Sebastián
Miré a Facundo ir y venir en el almacén, limpiando, acomodando y atendiendo a la gente que venía. Casi me sentía culpable de no estar haciendo nada más que cebar mates y tratar de iniciar una conversación que era obvio que él no quería tener conmigo. Después de ofrecerme venir otro día, ya no me volvió a hablar. Pensé que se había arrepentido de ofrecerme algo así, pero no quería que me lo dijera a la cara, no ahora por lo menos, que había recuperado un poco el humor. Miré la hora, eran casi las siete, me había pasado casi toda tarde ahí con él. No era que me quisiera ir, si fuera por mí me quedaría toda la vida acá, viéndolo ir y venir, pero no podía quedarme. Me levanté para dejar el mate con el termo en el mostrador, él me miró, pero no me dijo nada, seguramente ya sabía que era hora que me fuera, seguramente hasta lo agradecía. Salí de atrás del mostrador y caminé hasta la puerta.
—Ey, pendejo, esperá. —Me giré a mirarlo, él salió de atrás del mostrador—. Tomá, al menos hoy no hiciste que te quisiera cagar a trompadas. Te la ganaste.
Me extendió una botella chica de gaseosa, la agarré sin sacarle la vista de encima, me sonrió como les sonreía a sus amigos, me pareció irreal, como si fuera un sueño.
—Me voy a tener que portar bien siempre si me vas a regalar cosas.
—No te emociones, pendejo, no te voy a dar más cosas.
Solté una risita, él volvió a sonreír antes de hacer una seña para que me fuera de una vez. Lo saludé y salí. Caminé hasta la esquina mirando la botella como si fuera el objeto más valioso del mundo, casi me daba pena abrirla. Pensé que, al menos ahora, podíamos llevarnos bien, podría estar con él sin que me mirara con odio. Caminé hasta mi casa prácticamente sin darme cuenta, no había dejado de pensar en él y en el gesto que había tenido conmigo, no solamente por la gaseosa que me había regalado, sino por su invitación para huir de todo y quedarme con él. Entré, estaba mi mamá sentada en la mesa de la cocina con mi hermana, seguramente se había tomado la tarde. Las saludé antes de ir directamente a mi habitación, me senté frente a la computadora abriendo la botella de gaseosa. Encendí la computadora y esperé unos segundos. Una vez que la pantalla me mostró el escritorio, entré a Discord, mis amigos estaban conectados y jugando a algo. Decidí poner que mi cuenta estaba desconectada, no tenía ganas de hablar con ellos ahora, sabía que iban a comentar lo de hoy y no me daba la gana escucharlos putearme. Me metí en YouTube y busqué algún vídeo que me entretuviera un rato. Tomé otro sorbo acomodándome en el asiento. De repente, me llegó a la mente lo que me había preguntado Facundo, ¿de verdad estaba considerando contarle lo que sentía por él? Parecía que me estaba dando luz verde para hablarle, pero no me sentía capaz de hacerlo, de pensarlo nada más el cuerpo entero me temblaba. Estaba casi seguro que me iba a terminar odiando si le decía que sentía algo por él, no porque fuera gay, sino porque había sido un hipócrita con él, con Gabriel y con todo el mundo. Agarré mi celular por impulso y abrí el chat de Facundo, empecé a escribir lo que tenía en la cabeza, lo que me había llevado a hablarle, a defenderlo de mis amigos, pero como si el universo me estuviera dando una señal, mi celular se apagó. Lo intenté encender de nuevo, pero el ícono de baja batería me apareció en la pantalla. No era el momento de decirle nada. Conecté el aparato y lo dejé en el escritorio, sin más opciones que mirar el video que había puesto y que mi cerebro me obligó a ignorar por unos minutos.
Una horas después, cuando ya me había aburrido de todo lo que había en internet, pero seguía sin intenciones de hablar con mis amigos, mi mamá me llamó para cenar. Salí sin ganas y fui a sentarme en la mesa al lado de Isabel, que ni me miró y volvió a mirar su celular como si ninguno de nosotros existiéramos. Mi papá llegó justo cuando mi mamá servía la comida. Se apuró para lavarse las manos y sentarse, oramos antes de comer como siempre. Las historias del trabajo de mi papá no se hicieron esperar. Me aburría escucharlas, era como un nene chiquito, pero era igual que escuchar a doña Josefina cuando contaba algún chisme del barrio. Comí en silencio, aunque no parecía que les importara, ninguno de los tres me dijo nada, parecía que era transparente de verdad. Cuando terminé, volví a meterme en mi cuarto, agarré ropa y salí de nuevo para meterme al baño. Abrí la canilla de la ducha y dejé el agua correr hasta que se calentara. Me desvestí y me paré frente al espejo, miré mi reflejo unos segundos, mi cara era otra ahora, pero no sabía identificar qué había cambiado. Por ahí era saber que podía huir a un lugar cuando ya no aguantara mi cabeza. Mi reflejo empezó a ser cada vez más borroso por el vapor que salía de la ducha, decidí dejar de pensar tanto y meterme abajo del agua de una vez, quería dejar que se llevara todos mis pensamientos por el desagüe. Necesitaba, por un segundo, vaciar mi cabeza, dejar de pensar, hacer de cuenta que el mundo que estaba del otro lado de la cortina del baño no existía.
