Capítulo XXIV

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—Bien, traje lo que me pediste, amor

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—Bien, traje lo que me pediste, amor.

_______ volteó a ver al hombre del fleco que se acercaba a ella, regalándole una sonrisa.

—Gracias, mi hermoso amor— canturreó mientras estiraba sus brazos a recibir la bolsa que le extendía.

—¿Para qué necesitas focos? Yo que sepa están todos funcionando correctamente— indicó, sentándose a su lado.

La mujer lo vio con una pizca de diversión, a pesar de que su propio pulso comenzaba a temblar.

—¿No te has dado cuenta de algo?— interrogó, ladeando la cabeza, sin despegar la vista de él.

Él frunció las cejas con duda, viéndola de pies a cabeza, todavía sentada, para negar lentamente.

—No te has hecho nada nuevo desde ayer para nuestra ceremonia.

—No en mí, cariño— soltó una risita que finalmente hizo obvios sus nervios.

Pestañeó extrañado, para ver a su alrededor. Mientras tanto, ­­­_____ sentía su corazón latir con fuerza. Sentía su propio estado, como si fuese real. Era increíble.

Finalmente, los ojos del hombre se posaron en una mesita al lado del sillón, en donde habían unos pequeños objetos sobre la misma. Y los abrió bien grandes.

Se puso de pie, para acercarse despacio a tomar aquello, y con una delicadeza inimaginable.

—_____...— regresó a verla, incrédulo, teniendo esos zapatitos de lana en una mano y una prueba de embarazo en la otra —Estás...

—Felicidades...— dijo su nombre, pero el mismo se oyó distorsionado —Serás papá.

Tenía los ojos humedecidos al presenciar la reacción de su novio, que dejó las cosas y se acercó rápido a abrazarla, al mismo tiempo en que la alzaba.

—¡Con más razón realizaremos la ceremonia lo más pronto posible!— exclamó, alzando el rostro a verla, habiendo perdido una pequeña lágrima.

La apellidada Kuroda podía sentir el corazón del hombre contra su propio pecho latir como si fuese un tambor. Era una hermosa sensación.

—¿Cuánto tiempo, mi amor?— hundió la cabeza en su cuello, sin soltarla en lo más mínimo.

—Un mes, una semana y tres días— respondió, aferrándose con fuerza a él.

—Gracias por este hermoso regalo...— besó su hombro repetidas veces y de forma lenta, profundizando.

—Tú fuiste lo que aportó lo esencial— dijo divertida, acariciando su espalda.

—Pero pensé que habías tomado la pastilla por la mañana.

—Quería darte una sorpresa una semana antes de nuestra boda— dejó un tierno beso en su mentón, habiéndose separado un poco y parado de puntitas

DÉJÀ VU |Suguru Geto y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora