El Asesinato De Artemis

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Por otro lado Artemis se encontraba entrenando en el reino no muy conocido le llamaban el reino desconocido de vez en cuando miraba a Arturo de lejos ya que no se encontraba lejos de ahí con el paso de los meses días, horas minutos y segundos se negaba a sí misma en sentir algo por Arturo, era apuesto atento aunque por su mal carácter después de todo le veía algo positivo, como algo negativo -¿Que es lo que me está pasando? ¡No!, No puedo estar enamorada de un hombre que ha asesinado a su propios padres- tocaba su cabeza  llena de confusión y temor ¿Que tal si hace lo mismo con ella como lo ha hecho con sus dos esposas?.

Suelta un suspiro insatisfecho, luego se percata varios hombres que se aproximan en el lugar, frunce el ceño al momento de reconocerlos y más por el símbolo que llevan en el pecho y en las banderas -Maldición- dijo entre dientes dándose la vuelta y salir sin ser vista por los soldados, sin tener más opciones y tiempo toma el camino más largo e ir directamente hasta Arturo, las voces de estos hombres se acercaban aún más preguntado al resto de su paradero.

-¿Han visto a esta mujer?- el general mostró una imagen mía unos responden que no me conocían otros dicen que sí señalando el lugar donde suelo pasar mi tiempo libre mientras que un mercader se acercó al general que guía a sus soldados. -señor, se por donde se fue- agregó el vendedor, su aspecto daba mucho asco vestía en ropas bastantes grandes, es muy obeso sus dientes estaban asquerosamente amarillos y podridos manejaba su negocio de carnicería, debo admitir que me da repugna su forma de atender y vestir, su delantal sus pantalones y playera estaban horriblemente sucios entre la sangre del animal, el polvo y la grasa.

-asqueroso diría yo- susurré entre mi misma cuando me ve y me señala solo corrí lo más rápido que pude -gracias - concluyó el general corriendo detrás de mí -¡Hey! ¡Detente ahora mismo!- gritó, no pude quedarme por más tiempo eran cinco contra una no era justo -no tengo otra opción- me convenzo que quizás está es la última oportunidad de salir de aquí y ver urgente al que considero mi gran amor Arturo.

Finalmente pude perderlos de vista, estando ya en un espacio libre salí de ahí volando el aroma del joven príncipe aún estaba en el aire era palpable -¡Lo encontré!- me había emocionado bastante cuando aterricé ya estaba en mi forma más natural mis pies tocaron el suelo y lo tome del hombro preocupada estaba ansiosa como nerviosa solo admiré sus ojos rojizos, estaba en su punto de esplendor.

-qué quieres- su tono era más frío y distante me aparte un poco suspirando en bajo -debemos irnos, los hombres de tu hermano están aquí huí en cuanto me vieron - el no me miró solo mantuvo sus manos en la espalda baja esperaba su respuesta con tanta desesperación cuando de pronto ambos escuchamos el -¡Ahí están! ¡Atrapenlos!- señalaron nuestra ubicación -Arturo. . .  Debemos irnos- suplicó -!No!, ¡No me iré de este lugar- se mantuvo firme ante su decisión solo me mira de lado -¡No quiero perderte!- lo digo de golpe entre un grito, él se quedó perplejo y en silencio solo por unos segundos.

-¡Joder!- gruñó con molestia me tomó de la mano y corrimos a otra dirección  los gritos de Humberto no se hicieron esperar -¡Alto ahí!- nos lanzaba flechas esquivamos unas cuantas Pero por desgracia me clavaron una en el muslo solté un quejido lleno de dolor el hombre con quién estoy enamorada me tomó entre sus brazos saliendo del bosque la exclamación del rey se oyó por la zona de dónde estábamos -¡Malditos!- lo ví que tiró su arco al suelo furioso, mientras nosotros llegamos aún lugar alejado y seguro me acostó sobre la cama dentro de una cabaña algo vieja y deteriorada, su espalda ancha, su abdomen sus brazos fuertes me hacían tragar saliva mis mejillas estaban ardiendo de tanta masculinidad que destilaba hasta los poros de su piel.

-¿Estás lista?- cuestionó tomando el palo de la flecha mientras me mira sereno y sin expresión en sus gestos -si, estoy lista- agregué al acto sus dedos presionan al rededor de la herida jalando la flecha intenté no gritar ni quejarme Pero el dolor me lo ponía bastante difícil -quédate quieta- comentó -no puedo, ¡Duele demasiado, como para soportar esta horrible sensación!- mis manos tiemblan como mi voz de un movimiento ágil retiró la flecha solté un grito desgarrador -¡Aaaah!- que apretaba las sábanas viejas que estaban tendidas bajo mi cuerpo.

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