Samuel
Durante mi niñez, mi figura paterna era más un ídolo de la pantalla que en casa. Incontables artículos en diarios y revistas, tanto locales como internacionales, diversas entrevistas en programas deportivos, partidos, premios y títulos adornaban su carrera. Mi padre era un ídolo del fútbol, pero lo veía principalmente a través de la televisión, ya que el tiempo que compartía con nosotros era limitado.
Mi madre era lo opuesto. Siempre presente, se involucraba en nuestros juegos, nos asistía con las tareas escolares y, aprovechando cualquier momento libre, nos llevaba de paseo a parques temáticos, al cine o incluso a los partidos de mi padre en el Bernabéu.
Siempre estuve muy unido a mi madre; ella era mi refugio ante las adversidades, a quien podía recurrir cada vez me que sentía abrumado por mis dudas y problemas. Oliver, por su parte, seguía las huellas de nuestro padre: anhelaba ser como él, jugar como él y forjar una carrera futbolística igual a la suya. Oliver aspiraba a ser el reflejo de nuestro padre y esa ausencia paterna le causó cierta frustración a lo largo de nuestra niñez.
El fútbol nunca capturó mi interés más allá de ser un pasatiempo. Lo jugaba por diversión y como una forma de compartir con amigos, sin idealizarme como una futura estrella del deporte. Sin embargo, al cumplir los doce años, los elogios por mi estilo de juego comenzaron a resonar, y las voces de quienes me rodeaban sugerían que debía tomarlo en serio. Fue entonces cuando nació mi ambición de convertirme en futbolista profesional
—En Madrid no lo hacemos así. —mi madre se llevó una mano al rostro e hizo presión sobre sus ojos al escuchar las palabras de Emilia.
—Si, claro, en Madrid. —pronunció y se dió la vuelta— Lo único que me faltaba. —dijo en voz baja mientras rebuscaba entre los distintos tuppers de la alacena— Podrás haber nacido en Madrid. —dirigí la vista hacia ambas y observé cómo Emilia tomaba el tupper que mi madre anteriormente tenía en sus manos— Pero tienes sangre argentina y eres hija de dos argentinos.
—Pues da igual, yo soy española.
—De española solo tienes el documento. —dijo Oliver al entrar en la cocina— Desde aquí se te siente el olor a polenta con tuco los días de lluvia. —se burló y Emilia no dudó en lanzarle uno de los trapos que estaban sobre la mesada, pero falló en el intento— ¿Que hay de comer?
—Comida. —respondió mi madre y mi padre estalló a carcajadas tras ver la expresión de Oliver.
—No sé para que pregunto si siempre me dices lo mismo. —se quejó y se sentó en una de las sillas, pero volvió a ponerse de pie cuando mi madre lo señaló a él y a mi padre.
—Pongan la mesa. —ordenó y ambos salieron de la cocina quejándose en el trayecto.
Emilia se rió de ellos, pero salió casi corriendo cuando mi madre le dirigió la mirada. Era la típica, ella siempre desaparecía para evitar hacer ciertos mandados.
—Ahora vos. —pronunció y le dirigí la mirada de inmediato— ¿Por qué estás tan callado?
Alcé mis hombros, intentando restarle importancia, pero estaba claro que mi madre no lo iba a dejar pasar así como así. Se ubicó en la silla frente a mi y me clavó la mirada hasta hacerme sentir presionado.
—¿Crees que mi papá no muestra interés en mi porque juego en Boca y no en River? —pregunté y mi mamá se quedó en silencio— Siempre que pudo estuvo tras Oliver, guiandolo y enseñándole, pero conmigo nunca fue así.
—Sam.
—Yo sé que antes no me gustaba el fútbol y toda la cosa, pero ahora sí. Ahora sí me gusta el fútbol y si quiero ser un futbolista profesional, pero, aún así, papá nunca se interesó por preguntarme cómo me va, cómo son los entrenos, que es lo que más me cuesta...ni siquiera sabe en qué posición juego. —tragué saliva para intentar desarmar el nudo que se había comenzado a formar en mi garganta— ¿De verdad le intereso tan poco?...A veces me cuestiono si de verdad fui deseado o no, porque con Oliver y Emilia es una cosa, pero conmigo es totalmente indiferente.
—No vuelvas a poner eso en duda nunca más. A los tres los queremos por igual.
—¿Entonces por qué conmigo actúa como si no le importara? —volvió a quedarse en silencio— Ni tu sabes decirme por qué.
—Porque no lo sé, Sam. Intenté hablarlo muchas veces, pero siempre corta el tema argumentando que son exageraciones mías. —asentí.
—No voy a cenar. —anuncié y me puse de pie, dispuesto a abandonar la cocina.
—¿A dónde vas?
—Por ahí. —respondí y me abrí paso.
—Sam. —pronunció luego de tomarme por el brazo— Voy a hablarlo con él. —asentí— Solo ten un poco de paciencia.
—Le tuve demasiada paciencia todos estos dieciocho años. —abandoné la cocina y, posteriormente, la casa.
Me entretuve caminando por las calles sin rumbo alguno, con la música sonando a tope en mis auriculares sin importarme lo que había a mi alrededor.
Me detuve en una deteriorada y abandonada plaza no muy lejos del centro, repasé el lugar con la vista y me senté en una de las pocas bancas de concreto que estaban completas. Revisé mi celular múltiples veces, como una estrategia para pasar el tiempo, hasta que en mis contactos encontré el número de Bianca.
Me lo pensé un poco. No quería escribirle solo por escribirle, pero tampoco tenía otra cosa que hacer. Le di varias vueltas al asunto, escribí y borré el mensaje múltiples veces hasta que tomé el valor de enviarle el último mensaje que había escrito y, para mí buena o mala suerte, respondió casi al instante.
Visto.
Suspiré y bloqueé la pantalla de mi celular, volviendo a concentrarme en la canción que estaba sonando, hasta que una voz me obligó a bajar por completo el volumen de multimedia.
—No tengo de que quejarme, pero no me molesta escuchar a otros. —pronunció y se sentó a mi lado como si nada. Sostenía una caja de cigarrillos en una mano y aún llevaba puesto su uniforme de trabajo.
Se veía tan linda que tuve que obligarme a apartar la mirada.
—¿Estuviste llorando? Tienes los ojos rojos. —clavé la mirada en el suelo debido a la vergüenza.
—Si...se que es ridículo. —pronuncié casi en voz baja y ella me tendió un pañuelo de papel.
—Para nada, llorar es un acto de valentía. —alcé la mirada y ella me dedicó media sonrisa antes de mirar al frente— No todos tienen el valor de mostrar la fragilidad de su corazón y de sanarlo a través del llanto.
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Fuera de juego [#2]
RomanceSamuel Godoy no es el futbolista más destacado de Argentina, tampoco es el más conocido de sus hermanos, pero hace sus más grandes intentos por ocupar un lugar digno de su apellido. Jugador de la reserva de Boca Juniors, foco de críticas y comparac...