Salí de la ducha un rato después, me vestí y me peiné el pelo con los dedos, después volví a mi habitación para encerrarme. Me senté frente a la computadora suspendida y moví el mouse para que me dejara acceder de nuevo. Me puse los auriculares y puse música, no tenía nada más que hacer, pero me servía para no morirme del aburrimiento. Di vueltas por internet buscando algo para hacer hasta que me acordé que mi celular estaba cargando, lo encendí y esperé. Las notificaciones no tardaron en llegar casi trabando el aparato. Una vez que dejó de vibrar, entré a WhatsApp encontrándome con mensajes de Lidia, de mis amigos en el grupo que teníamos, ninguno me interesaba. Abrí el chat de Facundo, no había rastros de lo que había empezado a escribir antes que se apagara mi celular. Por un segundo pensé en volver a escribirle, pero ya no recordaba las palabras que había usado. Solté un suspiro limitándome a cerrar la app, no quería joderlo mucho, sabía que había sido demasiado verme todo el día la cara, aunque yo podía estar con él todo el día si me dejara. Volví a bloquear mi celular, cerré el navegador que tenía la música que estaba escuchando y abrí un juego, uno que no fuera multijugador para que mis amigos no se metieran. Necesitaba distraerme de mi vida entera, de mis amigos de mierda, de mi familia, hasta de Facundo, quería huir de todo para no acordarme de lo miserable que iba a ser el resto de mi vida en este barrio. Por ahí estaba exagerando un poco, no iba a morir en este barrio de mala muerte, pero por ahora tenía que vivir acá, al menos hasta que pudiera correr a cualquier lado.
***
La semana pasó bastante rápido, Lidia no había dejado de mandarme mensajes por decirle que iba a su casa después del colegio. Ahora tenía mucho menos ganas de ir que antes, mucho más cuando la vi esperándome en la puerta del colegio. Estaba con otra chica, de vez en cuando, dejaba de mirar a la entrada, donde estaba ahora. Paré en seco, dejando que mis amigos se adelantaran y salieran sin mí. Miré a mi alrededor, otros cursos salían a la misma hora, me puse la capucha de la campera y me mesclé con los chicos saliendo en la dirección contraria a la que siempre caminaba con Pablo y Martín. Decidí caminar hasta el barrio, no podía quedarme a esperar el colectivo, podía cruzarme al par de boludos y podían llamarla, o peor, podían estar todos juntos, no quería dar la cara hoy. Caminé mirando el suelo como si hubiera cometido un delito. Mi celular empezó a vibrar en mi bolsillo, lo saqué y lo miré, eran mensajes de Lidia. No me atreví a abrirlos, casi estaba seguro de lo que decían. Los dejé llegar uno atrás del otro hasta que, en vez de mensajes, me empezó a llamar. Parecía que no quería renunciar a verme hoy. Decidí silenciar mi celular por completo y seguir caminando como si me persiguieran. Estar en el barrio no me salvaba, me la iba a cruzar en algún momento, a menos que no saliera en todo el fin de semana. Suspiré sabiendo que tenía pocas opciones ahora por ser un boludo y no decirle a Lidia que no me interesaba. Cuando llegué a Villa del Carmen, pensé en pasar por el almacén. Entré y lo miré, estaba atendiendo a un par de señoras que siempre estaban en la iglesia y que nunca me acordaba de sus nombres. Esperé a que el par de mujeres saliera para acercarme al mostrador, Facundo me miró con seriedad.
—¿Me puedo quedar acá hoy? —dije con un poco de urgencia.
—¿De qué corrés? Te ves agitado.
—Si querés te lo cuento, pero necesito quedarme acá, por favor.
Se me quedó mirando antes de hacerme una seña para que pasara del otro lado del mostrador. Después me mandó a dejar la mochila en el depósito, así hice antes de volver con él. Me miró, cebó un mate y me lo pasó.
—Bueno, contame, ¿qué te pasa?
Tomé un trago del mate, estaba amargo y más caliente de lo que pensé. Me quedé en silencio unos segundos y volví a tomar otro sorbo. Facundo, apoyado contra el mostrador, me miraba todavía con el rostro serio. Dejó el termo en el mostrador y se cruzó de brazos.
**
Muy buenas~ acá traigo el nuevo capítulo. Sé que me tardé bastante en traer el capítulo, ahora no solo tengo que atender mis responsabilidades, se suma el mal estar emocional que tengo de repente. Espero poder actualizar más seguido, aunque no estoy segura. Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradece muchísimo.
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No te odio [Anexo]
Teen FictionCuando la tranquilidad vuelve a Villa del Carmen dos años después de la partida del Padre Manuel y Gabriel, en el interior de Sebastián empieza a gestarse una tormenta que arrastra a Facundo en el proceso, quien cree que se libró por fin del adolesc...