludos —dije cuando Sebastián terminó de contarme lo que le pasaba.

—Sí, ya sé...

—Bueno, mandale un mensaje disculpándote.

—¿Estás seguro?

—Es lo que tenés que hacer. Y ya no le prometas ir a ningún lado con ella, si te vas a comportar así.

Asintió agachando la cabeza, casi parecía un nene chiquito al que habían retado. Ni siquiera se comportaba como el pendejito que le hacía la vida imposible a mi amigo, era como si se hubiera transformado en otra persona, o ya ni siquiera fuera Sebastián. Hasta me sorprendía que actuara así, tenía fama de galancito, ahora ni siquiera podía rechazar una chica. Le pedí que se sentara en el banquito del otro día y le pasé el mate con el termo. Me miró antes de entender que quería que me fuera útil un rato. Seguí acomodando y limpiando las góndolas mientras él me cebaba mates en silencio, tenía la radio de fondo, pero no había nacido para estar callado, aunque tuviera que hablar con mi peor enemigo.

—Y... ¿por qué no querés ver a esa chica? —dije mientras pasaba una rejilla húmeda por el mostrador.

—No sé...

Me giré a mirarlo, tenía la cabeza agachada como si fuera una criatura, incluso parecía que se había achicado un poco más después de haberle hecho la pregunta. Solté el aire con un poco de fuerza haciéndolo mirarme.

—¿No querés hablar de nada?

—Sí... —cebó un mate y me lo pasó—. Es que no quiero molestarte.

—Sos medio tonto, ¿no? Me estuviste mandando cartas para que te hable. Ahora que estamos acá y que te tolero, no querés hablar de nada por no molestarme.

—Perdón... —Hice un movimiento con la mano para que siguiera hablando—. Ella no me gusta, es un poco molesta y me viene persiguiendo hace un tiempo, es la hermana de uno de mis compañeros. Antes de decirle que iba a ir a su casa hoy, vivía mandándome mensajes.

—¿No le dijiste que te molestaba? —Negó con la cabeza—. ¿Por qué?

Se encogió de hombros desviando la mirada para otro lado. Tenía las mejillas un poco coloradas. Pensé que nunca iba a ver vergüenza en su cara, pero parecía que sí la tenía después de todo. Me quedé observándolo unos segundos, sentía que había algo que no me estaba diciendo, la misma sensación que me había dado Gabo cuando éramos chicos y nos juntábamos con Santiago.

—Deberías ser más sincero.

—Si soy sincero, me voy a meter en un quilombo peor que el de tu amigo.

Entonces, las palabras de Gabo volvieron, algo tenía que pasarle para que me fuera a buscar de la nada. ¿Él estaba ocultando el mismo secreto? Empecé a sentir rabia. Si le había hecho pasar una vida de mierda a mi amigo por ser gay y él terminaba siéndolo también, me iba a dar ganas de romperle la cara. Pero me controlé, no tenía derecho a hacer eso, pensé por unos segundos en frío, o al menos todo lo que pude enfriarme, él, como Gabo y yo, habíamos crecido en este barrio, con las enseñanzas de la biblia, Nuria la había pasado mal por eso, Gabriel e incluso yo, que no era homosexual, la había pasado mal por defender a mi mejor amigo, era lógico que no quisiera que supieran quién era en realidad, que tuviera miedo a enfrentarse a sus padres o a sus amigos, que, sabíamos de sobra, eran unos pelotudos, ellos no les importaría dañar a Sebastián por sentirse superiores a alguien más. Solté un suspiro intentando soltar la frustración, no quería pensar que era gay y que había sido un hijo de puta con mi amigo, prefería pensar que simplemente se había dado cuenta que sus amigos eran una mierda y buscaba alguien que no lo fuera. Aunque, tenía que admitir, yo no era la gran cosa tampoco.

No te odio [Anexo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora