CAPÍTULO 17: ¿y ahora qué?

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BENJAMIN DAVIS

Estábamos abrazados, mi mano acariciando su piel desnuda mientras escuchábamos caer la lluvia afuera. El sonido de las gotas golpeando el techo era casi hipnótico, creando una atmósfera de paz que nos envolvía en su manto. No habíamos hablado durante media hora, simplemente nos permitimos disfrutar de la compañía del otro, un lujo que habíamos extrañado durante tanto tiempo.

Sabía que debíamos conversar sobre muchas cosas, que había decisiones que tomar y caminos que discutir, pero no era el momento. Por ahora, solo me dedicaba a disfrutar de su cercanía, de su aroma y de la presencia poderosa que proyectaba Irene cada vez que estaba conmigo.

Su cabello había crecido, era más oscuro y sedoso, con un olor a vainilla que me embriagaba. Su piel, como siempre, era suave, y había cuidado de su figura, pues verla en lencería nuevamente me hizo recordar viejos momentos que habíamos disfrutado juntos. Sus ojos seguían igual de expresivos, capaces de decirme todo sin necesidad de palabras. Sus labios, cautivadores y peligrosos como siempre, eran una promesa constante de placer.

No quería que la noche terminara. Quería que ella fuera mía eternamente, que este momento de paz y conexión no se desvaneciera nunca. Habíamos hecho el amor tres veces y ambos estábamos exhaustos, pero ninguno quería irse. Nos sentíamos en perfecta armonía, envueltos debajo de aquellas sábanas frías.

Su cuerpo y el mío se habían vuelto a fusionar en el placer que por mucho tiempo nos había hecho falta, y esta vez no pretendía dejarla ir de nuevo. Sentía su respiración suave y rítmica contra mi pecho, su cuerpo relajado en mis brazos. Cada caricia, cada beso, era una reafirmación de lo que habíamos compartido y de lo que aún nos quedaba por vivir.

—Irene—murmuré, rompiendo el silencio con suavidad. Ella levantó la mirada, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de amor y curiosidad. —No sé cómo decirte lo que siento en este momento. Solo quiero que sepas que no puedo imaginar mi vida sin ti. No quiero que te vayas otra vez.—

Ella sonrió, una sonrisa que iluminaba la habitación más que cualquier luz. —Ben, he pensado mucho en estos dos años. He alcanzado muchos sueños, pero ninguno se compara con lo que siento cuando estoy contigo. No sé qué nos depara el futuro, pero sé que quiero enfrentarlo contigo.—

La besé de nuevo, con una pasión renovada y una determinación feroz. Sabía que habría desafíos y que tendríamos que enfrentar muchas cosas, pero mientras estuviéramos juntos, sabía que podríamos superarlo todo. El aroma a vainilla, la suavidad de su piel, la fuerza de su presencia; todo eso me llenaba de una esperanza que no había sentido en mucho tiempo.

—Prometo no dejarte ir esta vez—dije, con el corazón lleno de amor y determinación. —Te amo, Irene. Más de lo que las palabras pueden expresar.—

Ella me abrazó con fuerza, y en ese momento supe que, pase lo que pase, estaríamos juntos. La lluvia continuaba cayendo afuera, pero dentro de nuestra burbuja de amor y deseo, estábamos en perfecta paz, listos para enfrentar cualquier cosa que el mundo nos arrojara.

La madrugada avanzaba lentamente, con el suave sonido de la lluvia como telón de fondo. Estábamos sentados en la cama, las sábanas desordenadas a nuestro alrededor, y el calor de nuestros cuerpos era el único refugio contra el frío de la noche. Irene se apoyaba en mi pecho, y yo jugaba distraídamente con un mechón de su cabello, disfrutando de la textura sedosa entre mis dedos.

—Entonces, cuéntame más sobre tu trabajo en Canadá—dije, rompiendo el silencio.

Ella sonrió, una luz brillante en sus ojos mientras hablaba de su experiencia. —Fue increíble, Ben. Trabajé con directores que siempre había admirado. Uno de mis guiones incluso ganó un premio. Es un mundo completamente diferente al que había conocido, y aunque fue difícil al principio, me siento muy orgullosa de lo que he logrado.—

DESTINO CRUZADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora